Miércoles. Mitad de semana, y yo ya contaba las horas para que fuera viernes. Parecía que los días se arrastraban con una lentitud desesperante.
—¿Y cómo sigue eso?—Preguntó Mili con la voz baja, mirándome con preocupación mientras acomodaba su pelo detrás de la oreja.
Tomé aire y bajé la mirada hacia mis manos. Jugueteaba con los bordes del cuaderno sobre la mesa, sin saber bien cómo responder. No quería preocuparla más, pero tampoco podía fingir que todo estaba bien.
—Anoche no pasó nada.—Dije finalmente, con un hilo de voz—. Trato de cerrar la puerta con llave, y parece funcionar. Así me siento un poco más... protegida.
Mili entrecerró los ojos, frunciendo el ceño. Pude ver cómo su mandíbula se tensaba, como si estuviera reteniendo las palabras que quería decirme.
—¿Y él?—Preguntó.
Negué con la cabeza y me encogí de hombros.
—No le conviene golpear la puerta demasiado fuerte. Eso lo mantiene al margen... por ahora.
No estaba segura si estaba tratando de convencerla a ella o a mí misma. Pero la idea de una puerta cerrada como única defensa me parecía cada vez más absurda.
—No voy a hacer nada que vos no quieras.—Dijo, con voz firme, pero cargada de cariño—. Pero si cambiás de parecer, podemos ir a denunciarlo.
Mi primera reacción fue negarme. Moví la cabeza rápidamente, como si la sola idea fuera impensable.
—No. No quiero poner a nadie más en peligro.—Mi voz tembló al decirlo, pero seguí—. Ryan ya recibió dos golpes por algo que ni siquiera era su culpa. No quiero que más personas terminen lastimadas... por mí.
Sentí que algo se quebraba dentro de mí al decir esas palabras en voz alta. Mili no respondió de inmediato, pero sus ojos se suavizaron. Con un gesto tierno, deslizó su mano sobre la mesa y tomó la mía, dándome un apretón que decía más que cualquier palabra.
—No es tu culpa. Nunca lo fue.
Sus palabras eran simples, pero en ese momento parecieron un bálsamo para mi pecho. No sabía si creerle del todo, pero su calidez me dio un poco de consuelo.
Cambiamos de tema poco después, como si ambas supiéramos que no podíamos quedarnos estancadas en esa oscuridad por mucho tiempo.
—Bueno, basta de eso. Hablemos del baile de invierno.—Dijo con una sonrisa que intentaba levantar el ánimo—. Falta un mes. Tenemos que decidir qué vestidos vamos a usar.
Me reí, un sonido diminuto y quebrado, pero al menos era una risa.
—¿Ya sabés qué te gustaría usar?—Pregunté, intentando seguir su entusiasmo.
—¡Obvio que no!—Respondió, haciendo un gesto exagerado con las manos—. Pero quiero algo que haga que todo el mundo se dé vuelta a mirarme. Nada demasiado formal, pero tampoco simple. Algo que grite: “¡Soy Mili y estoy divina!”.
Reí un poco más, esta vez era una sonrisa más genuina. La facilidad con la que Mili podía llenar un espacio de luz siempre me dejaba maravillada.
—¿Y vos?—Preguntó de repente, ladeando la cabeza con curiosidad—. ¿Ya pensaste qué vas a usar?
Me quedé en silencio por un momento. La idea del baile de invierno se sentía distante, casi irreal en comparación con lo que ocupaba mis pensamientos. Pero tal vez, solo tal vez, pensar en algo bonito y superficial no estaría tan mal.
—No lo sé. Supongo que algo sencillo... pero que se sienta especial.
Mili sonrió con emoción y apretó mi mano otra vez.
—Perfecto. Entonces, este fin de semana, vamos a buscar ideas. Va a ser divertido, te lo prometo.
Por primera vez en días, sentí una pequeña chispa de ilusión. Quizás, con un poco de suerte, el baile de invierno sería el respiro que tanto necesitaba.
Las clases pasaron volando, y cuando sonó el timbre, Mili y yo nos despedimos rápidamente. Ella se fue a buscar a mi hermano, Nacho, mientras yo tenía otro destino en mente: Romeo. Mili no me dijo nada, pero era obvio que estaba intentando conquistarlo. A pesar de que Nacho era mi hermano, me hacía feliz verla interesada en él. Si alguien podía iluminar su vida, era Mili, y no se merecía menos.
El pasillo estaba lleno de estudiantes apurados, el típico caos de cambio de hora, pero entre el bullicio lo vi, con su porte relajado y una sonrisa despreocupada mientras revisaba su celular apoyado en los lockers. Me acerqué sin que me viera y lo abracé por detrás, tomándolo desprevenido.
—Hola, novia secreta.—Dijo Romeo con una risita suave, sin necesidad de volverse para saber que era yo.
—Hola, novio secreto.—Respondí, acompañando sus palabras con una sonrisa que no podía evitar.
Giró su cabeza lo justo para mirarme de reojo y después se dio la vuelta, envolviéndome con sus brazos. Besó mi frente de manera tierna y me sostuvo por los hombros mientras yo seguía abrazándolo por la cintura. Su cercanía era como un refugio, un lugar donde todo lo malo desaparecía, aunque fuera por un momento.
—¿Ya te dijeron que estás hermosa hoy?—Susurró en mi oído, con ese tono bajo y encantador que me hacía estremecer.
Sonreí, como siempre, incapaz de ocultar lo que sus palabras provocaban en mí.
—Sos el primero.—Admití, mirándolo a los ojos.