—¿Qué hice mal? No lo entiendo, ¡Solo llevamos una semana! Pensé que te gustaba mucho, ¿Por qué piensas en terminarme? —protestó el chico de ojos oscuros como el café y el cabello rubio más dorado que el de Ricitos de oro, bueno, no, tal vez yo haya exagerado un poco, pero igual era rubio, de un rubio poco natural, el chico era guapísimo, se encontraba en el Top 20 de chicos más guapos de la universidad, para ser precisos, en el puesto número 12.
Yo había salido con varios chicos de ese top, y por puesto que les rompí el corazón a todos, esas eran las intenciones con cada uno, y él no sería la excepción.
—Me aburrí de ti, eso pasó, y para que te quede claro, no lo “pienso”, lo estoy haciendo, así que hazme un favor enorme en no volver a dirigirme la palabra, ¿Sí? —dije entornando los ojos he intentado quitármelo de encima en el intento de abrazo que me quiso dar.
Uff, que molestia. Solo tuvimos cinco citas y sin lugar a dudas, él no era para nada interesante, solo una cara bonita sin cerebro y con personalidad plana, que para lo único que servía era para acosarme sexualmente. Ahgr, tipos así no merecen ni un mes de relación, siendo irónico que lo más largo que he llegado con uno fueron tres meses y medio, normalmente han durado tres semanas o un mes, todo depende del chico y que tan «interesante» sea.
El afortunado que me tuvo por esos tres meses fue el número dos del Top 20, a inicios del ciclo académico, Lenin Hawk, no solo era un chico súper guapo, sino que poseía buena personalidad y muchas cualidades que se busca normalmente en un hombre enamorado, además que teníamos muchos intereses en común y una química increíble que jamás había tenido con alguien en el pasado, así que en definitiva fue una pena, hasta la primera vez que me arrepentí de haber terminado a un chico, haber roto su corazón bondadoso, solo porque yo no podía enamorarme, solo porque no quería jugar con él.
—No es justo, yo… ¿Por qué me haces esto? No me dejes, por favor... Yo te quiero. —Sonó tan sincero que por un brevísimo momento me dio lástima. Mateo me tomó las manos, me aparté y cuando dijo «En serio te quiero», reí sin gracia.
—No puedo creerlo, ¿Acaso te enamoraste de mí? Imposible, de todas formas, sabías con quién te metías —señalé con una sonrisa arrogante—. Pobre Mateo, uh, uh.
—Eres una zorra —escupió furioso. «Ahí vamos con lo típico que un poco hombre ardido e inmaduro diría porque no me cogió», pensé con desdén.
—Seré muy zorra y todo, pero nunca me cogerás, querido —repliqué con una sonrisa cruel. Él se fue enojado y casi corriendo hacia adentro, ya que estábamos en una de las mesas exteriores del cafetín, y varios de los estudiantes que estaban alrededor observaron la escena con descaro, sin importarles lo muy chismosos que se veían en ese instante.
Bueno, no era el primero en decirme así, y cuando me lo hallara por allí le dejaría en claro que me debía respetar, independientemente de que haya salido con tantos chicos y por poco tiempo, no me convertía en zorra. Ni siquiera tenía sexo con todos o me aprovechaba de ellos, tampoco los engañaba. ¿Por qué las mujeres no podemos disfrutar de nuestra vida romántica según nuestros deseos y nuestra sexualidad, libremente, sin ser etiquetadas con adjetivos presuntamente ofensivos?
¿Me enojó? Por supuesto que no, me dio igual, ya que lo dijo de lo muy dolido que estaba porque jugué con sus sentimientos. Puufffff. Un inmaduro dramático, eso era.
Tomé mi bolso para salir de ahí. No soportaba tantas miradas sobre mí, además que faltaba poco para que la hora del descanso tuviera su fin y tenía que llegar temprano a mí clase mega súper favorita que adoro con el corazón para nada cruel que poseo.
Ojalá se haya notado el sarcasmo.
Caminé tranquila, e ignoré a las miradas indiscretas o morbosas de los chicos en los pasillos y busqué disimuladamente a Callie, que normalmente a esa misma hora y mismo día se mantenía en el suelo del pabellón de la facultad de Humanidades Y Ciencias Jurídicas, sin embargo, cuando llegué, ella no estaba ahí, cosa extraña que tomó de mi atención, así que saqué mi celular y la llamé, no contestó, ¿Debería preocuparme?
«Tal vez fue al baño», pensé de consuelo al entrar a la clase de Metodología de la investigación, ah, como lo odiaba, en serio que sí, la consideraba una pérdida de tiempo ya que nuestras tesis no sirven para nada relevante en el mundo, es solo una simulación de utilizar un “método científico” para encontrar cosas que realmente alguien más había descubierto y citar sus resultados con las normas APA, se me hacía tan aburrida que casi me dormía, y es que el profesor López hablaba tan lento y sin ánimos, que me desesperaba.
