Habíamos pasado la mitad del baile en el hospital. Tres horas dando vueltas como una loca con el vestido, sin saber qué otra cosa hacer más que esperar. La música, las luces, la alegría de la fiesta se habían desvanecido en un abrir y cerrar de ojos, reemplazados por el frío de los pasillos estériles y la angustia que pesaba en el pecho.
Mi tía Jenna e Irene estaban sentadas en la sala de espera, con expresiones sombrías y la mirada fija en el suelo. Ryan se encontraba apoyado contra la pared, con los brazos cruzados, la mandíbula tensa. No hablaba, pero su postura rígida dejaba en claro que también estaba procesando lo que había pasado.
Romeo.
Nos salvó.
Una lámpara de techo cayó justo donde Ryan y yo estábamos bailando. Ni siquiera la vimos venir, pero Romeo sí. Él nos empujó, nos sacó del peligro en el último segundo. Nos salvó la vida mientras nosotros éramos dos idiotas envueltos en una burbuja de felicidad, ajenos a lo que estaba pasando.
Nacho y Mili llegaron con dos cafés cada uno. Las mujeres los rechazaron, pero Ryan y yo aceptamos los nuestros sin decir palabra. El café estaba caliente, pero no lo sentí; mis manos seguían frías.
Mili debió notarlo, porque se acercó y me rozó el brazo con ternura.
—¿Estás bien?—Preguntó con voz suave.
Negué, sintiendo cómo las lágrimas se acumulaban en mis ojos. No podía hablar ahí, no con todos mirándome. Así que sin decir nada, le hice un gesto para que me siguiera. Nos alejamos en silencio por el pasillo, donde la luz fluorescente hacía que todo se viera todavía más gris.
Cuando estuvimos lo suficientemente lejos, las palabras me explotaron en la garganta.
—No estoy bien, Mili.—Mi voz se quebró y ella no dudó en secar con sus dedos las lágrimas que ya rodaban por mis cachetes—. Yo estaba ahí… bailando… siendo feliz con Ryan, y Romeo me salvó la vida.
Ella me miró con dulzura, intentando calmarme.
—Vos no sabías lo que iba a pasar.
Negué con la cabeza, sorbiendo por la nariz.
—No, pero sí sé lo que tiene que pasar ahora.
Mili frunció el ceño, confundida.
—Esto… esto se tiene que terminar.
Su expresión cambió de inmediato. Sus labios se entreabrieron como si quisiera decir algo, pero no lo hizo. Solo me miró, esperando que siguiera.
Ambas sabíamos que esto no terminaría bien.
***
Al día siguiente, seguíamos ahí. No había vuelto a casa ni para cambiarme. El vestido, que anoche parecía parte de un sueño, ahora se me hacía incómodo, pesado, como un recordatorio de que la noche no había terminado como debía.
El hospital seguía igual de frío, igual de ajeno.
Cuando el médico apareció en la sala de espera y nos llamó, todos nos pusimos de pie de inmediato, tensos. Irene fue la primera en acercarse, con los ojos llenos de una súplica silenciosa.
—¿Cómo está mi hijo, Sebastián?—Preguntó, su voz temblando apenas.
El doctor, a quien Irene conocía por ser su compañero de trabajo, suspiró antes de responder.
—Bueno, fue una noche de muchas revisiones. Queríamos asegurarnos de que no hubiera daños internos ni complicaciones.
El silencio se hizo denso.
—Y quiero decirte, Irene,—siguió—, que Romeo tiene mucha suerte.
Mi corazón dio un salto de alivio, pero no me atreví a respirar del todo.
—¿Y cómo está?—Insistió Irene, con el miedo todavía en la voz.
El médico sonríe—. Lo único que tiene que hacer tu hijo es descansar. Pero mañana ya podemos darle el alta.—Irene lo abrazó de tanta emoción y yo abracé a su hijo.
Rom ya estaba despierto así que fui la última en ir a verlo, me acerqué a él, estaba semi sentado en la camilla y me sonríe al verme.
Lo abracé y al abrazarlo pensaba en lo mucho que lo estaba hiriendo, aunque él no lo sepa, aunque quisiera hacerse el indiferente ante la situación, solamente pensaba en que no podía lastimarlo—. ¿Cómo te sentís?—Pregunté sentándome en la camilla a su lado.
Sonríe con debilidad—. Estoy bien, no tenías por qué estar toda la noche acá. Deberías haber ido a descansar un poco.
Acaricié su cara y él besó mi mano.
—Sabías que no me iba a ir.
—En realidad..., pensé que Ryan te había obligado a irte.—Fruncí el ceño y después sonreí.
—Lo hubiera mandado a la mierda.—Reímos con suavidad ya que él no podía hacer esfuerzo ni para eso—. Pero no lo hizo. Respetó mi decisión de querer quedarme, es más, él también permaneció toda la noche al lado de la puerta, tomando café para no dormirse.
Parecía sorprendido—. ¿De verdad?
—¿Te sorprende?—Ahora fue mi turno parecer sorprendida.
—No, no me sorprende que se haya quedado. Lo que sí me sorprende es que haya tomado café toda la noche y que no haya sido con Whisky.—Reí.
—Y no sabés la mala cara que tenía porque no había.—Volvemos a reír.
Lo abracé y al hacerlo vi a Ryan parado en la puerta. Cerré los ojos con fuerza y cuando los volví a abrir él ya no estaba.
—¿Te querés quedar conmigo esta noche?—Pregunta corriendo pelo de mi cara.
No sabía qué decir, porque no podía decirle que sí, pero tampoco quería decirle que no. Irene me salvó en ese momento.
—Me voy a quedar yo porque en la noche tengo guardia, y cada vez que pueda voy a venir a verte.—Sonreí arrugando los labios y volví a él.