Antes de irme de la universidad, Zedler cambió de planes y me mandó un mensaje diciendo que lo esperara cerca de las aulas de la entrada 3, para que nos fuéramos juntos a mi casa, ya que él no la conocía y como yo había tenido una especie de discusión con Lenin, quien, según los planes, iba a llevarlo, le canceló minutos después.
Yo estaba de acuerdo en ayudar a reparar el corazón roto de su amigo como sea que se llamara, pero lo que él no tenía en cuenta que mi persona lo mandaría a volar, al fin y al cabo.
Y se convertiría en un miembro nuevo de mi bella lista de corazones rotos.
«Si continuo hasta mi último año de universidad de esta forma, conseguiré dejar un legado del cual me sentiré orgullosa, porque soy una chica inteligente, guapa y sobresaliente, que es capaz de tener al chico que quisiera con solo una sonrisa y un par de palabras, por Dios, soy la envidia de muchas», fue lo que pensé en ese momento, sobre mi reputación de casi 3 años.
Metí mis manos en los bolsillos de mi sudadera negra que me había puesto de camino, el pasillo se estaba despejando por lo que me desesperó más que Zedler no hubiera llegado puntual.
—Oh, miren a quién tenemos aquí —dijo una voz súper grave y burlona a mis espaldas, empeorando mi estado de ánimo de ese momento.
—Mira, José, puedes seguir tu camino, no te detengas, ¿sí? —contesté haciendo un gesto de exasperación con los ojos. La irritación me llenó de inmediato y pedí mentalmente que Zedler apareciera.
José Pérez caminó con sus dos estúpidos amigos hasta quedar enfrente de mí, se aproximó más en mi espacio personal y yo retrocedí tres pasos por reflejo. —Sabes, Apolo está dolido porque la rechazaste la semana pasada, y como soy su querido amigo, vengo a hablar contigo.
El chico más bravucón y temido de mi generación me escrutó por completo y siguió acercándose a mí. Uh, que molestia.
—Creo que ya estamos lo suficientemente adultos para no recurrir al bullying, ¿No crees? Si no me dejan en paz, los dejaré sin descendencia a los tres —gruñí viéndole con desprecio. Nunca me sentiría intimidada por un chico como él.
El líder de ojos feos estalló a carcajadas y me tomó la mano jalándome hacia él. —Eres muy graciosa, nena, ahora dime, ¿Por qué rechazaste a Apolo?
Intenté zafarme de su agarre y resoplé, volví a ver a su amigo, un chico menos intimidante que él, de ojos oscuros y cabello claro, era simpático, pero era de esas personas que no lograban interesarme en absoluto. «Por cabeza hueca», pensé. —Que te importa, yo hago lo que se me plazca, ¿Cómo ves?
—¡Qué mala!, por eso, te daremos un castigo —replicó chasqueando la lengua y posando su otra mano en mi espalda, me repugnó y le vi con tanto odio como mi mirada pudiera transmitir—. Me contaron que tienes claustrofobia, ¿Qué te parece quedarte toda la noche encerrada en el armario de limpieza?
—Claro —dije pisándole sus pies y golpeándole en el pecho para soltarme de sus sudadas manos.
Hijo de pacotilla.
Odiaba a los chicos de su tipo, que se creían la gran cosa como para hacerle daño emocional y físico a los demás, gente absurda con serios problemas mentales. Inmaduros, estábamos por terminar la universidad y seguían en su juego absurdo de creerse los amos supremos, los más adulto no les hacía caso y la mayoría de sus víctimas eran los de primer ingreso, por lo cual me extrañó que siquiera intentara las mismas técnicas conmigo.
—Y, por cierto, eso que te contaron era una patética mentira —comentó Zedler al llegar, se veía ajetreado y con un montón de papeles entre las manos—. Perdóname por tardar, algunas personas me atrasaron más de lo debido.
—¡Llegaste en buen momento, señor cupido! ¿Le harás compañía a esta zorrita en el armario? —refutó José con odio goteando en cada palabra.
—Ten más respeto, es una dama, imbécil —gruñó Zedler empujándolo.
Lo que pasó después, fue muy rápido.