Me senté cerca de la ventana y me retoqué el brillo labial, justo en ese momento percibí la presencia de alguien más en frente, levanté la cabeza y me topé con los ojos más raros que había visto en todo lo que llevaba de vida, de un gris hermoso y sólido. Parecía un extranjero sacado de una película europea con rasgos latinos. Su piel tan pálida bajo el cielo resplandeciente de Managua y esos ojos, Dios, esos ojos...
Ojos del color de las nubes a punto de llorar. Me encantaban, me fascinaban...Para, para Julissa, no. No. Mi corazón empezó a palpitar con fuerza y tuve que obligar a mi cerebro a reprimir esa acción.
«Contrólate, piensa en que el amor no es para ti, y que lo rompiste a él, recuérdalo, tal vez sean amigos, pero eso no quita el hecho de que le rompiste el corazón», me dije a mi misma suspirando.
—Los rumores viajan tan rápidos como Quicksilver, ¿No crees? —comentó Lenin Hawk acercando su precioso rostro al mío y viéndome fijamente—. Hace unos minutos has mandado al diablo al idiota de Mateo y estás como si nada ha pasado, dime, Julissa, ¿Por qué eres así?
—¿No te aburres de preguntar siempre lo mismo? Yo me aburro de contestar lo mismo, así que la respuesta es la de siempre —respondí indiferente. Después le sonreí coqueta y acaricié su mejilla, gesto que por su reacción pareció gustarle—. ¿No deberías estar feliz? Ninguno ha durado tanto como tú.
Su mirada iba de mis ojos avellanas a mi boca sin cuidado a ocultar su interés por mí. Ya habían pasado dos años desde que terminó nuestra relación, la mejor que he tenido sin lugar a dudas, la más sincera, a decir verdad, y no sabía por qué lo dejé ir.
Ah, espera, sí lo hacía.
—¿Cuándo pararás? —preguntó en un susurró sin dejar de verme.
Antes que pudiera contestar, un chico se nos acercó y dijo: —Julissa, deja de darme tanto trabajo en semana de exámenes.
—¿No han pasado ni quince minutos y ya fue a «perdedores anónimos»? —repliqué con una mirada de fingida inocencia ante las últimas dos palabras y un dedo en mi labio inferior.
Zedler Certad me escrutó con la mirada antes de contestar: —¿Eres una bruja o algo así? ¿Cómo le haces para que caigan tantos por ti?
—Es simplemente hermosa, y si te dieras el tiempo de conocerla, quedarás encantado —comentó Lenin dedicándome una sonrisa boba.
Le devolví el gesto y me mordí la lengua antes de responder a su comentario con algo coqueto. Regresé mi atención a Zedler frunciendo los labios.
—El secreto es ser tu misma y guapa de nacimiento.
Zedler puso los ojos en blanco y respondió sarcástico: —Dudo que puedas ser más modesta.
—¿En serio Mateo fue directo a Rompe y Pega Corazones? Sí siempre se la pasó diciendo que ese grupo era para desesperados solitarios —aportó Lenin con un gesto de confusión.
—Alina se lo topó en el pasillo y lo arrastró a mí para ver que podía hacer por él, ya que está enamorada de ese idiota —explicó Zedler, líder y fundador del club «♥♪ ¡Rompe y Pega corazones! ♥♪», un club que supuestamente te ayudaban con tus problemas románticos, muchos decían que era efectivo para los corazones rotos, y bueno, yo que rompo muchos corazones, hace que mi relación con Zedler no pase de conversaciones casuales una vez cada dos meses, o conversaciones del tipo que tuve en ese momento cada dos semanas—. ¿Cómo le haces para enamorarlos tan rápido? Es realidamente imposible.
—Ah, Zedly, tú y tus palabras ridículas —se burló Lenin. Por lo que me habían contado, eran amigos de infancia, los mejores sin duda—. Por lo menos dilo gramaticalmente correcto.
Una de las cosas que me gustaron bastante de Lenin era su amor por la escritura, y el que hablara de gramática me lo recordó vagamente. Sí, seguí lamentándome porque no éramos novios, y solo porque yo no quería. Tonta, tonta.
—No necesariamente lo enamoré en ese instante, lo que muchos me han dicho es que se interesan desde hace meses, —y un par desde años atrás—en mí y yo de la más bondadosa cumplo sus sueños de hacerles caso a los más guapos, y solo los interesantes duran más tiempo, así que no digan que soy superficial —expliqué acodándome el cabello castaño claro, casi rubio, en una coleta de cabello. Cabello herencia de padre.
—Pero Lenin no tiene nada de interesante, y lo digo porque el pendejo ha sido el que más ha durado contigo —bromeó Zedler ganándose un golpe en el hombro por parte del mencionado—. Como sea, tu historial de rompimientos, sí así se le pueden llamar, aumentó, y ahora es tan grande como un volcán.
