Llegamos a casa, y al cerrar la puerta detrás de mí, el peso del día empezó a desvanecerse. Caminé descalza por el pasillo, dejando los zapatos olvidados a medio camino. En mi cuarto, el vestido se deslizó hasta el suelo, reemplazado rápidamente por mi cómoda ropa de dormir. Me acerqué a la ventana, atraída por la luz tenue de la luna que iluminaba la noche. Ahí estaba Ryan, apoyado en su propia ventana, con esa sonrisa suya que siempre lograba desarmarme.
—Hola, bonita.—Dijo, su voz suave como un susurro en la tranquilidad de la noche.
Le devolví la sonrisa, sintiendo como el calor se apoderaba de mis cachetes.
—¿Querés venir a dormir?—Pregunté, intentando sonar casual, pero sin poder evitar el tono sugerente.
Él alzó las cejas, divertido, con ese brillo pícaro en los ojos que siempre parecía leerme como un libro abierto.
—¿Acaso usted, señorita Herrera, me está haciendo propuestas indecentes?—Bromeó, inclinando un poco la cabeza, sin borrar esa sonrisa encantadora—. ¿Sabe que siendo profesor podría tener problemas?
Reí, aunque el rubor en mis cachetes se intensificó. No podía negar que tenía el talento de hacerme sentir expuesta con sus palabras, pero a la vez me daba la seguridad de que no había nada de qué avergonzarse.
—Yo solo pregunto.—Respondí, encogiéndome de hombros—. Pero si usted, profesor Vannucci, no quiere aceptar mi invitación, ya no es problema mío.
Él arqueó una ceja y dejó escapar una sonrisa ladina antes de desaparecer de la ventana. Fruncí el ceño, intrigada. ¿Qué pretendía hacer?
Unos segundos después, un ruido suave rompió la quietud.
—Pss…—Se escuchó, apenas un susurro en la noche—. Rapunzel, deja caer tu cabello.
Miré hacia abajo y ahí estaba él, iluminado por el débil resplandor de la luna, mirándome con ojos traviesos y una sonrisa cargada de complicidad. No pude evitar sonreír mientras sentía mi corazón acelerarse un poco.
Improvisé un nudo con algunas sábanas y las dejé caer por la ventana, asegurándome de sujetarlas con firmeza. Mientras él trepaba, usando toda su fuerza, yo tiraba con las mías, luchando con cada fibra de mi ser para ayudarlo a subir. Cuando finalmente lo logré, ambos jadeábamos un poco cansados, aunque él todavía tenía esa sonrisa de satisfacción.
—No será mi pelo, pero nunca vas a conseguir a otra chica que haga un nudo con sus sábanas para ayudarte a subir.
—Y tampoco quiero conseguir a otra.—Su respuesta fue tan sincera que me dejó sin palabras por un instante.
Antes de que pudiera responder, sus manos tomaron mi cintura con suavidad, atrayéndome hacia él. Enredé mis brazos en su cuello, sintiéndonos como si el mundo se hubiera detenido alrededor.
—Cuando volvíamos, ¿viste la luna?—Preguntó, rompiendo el silencio mientras sus ojos exploraban los míos.
—Sí, es hermosa.—Respondí, perdiéndome en su mirada.
—Lo es, pero tu mirada lo es más.—Sus palabras me hicieron sonreír, a tal punto que estaba sonrojada y seguro roja como un tomate.
Nos sentamos uno al lado del otro en la cama, el silencio de la noche envolviéndonos como un cálido manto. Él se deshizo de la remera y la dejó a un lado, sus movimientos seguros pero relajados. Entonces extendió su brazo, ofreciéndome su pecho como refugio. Me acurruqué contra él, sintiendo el calor de su piel bajo mis dedos mientras mi mano se posaba justo encima de su tatuaje del Yin y el Yang.
—¿Puedo preguntar..?—Mi voz rompió el silencio, un murmullo cargado de curiosidad. Noté cómo sus ojos se desviaban hacia mi mano, que rozaba suavemente su pecho, justo donde estaba su tatuaje.
—Depende.—Dijo, volviendo su mirada al techo—. ¿Te molesta que hable de Lydia?
Lo miré y sonreí con suavidad, dejando claro que no tenía nada que ocultar ni temer conmigo.
—Por supuesto que no, bonito. Lydia es parte de tu vida, y vos podés hablar de ella las veces que quieras.
Su expresión se relajó, aunque sus ojos seguían contemplando el techo como si buscara las palabras adecuadas. Una mano estaba bajo su cabeza, y la otra descansaba cómodamente bajo la mía, como si yo fuera parte de él.
—El Yin y el Yang es un símbolo chino.—Empezó, su voz grave y pausada. Sabía que necesitaba tiempo para organizar sus pensamientos, así que simplemente me quedé a escucharlo—. Son dos fuerzas opuestas y complementarias que forman un todo.
Mis dedos trazaron el contorno del tatuaje en su pecho, notando el leve relieve de la tinta sobre su piel.
—Fue mi idea hacernos ese tatuaje.—Siguió, y por un instante sonrió con nostalgia—. Yo lo hice en mi pecho izquierdo, y ella en su muñeca izquierda. Aunque el Yin representa lo femenino y la maldad, yo era lo malo y ella lo bueno.
Lo miré con ternura, viendo la vulnerabilidad en su expresión. Besé su cachete con suavidad.
—¿Por qué decís eso?—Pregunté en voz baja, buscando sus ojos.
Suspiró profundamente, pero evitó mirarme. Había algo en su postura, una mezcla de culpa y resignación, que me hizo sentir un nudo en el pecho.
—No lo sé. Incluso vos lo sabías.
Fruncí el ceño, confundida, y negué con la cabeza.
—No, yo te creía un idiota, no una mala persona.