De un momento a otro José y sus dos amigos nos metieron al armario de limpieza y encerraron ahí, sin darnos la capacidad para salir porque solo se podía abrir desde afuera con llave. Joder. Y, ¿Cómo diablos ellos consiguieron una? ¿Lo tenían planeado?
Hijos.
De.
Pacotilla.
Al empujarme adentro caí sobre un cubo de limpieza que por suerte estaba vacío y Zedler se golpeó con una escoba dando como resultado un futuro morado un tanto leve en su pálida sien. Solo pude reírme de cómo se sobaba la cabeza.
—¿Por qué te ríes? —cuestionó confundido. La situación no lo ameritaba, pero no pude resistirme ante tan graciosa escena.
—Nada —murmuré intentando salir del cubo, pero me quedé atorada, a lo que a él le correspondió el turno de reírse mientras me ayudaba a salir del cubo, me jaló tan fuerte que él terminó golpeándose con la puerta y ambos estallamos a carcajadas.
—Solo nosotros nos pondríamos a reír en una situación como esta —susurré con una sonrisa.
Me moví para abrir la puerta, pero nada, era en vano, la pateé y todo, y nada, revisé mi cabello en busca de una horquilla para el cabello y mi mala suerte no dejó tener buenos resultados, busqué en mi mochila alguna cosa útil para abrir la puerta, pero no tenía nada que sirviera.
—¿Tienes celular?
—Dime cuál adolescente hoy en día no tiene uno, no hay, no existe —repliqué sacando mi teléfono.
—Buen punto, solo que el mío se acaba de descargar, ¿tienes un cargador de Samsung? —replicó rascándose la nuca.
—No, yo uso iPhone —contesté, mientras iba marcando el número de Callie, mi prima favorita en el mundo. La única persona a la que le tenía aprecio, además de Lenin.
La llamada se dirigió directamente al buzón de voz, oh vaya, que oportuna ella al tener apagado el celular.
—Nadie me contesta, ¿Tú vas a intentar llamar a alguien? Toma —dije tendiéndole el celular, sin embargo, no lo cogió.
—No me sé ningún número —justificó encogiéndose de hombros.
Pensé en llamar a Lenin, por lo que le dije a Zedler dándole mi teléfono en media llamada a Lenin. —Llama a Lenin, pero no le digas que yo estoy contigo.
Y como puse para que la llamada saliera en «Número privado», no tendría problema, el orgullo primero, eh.
—Repicó dos veces y luego colgaron —describió Zedler mordiéndose el labio—. Mierda, y necesito llegar a una cita en dos horas.
Le mandé mensajes a Callie, sin la esperanza que los leyera porque era de esas personas que nunca revisaban los mensajes de texto. Lamentablemente no tenía conexión a Internet, lo cual hubiera sido más útil para contactarme con alguien y nos sacara. De ahí, no tenía a nadie más de confianza. Y por orgullo me negué a llamar a alguno de los pocos chicos que conservé su número. Amigas extras no tenía porque todas me terminaban odiando o envidiando.
No conté el silencio que se provocó entre nosotros, pero sentí que fue una eternidad, por lo que decidí cortarlo para preguntarle:
—Oye, casanova, exprime tus sesos en el recuerdo de algún número, ¿el de tu casa? ¿Tu mami? ¿Tu papi? Qué sé yo.
—¿Indirectamente estás llamándome hijo de mami y papi? —cuestionó entornando los ojos.
—Claro que no —bufé—. Alguien con tanto amor en su corazón se debió a sus padres súper cariñosos y protectores, ¿no?
—No en realidad —respondió con una sonrisa de lado—. Ni siquiera conocí a mi madre porque cuando nací yo, ella murió.
—Oh, perdona, no tenía idea…
—Y mi papá se volvió un mujeriego adicto a la bebida alcohólica, por lo que él no fue nada atento conmigo, mucho menos cariñoso, ni cuando raras veces estaba sobrio… A lo que me fui a vivir con mi abuela paterna a los seis años, en cualquier caso, ella tampoco fue «cariñosa y protectora» conmigo y el viejo gruñón con el que he vivido tampoco es amoroso, a duras penas me alimenta y educa —explicó sentándose en el suelo, me acerqué a él y le vi con curiosidad.
