Te Quiero y me Duele

22

Desperté el lunes con un dolor punzante recorriendo cada músculo de mi cuerpo. Apenas moví las piernas y sentí un latigazo que me dejó inmóvil. Solté un gemido bajo, casi ahogado, mientras el ardor se intensificaba en mi cabeza. El simple pensamiento de levantarme para ir a la escuela me parecía imposible. Me tumbé de nuevo en la cama, abrazando la almohada con desesperación.

Esto no puede ser normal, pensé, mientras las lágrimas amenazaban con deslizarse. No quería llorar, pero el dolor era insoportable. Busqué mi teléfono con movimientos torpes y marqué el número de mi tía. Prefería llamarla en lugar de obligarme a caminar hasta su cuarto.

Cuando atendió, mi voz salió quebrada:

—¿Podés venir? No me siento bien...

A los pocos minutos, la puerta de mi habitación se abrió. Jenna se acercó rápidamente, con la preocupación escrita en la cara. Se sentó en el borde de la cama y deslizó su mano sobre mi frente.

—¿No te levantás?—Preguntó suavemente, mirándome con ojos inquisitivos.

Negué con la cabeza, tragando el nudo en mi garganta.

—No puedo ir a la escuela, me siento horrible. Me duele todo el cuerpo y levantarme es una tortura...—Mi voz era apenas un susurro.

Ella frunció el ceño y se inclinó para mirarme mejor.

—¿Qué te duele, cielo?

—Todo... la cabeza, las piernas...—Murmuré, sintiendo que las lágrimas finalmente escapaban de mis ojos.

Sin perder tiempo, fue al baño a buscar un calmante y el termómetro. Al volver, me hizo tomar el medicamento mientras esperaba los resultados. El sonido del termómetro rompió el silencio, y su expresión se endureció al ver los números.

—38°5. —Su tono era firme, pero su mirada cálida—. Tomá esto y descansá. En un rato vas a estar mejor. No te preocupes por la escuela, le voy a decir a Mili que te pase todo para que no te atrases.

Asentí con debilidad, agradecida por su cuidado, y ella salió de la habitación, dejándome sola. Suspiré, intentando encontrar una posición cómoda, pero ni siquiera eso era posible. Sentía que el colchón me retenía, como si mi cuerpo estuviera atrapado en un peso invisible.

El sonido del teléfono me sacó de mi ensimismamiento. Lo tomé con esfuerzo y al ver quién llamaba, respondí de inmediato, intentando dibujar una sonrisa, aunque no podía verla.

—Hola...—Saludé con voz apagada.

—¿Te sentís bien?—Preguntó con un tono que denotaba preocupación. Casi podía imaginarlo frunciendo el ceño al otro lado de la línea.

—Estoy en cama...—Dije simplemente.

Hubo un silencio breve, después su respuesta llegó con decisión:

—Voy para allá.

—No, Rom, no es necesario...—Intenté protestar, pero ya había cortado.

Suspiré, cerrando los ojos por un momento, pero el sonido del timbre interrumpió mi intento de relajarme. Mi corazón se aceleró. ¿De verdad había venido? No, no podía ser tan perfecto.

Sin embargo, ahí estaba él. En segundos apareció en la puerta de mi habitación, cargando con esa presencia reconfortante que siempre traía consigo.

—Jenna me explicó más o menos lo que pasó.—Se acercó y depositó un suave beso en mi frente. El calor de su gesto contrastaba con el frío que sentía en mi piel.

—No deberías haber venido... vas a llegar tarde a la escuela.

Mi voz era apenas un susurro.

Negó con la cabeza, apretando los labios.

—No voy a llegar tarde porque no voy a ir. Me voy a quedar a cuidarte.

Sus palabras me descolocaron por completo.

—No tenés que hacer eso por mí...

—Pero quiero hacerlo.—Su interrupción fue firme, pero su tono cargado de calidez.

Sonreí débilmente, conmovida por su atención.

—Gracias por esto.

Él respondió con una sonrisa tranquila, de esas que podían iluminar incluso mi día más oscuro.

—Te ofrecería mirar una peli, pero eso solamente haría que tu fiebre empeore. ¿Qué querés hacer?

Lo miré con una sonrisa cansada y extendí mi mano, haciéndole un ademán para que se recostara a mi lado. Dudó por un momento, pero luego dio la vuelta y se acomodó en la cama. Me acerqué lentamente, apoyando mi cabeza en su hombro.

—Quedate conmigo, solo eso...—Murmuré, sintiendo cómo su brazo se deslizaba por debajo de mi cuello para abrazarme.

El calor de su cuerpo, el ritmo constante de su respiración, y la seguridad que emanaba me envolvieron en una paz que no había sentido en días. Cerré los ojos, y por primera vez desde que el dolor empezó, pude descansar. Él besó mi frente una vez más, apretándome con delicadeza, como si en ese abrazo pudiera protegerme del mundo entero.

Me sentía segura, querida. Y en ese momento, supe que todo estaría bien.

Desperté sin saber cuánto tiempo había dormido, pero me sentí como si hubieran pasado horas. Mi cabeza ya no latía con ese dolor punzante y mi cuerpo, aunque todavía un poco pesado, empezaba a recuperar fuerza. Lo primero que noté fue que seguía abrazada a su cintura, mientras él permanecía a mi lado, como si estuviera vigilando mi descanso. Rom acariciaba suavemente mi frente con la mano que había quedado bajo mi cabeza.




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