—Eres muy malo para las metáforas, Zedler —bufó el chico de ojos grises. Me encantaban esos ojos porque era muy poco común encontrarlos por estos lados tropicales.
—¡Pero estoy practicando! —reprochó el chico de ojos azul oscuro y cabello negro, tan negro como el humor que me andaba yo en algunas ocasiones—. Y bueno, la razón por la que estoy aquí hablándole a la gloriosa Julissa Becker es para que salde cuentas conmigo.
—No te debo nada —solté con una sonrisa seca—. Y no me quieras chantajear con mi registro amoroso.
—¿Me dejarás hablar? Solo quiero que ayudes a repararle el corazón a un chico saliendo con él, como regreso de tantos chicos que les has roto el corazón y mi club se los ha reparado —contestó con el gesto suplicante—. Por favor, solo una cita, no te lo pediría si el chico no fuera uno de mis mejores amigos, y, y...
—Definitivamente no, igual terminaré rompiéndole el corazón, no tiene sentido.
—Yo también digo que no —dijo Lenin, incómodo.
Le golpeé en su brazo y saqué la lengua. —Vos ni opinés.
—Pero, pero... ¿Y si te enamoras de él? —Hizo un puchero y se acercó más a mí para besar mi mejilla, pero me aparté y lo dejé besando al aire, Zedler y yo nos reímos de cómo quedó y golpeó la cabeza en mi pupitre—. Que mala.
—¿Dónde se fue tu seguridad y ego, Lenin? —comentó Zedler. Le saqué el dedo corazón a él también y agregó: —Haré todo lo que quieras, pero por favor, ayúdame con esto, es para que se olvide del amor de su vida por el momento y la ponga celosa, es una jugada maestra para que regresen.
Antes que pudiera responder llegó la maestra Felicia y se ubicó enfrente de todos los alumnos para decir: —El profesor López no pudo venir hoy porque se enfermó y no hay ningún maestro disponible para suplantarlo en este periodo, así que yo los cuidaré, y ustedes saben que eso significa: Clase afuera, en las mesas del lado derecho del edificio, se pondrán a realizar avances de sus tesis, según lo que mandó el profesor, así que vayan saliendo ahora, me forman una fila y sin armar indisciplinas, ¿De acuerdo?
Todos asintieron y yo suspiré, por un momento sintiéndome cansada. Al parecer mi cuerpo me estaba cobrando factura por las noches de desvelo que tuve en esa semana, Lenin notó mi expresión y tomó mi mano al salir del salón.
A pesar de haber terminado, quedamos como amigos, muy buenos amigos y cuando yo estaba soltera (Hecho raro que solo duraba máximo tres semanas), nuestra relación parecía algo más, pero sin cruzar la línea de romance empalagoso, ¿Se me entendió?
En vez de seguir la fila desordenada de nuestro grupo, nos fugamos por un pasillo, me di cuenta que nos quería llevar a nuestro lugar «secreto», pero no lo consiguió fácilmente ya que el tonto de Zedler nos siguió y detuvo a medio camino.
—Antes que te fugues con él, por favor, dime si me ayudarás, Julissa...
—Claro, claro, si por lo menos no es feo, entonces sí, así que ya, ¿me dejarás en paz?
—Llévame a su casa cuando termine la clase —le dijo a Lenin con una mirada rara dirigida al agarre de manos que yo tenía con el susodicho—. Y Julissa...
—¿Qué? —contesté impaciente. Estaba muerta del sueño.
—Gracias —dijo con una sonrisa triste, luego nos dirigió una mirada extraña antes de irse y dejarnos solos en el pasillo.
Le quedé viendo hasta que dobló el pasillo y en ese mismo instante me pregunté por qué no antes lo había intentado conquistar y romperle el corazón.
De hecho, cuando llegué a la universidad y lo conocí, sentí una leve atracción hacia él, que se vio cortada al saber que era el dirigente de un club para sanar corazones rotos, todo lo opuesto a mis intenciones. Lo descarté de inmediato e intenté ignorarlo todo lo posible hasta este penúltimo año de la carrera.
—Eso sonó tan superficial, Julissa —comentó Lenin al instante que se había ido Zedler.
—Sí algún chico me hará perder mi valioso tiempo, al menos que sea guapo, de todas formas, no me enamoraré de ninguno —expliqué sacándole la lengua.
—¿No te enamoraste de mí? —preguntó con una sonrisa tensa.
Llegamos a nuestro lugar predilecto y antes de entrar, le quedé viendo fijamente, quise responder que sí lo había hecho, pero mi orgullo prevalecía, ante todo, por lo que en cambio dije: —Cállate y vamos a dormir, o bésame, lo que sea.