—Eh, se supone que me tienes ver con lástima, no como si mi historia fuera ilógica, es real y concisa, —agregó viéndome directo a los ojos—. No le hallo sentido a la mentira.
Con su mirada despertó algo dentro de mí, algo que creí muerto, algo que pensé que había enterrado en las profundidades de mi alma. Me quedé sin aliento y mi consternación creció a un paso acelerado mientras me quedaba ahí, inmóvil, incapaz de apartar la vista de su profunda mirada azul.
Qué raro.
Pasaron varios minutos hasta que fui capaz de articular alguna palabra.
—Me da curiosidad —admití extrañada por los sentimientos encontrados en ese pequeño instante.
Hice memoria de las veces que lo había visto directamente a los ojos en el pasado: Cero, sí, cero ocasiones recordadas.
Y si acaso se dio la oportunidad (y yo no la recordaba) no causó tantos estragos en mí.
En ese momento, ni siquiera me sentía atraída por ese chico. ¿Realmente lo hice por alguien en el pasado? Solo Lenin. Solo Lenin había despertado un sincero interés amoroso en mí, los demás fueron juegos que me divirtieron y nada más, o personas interesantes que me entretuvieron con sus conversaciones intensas (escasos casos). Pero recordé el día que pensé en enamorarlo, pero lo descarté en el instante. Estábamos en la misma carrera y éramos de la misma generación, coincidíamos en algunas clases, pero nunca tuvimos alguna conversación profunda, ni una intencional, siempre que interactuábamos con el otro íbamos al grano, como más temprano. Nunca me interesó su vida, además que no compartíamos todas las clases porque éramos de grupos distintos.
Así que me planteé en el cerebro que la causa de mi reacción ante su mirada fue el conocer su historia, la parte superficial de su pasado, y como lo triste de esta no afectó negativamente en él, o bueno, nunca lo demostró en la personalidad que mostraba a todos.
Porque una cosa era «la personalidad externa», esa que se le da al mundo en general, pero a veces esta difería de la «interna», esos pensamientos ocultos, esos secretos que dolían, esos dolores que llevábamos día a día y nadie notaba. Todo podía variar, él podría demostrar ser la persona más alegre y feliz de la vida, cuando por dentro se sintiera de lo más mierda y triste.
—¿Quieres saber más? De todas formas, no te dije la historia completa —agregó él.
—¿No te incomoda o duele hablar de eso? —cuestioné posando la palma de mi mano en mi mejilla—. Tengo muchas dudas.
—No, porque en toda esa tristeza llamada «infancia» aprendí algo valioso que me hizo ser diferente a lo esperado por la sociedad conocedora de lo que pasó. —Sonrió y añadió con un poco de arrogancia: —Además que soy muy inteligente.
—Claro… Y sí, porque fundaste un club donde se «reparan» los corazones rotos, donde se les brinda amor y cariño ante la falta de lo mismo, y según lo que me acabas de decir: no creciste en un ambiente amoroso como yo pensé en un principio, todo lo contrario, ¿y aun así eres lo suficiente experto en el amor a pesar que no recibiste nada de este? ¿Es posible? Ni siquiera has tenido más de dos novias en todo lo que llevas en la carrera… —dudé, en ese mismo instante recapitulé todo lo que sabía sobre él, esa información superficial guiada por las redes sociales y los chismes.
—Es posible, soy la prueba de ello, todo depende de la persona y su forma de reaccionar ante los problemas que se le presentan: Si dejarse marcar por el pasado doloroso, el vivir una vida como si este nunca existió, o, tomar la lección de este —respondió sonriendo, de repente esa «sonrisa» me pareció realmente atractiva, aunque aparté esa opinión de inmediato en mi nube de pensamientos—. Cada quién elije cómo ser, qué camino tomar, y no necesariamente todos deben elegir lo mismo porque pasaron por circunstancias parecidas.
—Entonces, ¿Eso fue lo que aprendiste? Pensé que fue algo más interesante, algo nuevo —repliqué elevando el labio inferior hasta cubrir el superior. Todo un sermón sacado de libros de autosuperación personal, basura escrito por cualquier persona que se cree experto en la psicología y algunos psicólogos comerciales.
