Me puse un short de tela, un top holgado y, descalza, fui a la cocina. La noche anterior, apenas me quedé sola, volvió a pasar lo mismo. El asqueroso de Diego entró en mi cuarto como si tuviera derecho sobre mí, y no hubo forma de sacarlo hasta que terminó con lo que había ido a hacer.
Ya no podía más.
—Mi amor, voy a hacer las compras. Diego se fue a trabajar y Nacho está por irse con sus amigos.—Dijo mi tía mientras se ponía los anteojos de sol y ajustaba el bolso en su hombro—. ¿Querés venir conmigo?
Lo pensé por unos segundos.
—Me quedo. No te preocupes por mí.
Me besó la sien con dulzura antes de irse.
Apenas la puerta se cerró, el aire pareció volverse más pesado.
Fui al lavadero y tomé el bidón de nafta. De la cocina, el mechero.
Cada paso que daba me acercaba más al final. Y aunque sentía miedo, era la única salida que me quedaba. Ya no podía seguir con esto. No podía seguir respirando el mismo aire que Diego. No podía seguir soportando la carga de los hermanos Vannucci, enfrentándome a una guerra que yo no pedí. No podía seguir siendo un obstáculo para ellos. Para nadie.
Caminé hasta el jardín y me quedé quieta, mirando la casa. Mi hogar. Donde alguna vez fui feliz. Donde creí que mi vida iba a ser como la de cualquier chica.
Sé que voy a lastimar a muchas personas. Lo sé. Pero no puedo más.
Las lágrimas resbalaban por mis cachetes. Destapé el bidón y empecé a rociarme. El olor me revolvió el estómago, pero eso no me frenó. Sentí el líquido helado pegándose a mi piel, escurriéndose por mi pelo.
Me incliné y tomé el mechero. Lo encendí.
Las llamas titilaron frente a mis ojos. Un solo movimiento y todo terminaría.
Entonces, una voz irrumpió el momento.
—Bonita… Bonita, por el amor de Dios, ¿qué estás haciendo?
Mi respiración se entrecortó. Levanté la mirada y lo vi a Ryan.
Estaba en el pasillo al lado de la casa, aquel que daba directamente a la calle. ¿Por qué entró por ahí? ¿Por qué justo ahora?
Y no estaba solo. Irene estaba con él.
—Andate, Ryan. Dejame sola.—Mi voz tembló mientras mis ojos no se despegaban del fuego en mi mano.
—¿Es por la pelea que tuvimos ayer? Perdón si me excedí, pero vos me ponés así de loco, en todos los sentidos…
Hice un movimiento con la cabeza para que no se acercara. Ryan entendió y se quedó en su lugar, pero su mirada reflejaba una mezcla de pánico y desesperación.
—No es solo por vos… Es por todo.—Solté entre sollozos—. Por tu hermano, por los tipos aquellos… ¡Por todo! ¡Ya no lo soporto más!
—Si se trata de los tipos esos, te prometo que los vamos a encontrar…
—Ese es el problema, Ryan.—Lo señalé con las lágrimas fluyendo como cascada—. No quiero ponerte en peligro. No quiero poner en peligro a nadie. ¡No quiero más esto!
Las lágrimas caían sin control.
—Bonita, te lo pido por favor…
Un grito nos interrumpió.
—¡¿Qué pasa?!
Mili apareció corriendo. Tenía la cara desencajada.
—Sof…—Susurró aterrada.
Siempre tuvo una copia de la llave de la casa. Yo misma se la había dado.
Irene, la madre de Ryan, habló entonces por primera vez.
—Te pido perdón si llegué a ofenderte en algún momento. Me preocupé cuando vi la situación en la que estaban los tres, pero después lo pensé bien. Son jóvenes. Estas cosas pasan…
—No, Irene.—Negué con la cabeza—. Estas cosas no tienen que pasar.
—Pero pasan.—Intervino Ryan.
Mi corazón latía tan fuerte que me dolía el pecho.
—Amiga—Mili dio un paso más—. Sé todo lo que te está pasando. Te entiendo más que nadie. Creeme, todo va a mejorar. Confiá en mí.
Sus ojos se clavaron en los míos. Estaban llenos de terror.
—Amiga…, vamos a salir juntas de esto. Somos un dúo. Somos inseparables.
No dije nada. Lo único que podía hacer era llorar.
Cuando volví a mirar a Ryan, ya estaba más cerca. No me había dado cuenta.
—Sof, no quiero perderte a vos también… Ya perdí a Lydia. No soportaría otra pérdida.—Su voz sonó rota.
Bajé la mirada, negándome a escuchar.
—Bonita,—su voz era un susurro desesperado—. No nos hagas esto. No le hagas esto a Jenna. A Nacho… Sos lo único que le queda. Te necesita más de lo que admite.
Cerré los ojos con fuerza. No quería escucharlo.
—No le hagas esto a Rom… No me dejes a mí.
Su voz se quebró en la última palabra.
Mi cuerpo tembló. Mi corazón casi se detuvo.
—Yo te amo, bonita.
Mi pecho se comprimió con brutalidad.
—Vos hacés latir a mi corazón. Sos el motivo por el cual sigo soportando esta vida de mierda.
Las lágrimas resbalaron por mis cachetes sin consuelo.