Te Quiero y me Duele

33

Desperté de golpe por un cachetazo de Mili en mi cara. Me tomó por sorpresa, pero no me molesté; más que nada porque todavía estaba medio dormida y también porque, si lo pensaba bien, me lo merecía, y ella lo sabe incluso cuando está dormida.

Me levanté con cuidado, intentando no despertarla, ya que estaba prácticamente encima de mí. Lo último que necesitaba era enfrentar su malhumor matutino. Cuando pude salir de la cama sin despertarla, me metí en el baño.

El día anterior al baile de invierno.
Lo sentí como un golpe en el pecho: estaba nerviosa. Y, peor todavía, sin pareja.

La idea de invitar a alguien me rondaba la cabeza, pero se desvanecía tan rápido como aparecía. ¿Podría ser Julián? Era una opción. Después de todo, era simpático, y con eso casi atropellarlo habíamos roto el hielo, aunque de la forma más rara posible. Pero no. No había química entre nosotros, ni siquiera de amistad. Era como si nuestros caminos estuvieran cruzados solo para llenarse de anécdotas pasajeras.

Entonces mi mente, como siempre, me traicionó:
Ryan.

Intenté sacudir el pensamiento como si con eso pudiera deshacerme de él. Pero no funcionó.
Ryan no podía ser una opción.
Era profesor. Y el hermano de mi exnovio. Dos razones de peso que me recordaban que era completamente prohibido.

Suspiré al salir del baño, lista para enfrentar el caos de Mili. Y, cómo no, ahí estaba, yendo de un lado a otro como un huracán desatado.

—¿Tomaste energizantes?—Pregunté, todavía adormilada, mientras observaba cómo se movía nerviosa.

—¡Mañana es el baile!—Exclamó como si fuera la revelación más importante del universo.

—Bajá los niveles de tu euforia porque es mañana no hoy.

Se detuvo de golpe, suspirando profundamente mientras bajaba la cabeza.
—Perdón.—Dijo, apenada—. Es que estoy nerviosa. Mañana es el baile y... Nacho todavía no me invitó.

La entendí en un segundo.

—No te preocupes.—Dije, intentando calmarla—. Ya te va a invitar. Nacho siempre fue tímido para estas cosas.

Aunque, en el fondo, temía que Nacho se hubiera mandado alguna de las suyas.

Mili suspiró, pero su voz temblaba cuando dijo:

—¿Y si para él no soy más que una amiga con derechos?

Me quedé helada por un segundo. No esperaba esa pregunta.

—¿De quién fue la idea?—Se muerde el labio inferior mientras tenía esa expresión de “me quiero matar”.

—Fue mía.—Admitió, bajando la cabeza como si quisiera esconderse del mundo.

Suspiré, decepcionada—. Definitivamente, tengo ganas de matarte.

—No más de las que tengo ganas de matarme yo.—Dijo con la voz quebrada, y cuando la miré, sus ojos ya estaban llenos de lágrimas—. Soy tan estúpida...

Me dolió verla así. Estaba claro que llevaba tiempo cargando con esa culpa. La abracé, acariciándole la nuca mientras intentaba consolarla.

—Estaba tan desesperada por ser parte de su vida, que terminé proponiéndole algo que tarde o temprano me iba a lastimar.—Siguió hablando contra mi pecho—. Solo quería que me viera, pero terminé permitiéndole que me usara.

Me mordí el labio, buscando algo que decir para aliviar su dolor.

La separé un poco para mirarla a los ojos, tomando su cara entre mis manos. Con los pulgares, le limpié las lágrimas que seguían cayendo.

—No necesitamos de un idiota para ser felices, ¿me escuchás?—Le dije con firmeza, aunque mi tono seguía siendo suave—. Vos sos un mujerón, Mili, y si él no lo ve, entonces es un tremendo idiota.

Ella intentó sonreír, aunque su tristeza seguía tan palpable como su miedo.

—Leí un poema el otro día que decía: “Todos merecemos amor de sobra, no sobras de amor”. Y vos, amiga, merecés más que un amigo con derechos. Merecés todo.

Asintió, abrazándome de nuevo, esta vez con fuerza.

—Te amo, amiga.

Sonreí en medio del abrazo y cuando nos separamos, decidí darle un cambio de aire a la conversación.

—Vamos a ponernos diosas, que hoy a la noche salimos.

Mili parpadeó, sorprendida.

—¿Nosotras dos?

Me detuve en la puerta, dándole vueltas a una idea que acababa de aparecer en mi mente. Giré sobre mis talones y volví a sentarme en la cama.

—No, vamos con los chicos.

Ella arqueó una ceja. —¿Y en dónde quedó el “no los necesitamos”?

Sonreí, divertida.

—Justamente. Ellos tienen que ver lo bien que estamos solas. Ahí es donde los papeles se van a invertir, Mili. Los vamos a tener a ellos siguiéndonos como perritos, y no al revés.

Se quedó pensativa, mirándome con cierta desconfianza. Después sonrió de lado.

—Técnicamente, Ryan ya te persigue y vos lo rechazaste.

Mi mente en blanco. Busqué una respuesta ingeniosa, pero lo único que se me ocurrió fue una excusa poco convincente:

—Solamente quiero hacerte el aguante a vos.




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