—Oye, gracias—murmuró sarcástico.
—Cuéntame la historia extendida… Cuéntame más de ti —contesté con una sonrisa de lado, ante su silencio, agregué con una sonrisa coqueta que me nació de repente: —¿Gustas? Soy toda oídos, y si no te has dado cuenta, tengo todo el tiempo del mundo hasta que Callie se digne a venir.
Por apariencias superficiales, yo parecía una chica que se enamoraba rápido, pero realmente no lo hacía al final, por lo que no me sorprendió mi repentino interés en él, probablemente por conocer algo nuevo e interesante sobre su pasado. Habíamos sido compañeros de clase por 3 años y medio, pero nunca me había interesado realmente.
Él tomó mi mano derecha y la examinó lentamente mientras iba diciendo: —Cuando mi madre no sobrevivió al parto ya que salí antes de lo previsto y estaban en una finca en Chontales, solo había un centro médico de la mierda y hubo negligencia médica, creo que si me hubiera dado a luz en Managua no se hubiera muerto, mi papá quedó destrozado por completo, porque ella era el amor de su vida y se sentía culpable… Y su historia de amor es otro tema, el caso es que, su muerte lo deprimió bastante, pero siguió en pie por dos años enteros para cuidarme, luego se da la muerte de una de mis tías, o sea, su hermana favorita y más amada, la única que lo ayudó a cuidarme mientras él iba a trabajar, ella falleció de leucemia, por lo que fue otro golpe para mi papá, uno tan grande que lo hundió definitivamente en el pequeño vicio que tenía con el alcohol (el cual lo había empezado tras la muerte de mi madre, pero no era tan grave para en ese entonces), por lo que él se envició del alcohol cuando yo iba a cumplir los tres años de edad…
«Se volvió mujeriego, y en eso tuve tres madrastras oficiales en tres años, las tres me cuidaron como su hubiera sido su hijo, no recuerdo a ninguna, pero tengo fotos de dos y una carta de una, estando con la tercera, papá dejó de trabajar y solo se la pasaba de putas en los bares, a lo que ella prácticamente me entregó a mi abuela paterna que vivía en Chontales cuando yo tenía seis años antes de dejarlo…
«Papá siguió en su mala vida (y creo que hasta ahora sigue, no sé, dejé de hablar con él después de los diez años), entonces, mi abuela paterna, llamada Lilian, me crio, no fue cariñosa y tampoco atenta, era de esas abuelas estrictas, que hasta me golpeaba si me portaba mal o le irrespetaba, pero igual gracias a ella no me faltó nada económicamente por cuatro años, aprendí disciplina, estudié en diferentes colegios de diferentes departamentos (nos mudábamos cada seis meses por locuras suyas), y en mi cumpleaños número diez ella falleció por problemas cardiacos, aunque sé muy bien que más bien fue negligencia médica (otra vez)… Y después terminé en casa de un viejo cascarrabias muy sabio que fue el mejor amigo de mi abuela paterna toda la vida; es un viejo adinerado, viudo y solitario, el único hijo que tuvo murió muy joven y pues, por promesa de mi abuela me recibió en su casa, como si hubiera sido el hijo que perdió hace veinte años, aunque sonara extraño, pero fue la mano que me rescató de la caída libre en la que me encontré cuando falleció la única pariente cercana—mi padre no cuenta, repito, no he hablado con él, ni siquiera fue al funeral de su madre, el muy imbécil, creo que ni sabe que murió, no tengo como comunicarme con él—, yo estaba solo en el mundo, prácticamente, y ese viejo me ha mantenido y cuidado desde entonces, es como un verdadero papá para mí, y me ha enseñado muchas cosas buenas, es sorpresivamente sabio, y como me terminó de educar es que me convirtió en quien soy ahora, gracias a él fue que no me hundí en lo negativo de mi triste historia.
—¿Alguna vez no te deprimiste o sentiste una inmensa soledad por tantas perdidas? —pregunté, sintiéndome un poco identificada con él en una parte específica.
El rió y acarició mis nudillos, gesto que intentar ignorar fue imposible y me puso nerviosa. Su tacto repentino me sorprendió a pesar que estaba tan acostumbrada a que cualquier otro chico lo hiciera, ni que esto fuera un dorama, donde el tocarse las manos era el equivalente latino a abrazarse, y ni hablar de besarse… Ay. Borré esos pensamientos y me centré en lo que estaba diciendo Zedler.
—Claro que sí, por la muerte de mi abuela, fue un gran golpe para mí, pero el viejo—así le digo de cariño—me ayudó a superarlo, siempre me decía cosas como: «A pesar que su cuerpo se deteriora en una tumba, ella sigue viva en tus recuerdos y corazón», «Nadie es para siempre, ni nosotros mismos, ¿por qué lo serían otros?», «¿De qué sirve llorar todos los días por los muertos?, mejor disfruta tu vida y vívela lo mejor posible para que ellos se sientan orgullosos desde donde sea que sus almas descansen ahora», «A falta de amor, el fingir que lo tienes no está mal», «La soledad existe solo porque nosotros le damos vida, siempre ten presente que no estás solo y valora a cada persona que llegue a tu vida, por más pasajera resulte», me escuchaba, me daba mi tiempo y me comprendía, me encanta hablar con él, ¿sabes? Es genial, por él no me sentí solo, por él y que también yo era muy sociable, en mi naturaleza no existe la timidez, a lo que siempre estuve rodeado de amigos —contestó encogiéndose de hombros y soltando mi mano—. No me sentí solo y por los amigos que tuve tampoco me permití «deprimirme» por mucho tiempo, entre esos amigos está Lenin, y ya sabes cómo es él.
«Somos diferentes, él es amor y felicidad mientras que yo destrucción y tristeza», pensé rodeando mis piernas dobladas con mis brazos, «Oh, Lenin…».
—Que gran fortaleza mental, la admiro —susurré viendo a la pared gris con manchas de formas extrañas—. ¿Y qué te impulsó exactamente a fundar ese club? ¿Cómo conseguiste volverte un experto del amor y la sanación de dolores amorosos?
—No soy un experto, cada día aprendo más… Y no sé si lo notaste, pero me gusta mucho aprender de las experiencias, entonces, cuando tuve mi primer corazón roto por mi primera novia, en un punto sentí que necesitaba ayuda, estaba tan desolado… Pero lo logré superar vía consejos de múltiples personas, así que cuando estaba completamente bien, pensé: «¿Entonces así se sienten las personas después de un rompimiento? Es horrible, y si hubiera estado solo, siento que no lo hubiera superado nunca, ¿Todas las personas contaron con la dicha de tener alguien que los escuchara, que los aconsejara, que los reconfortara?», y mi amiga Alina me contó cómo se siente que no tengas a nadie que te apoye después de una ruptura, a lo que me decidí a fundar tal club, mi preciosa organización que comenzó como consejos de rupturas amorosas a través de papelillos y notas, después pasó que yo me enamoré de alguien no correspondido, un pesar que hasta ahora cargo, y busqué «la lección» a tal experiencia, conjugué con la de otros amigos y los consejos se expandieron a amores no correspondidos, y al desamor completo, a la soledad, y luego a diversos casos como ya sabrás, se esparcieron los rumores de tales servicios y la demanda hizo que se convirtiera en lo que es ahora mi club de Romper y Pegar corazones. Es mi proyecto de investigación y los profesores me dejan tenerlo como parte de mi tesis.
«Servimos como terapeutas no profesionales, pero con gran conocimiento en los temas abordados, tenemos diversas ideas para ayudar a cada individuo que nos pide ayuda según su personalidad y lo hacemos porque se siente bien, ayudar a los demás, se siente muy bien, está esa satisfacción creciente cada vez que veo a alguien que sonríe genuinamente después de haber llorado a mares, es como mi debilidad, además, de pequeño, mi abuela me enseñó a siempre ser servicial con los demás, a cuidarlos aunque no te lo pidan, y creo que también el haber aprendido a ser amable y agradecido recurren a mis razones de ayudar, cuando lo hago, también agradezco todo lo que he recibido: Mis amigos y al viejo —explicó con una sonrisa nostálgica.
Yo quedé sorprendida, sin palabras por un momento, intentando procesar todo lo que dijo y analizando cada palabra para sacar de ahí, gotas de su forma de ser.
—Que dicha la tuya, me hace preguntarme por qué alguien como tú pude tener tantas perdidas familiares, no las mereciste, mucho menos siendo un bebé.
—La vida es un océano de experiencias….
—Oh, no me salgas con que también eres un filósofo sabio conocedor del mundo tan joven y esas frases tan comerciales —comenté bromeando. Sentí un nudo en la garganta que amenazaba con crecer.
—Eso me gané por ser tan curioso y amante a atesorar lecciones, lo sé, soy un cliché andante —justificó sonriéndome, una sonrisa radiante derrite corazones.
—Interesante, eres interesante —declaré sonriéndole de la misma forma—. No podía esperar menos del pega corazones.
—Gracias, gracias —contestó posando una mano en el pecho dramáticamente—. Me conmueve que la rompe corazones reconozca que soy interesante.
—También reconozco que eres muy lindo —dije sin cuidado con un tono coqueto, quería probarlo, quería ver qué tipo de chico era y así saber la razón de cómo pudo resistirse a mis encantos superficiales hasta ahora.
Me sonrió con un poco de arrogancia: —Te lo advierto desde ahora, Julissa, no seré uno más en tu lista de corazones rotos.
Me encogí de hombros y reí. —Una lista larga, eh… Eso dicen algunos y terminan convirtiéndome en el amor de su vida, Lenin es un ejemplo.
Una expresión sombría cruzó por su rostro ante la mención de Lenin, pero fue un tanto fugaz, a lo que contestó: —Siempre me he preguntado, ¿Por qué la rompe corazones de la universidad, es una rompe corazones? ¿Qué ganas con jugar con los hombres a como lo haces? Además, que ahora, también quiero sabes más de ti.
—Te parecerá raro, pero, es algo que nace de mí, algo que no puedo controlar, se siente tan natural el ilusionar a tantos chicos, jugar con ellos, hacerme la indecisa, no tengo remordimientos de ello, nadie me ha roto el corazón hasta ahora, al menos ningún ser humano en un ámbito romántico, así que no es por venganza, ni por demostrar algo, y lo raro es que tampoco lo disfruto al máximo, ni me llena, siempre sigo con ese vacío emocional, es instintivo, algo en mi cabeza debe estar mal supongo, porque no es normal que sea capaz de romperle el corazón a tantos chicos sin razón justificable, y al mismo tiempo no sentir satisfacción emocional, sino que resulta una habilidad natural y te juro que hablo en serio…Es un vacío que no se llena con nada.
—Tranquila, ya te entendí —dijo Zedler acomodando su mochila en su regazo—. ¿Se parece a una necesidad involuntaria? ¿Tal lo es comer y respirar?
—Sí, definitivamente, aunque pintarlo así me hace sentir como una loca enferma —dudé mordiéndome el interior de la mejilla.
—Espero no sea alguna enfermedad, pero tampoco me hace pensar en que lo sea, porque quiero justificarlo de tal forma que parezca que no es tu culpa, es como una manera de ser para nada forzada o influenciada, comprendo cómo has de sentirte.
—Por fin alguien que no me hace sentir mal conmigo misma por lo que hago —dije sonriendo, una sonrisa sincera—. Aunque en realidad, nunca permito que nadie me haga sentir mal por mi personalidad por mucho tiempo, además, ambos estudiamos psicología, es obvio que me dijiste una de esas frases de semiología psicológica.
—Dime dos cosas, ¿Qué sucede con salir con tantos chicos? ¿Qué buscas en ellos para que duren lo que duran? —cuestionó con una expresión llena de intriga, ignorando mi último comentario.
No tuve que pensar mucho al responder. —Pues sé cómo hablar con ellos, hago que me respeten a cuestas, soy encantadora por naturaleza y dejo que ellos decidan cómo serán las citas, no me preocupo, a veces me divierto, otras me fatigo, así que depende el tipo con que salga, y a tu segunda pregunta… Me aburro rápido si es un chico cabeza hueca, o que solo le gusto por mi cuerpo, e incluso los que buscan algún ligue de una sola noche los mando a volar antes que termine el día; me gustan los chicos interesantes, profundos, que son inteligentes y tienen metas, sueños y propósitos en la vida, me gustan los que puedo entablar conversaciones intensas sobre algún tema que sea conocedora, desde series y películas hasta hechos históricos; si es un chico auténtico que llamó mi atención completa dura lo máximo dos meses, excepto Lenin, él ha marcado una diferencia enorme en mi vida amorosa, siempre es el «excepto…» a la hora de contar mis experiencias o preferencias, oh Dios, terminé hablando de él, lo siento, y como decía....
—Estás realmente enamorada de él —afirmó ladeando la cabeza—. Me lo esperaba, él está loco por ti, nunca había amado a alguien como lo ha hecho contigo a pesar de todo.
Suspiré. —No estoy, no del todo, enamorada de él. Además, estamos muy jóvenes como para saber si seremos capaces de amar a alguien más de la misma forma o con más intensidad. Nuevas personas pueden llegar cuando menos lo esperes y pensabas que ya habías conocido al amor de tu vida, por lo cual no creo que esté enamorada de él.
—Sí lo estás —insistió con una sonrisa burlona—. Eres evidente, aunque intentes ocultarlo, a pesar que salgas con tantos tipejos pendejos, oh, eso rimó… “Tipejos pendejos”, buenísima.
—Es como mi mejor amigo, lo quiero mucho, es verdad, y también ha sido un gran amor para mí, está bien, quizás esté un poquito enamorada de él, pero no del todo, porque entonces sería capaz de dejar de jugar con los hombres, ¿no?
—Sí es natural en ti, es probable que no logre incidir del todo, pero ya depende de ti —razonó despeinándose el oscuro cabello—. ¿Qué es lo que quieres?
—Que complicado no saber qué quiero, de todas formas, sé que lo mencioné porque tuvimos una discusión antes que viniera aquí… Y creo que lo perdí. —Le conté sobando mi cuello.
—Si quieres me puedes contar qué pasó, además, él lo hará cuando nos volvamos a ver, sabes que somos buenos amigos —sugirió Zedler, apartó mis manos de mi cuello y con la mirada me pidió permiso para masajearme, asentí con una risa sin gracia.
Empezó a masajearme el cuello, y sí que sabía lo que hacía. —Pues, él se cansó que fuera uno más de mis juguetes, pero lo que no le pude decir o no se me ocurrió fue que él jamás ha sido un juguete para mí, y es que no me entiende, no comprende cómo me siento por más le explique y aclare que le amo, pero no podemos estar oficialmente juntos, demás, él también disfruta de la relación que tenemos; por Dios, fue mi primera vez y es con el único que tengo sexo seguido —confesé negando con la cabeza—. Bueno excepto con algún par de chicos del Top20 porque estaban realmente buenos y me mojaron con solo palabras, pero eso no cuenta, je.
Zedler rió a carcajadas sin dejar de mover sus dedos agiles por mi piel, por un momento acarició una parte de mis hombros, causándome escalofríos. —Diablos, hablas tan naturalmente y sin vergüenza de tus acciones. Lo había pensado antes, pero acabo de confirmarlo.
—Pues claro, dah, por algo les gusto a muchos, soy una belleza por fuera y por dentro, aunque les rompa el corazón… Y no siempre soy sincera al hablar, ni natural, ¿Qué no se nota que ilusiono a los chicos?
—¿Qué te hace pensar que Lenin disfruta la relación por el sexo? ¿No has pensando que porque está enamorado de ti y prefiere de esa forma o nada? ¿Qué te necesita tanto como tú a él? —contestó a cambió. Noté su esfuerzo por mantener un tono neutro, pero por una milésima había fallado y me hizo sospechar.
—Pero igual, debería sentirse dichoso, ¿no? Tiene mi corazón.
—Tiene tu corazón, pero no a ti —respondió, su masaje empezaba a surtir efecto; la tensión desapareció por un instante y el dolor disminuyó.
—Maldito experto en el amor —susurré con un puchero—. ¿Qué me aconsejas?
—Si tanto lo quieres de vuelta a ti, recupéralo, con acciones, eso incluye dejar la putería —bromeó al final—. Con todo el respeto, no quise decir que eras una puta, no lo eres, y tampoco una mujer que lo fuera, tendría que ser un insulto...Mejor me callo.
Me aparté bruscamente de él y me levanté. —Da igual, estoy acostumbrada a ese tipo de comentarios y los ignoro porque mi consciencia está limpia… Gracias por el consejo y masaje.
—¿Lo harás? —dudó levantándose también. Me estiré poniéndome de puntillas y toqué con tres de mis dedos a la repisa cercana, odiaba no ser más alta—. ¿Dejarás de jugar con los chicos y lo elegirás?
Sonreí con arrogancia. —Por supuesto que no lo dejaré, ¿Cómo pudiste ser capaz de dudarlo en algún segundo?
—Qué lástima por Lenin, entonces —dijo simplemente, con un tono indiferente, pero su atractivo rostro reflejaba decepción total.
Yo estaba acostumbrada a esa mirada llena de decepción y sonreí de lado.
—De acuerdo, cambiemos de tema —agregó peinándose el cabello y viéndome de reojo—. ¿Historia familiar?
—Padres separados, mi papá se regresó a Gringolandia de donde provenía, no me quiso llevar con él por su mujer oficial, yo fui resultado de una aventura que tuvo con mi madre en San Juan del sur, él ya era casado y vino a Nicaragua por negocios que lo mantuvieron por 7 años aquí, viajaba con frecuencia para mantener las dos familias que tenía, por lo que cuando se separó de mi mamá, se negó a llevarme con él, obviamente.
«Y mi mamá vive con su tercer esposo en Masaya, no quería vivir con ella porque la odio, así que cuando se casó por tercera vez, tuve la oportunidad perfecta, porque su marido me odiaba también, y ella dejó que me fuera a vivir con una tía que, después, se suicidó cuando yo tenía quince, mi mamá no tenía más familia, por lo que la mejor amiga de mi tía se volvió mi tutora legal y mi papá me manda dolarucos por la demanda que le hizo mi mamá para que mantuviera, con mi tutora y mi prima, nos mudamos a Managua porque pasamos el examen de admisión de acá —conté con simpleza y sin emoción.
—¿Cuántos años tenías cuando se separaron?
—Cuatro, y oficialmente fue el día de mi cumpleaños, fue mi regalo —contesté con un dolor en el pecho—. Nunca supe lo que era tener a dos padres juntos en una familia normal.
—¿Te afectó mucho? —preguntó, con una gentileza y delicadeza que me gustó. Zedler tomó mi mano y entrelazó nuestros dedos, después apretó el agarre y agregó en voz baja: —Y sobre tu tía, lo siento mucho, y créeme que entiendo perfectamente el sentimiento de pérdida de un ser querido, ya lo confirmé.
Sonreí débilmente. —Tengo recuerdos borrosos cuando estaban juntos, y muchas fotos que ayudan, pero nunca me sentí en una familia, veo familias completas y siempre me encuentro anhelando haber experimentado algo así. Se ve tan lejano para mí, tan extraño, no lo lamento ni es un pesar que me acompañe siempre, es algo que ignoro. Y sobre mi tía Sol, la verdad que esperaba que lo hiciera, su marido la dejó por otra más joven y se la pasaba deprimida y encerrada en su mundo, pero yo no hice nada por ayudarla, era una niña con mis propios problemas, creo que por eso me decidí por la psicología, aunque eso significara morirse de hambre en este país.
—¿La extrañas?
—Extraño los cuentos nocturnos que nos leía a Callie y a mí, y su buen gallopinto con queso, tortilla, tomate y crema, ella exclusivamente se encargaba de mí en detalles como ese, extraño sus abrazos de cuando estaba asustada de los gatos que se peleaban en el techo de zinc de la casa en el barrio que vivíamos siendo una nena inocente que no sabía eso y por eso recibía sus palabras de aliento y tranquilizadoras, me hubiera gustado tenerla más tiempo conmigo, pero como tú dijiste: Nadie es eterno.
—Yo también extraño los cuentos de mi abuela Lilian —comentó sin soltar mi mano—. ¿Y cómo fue tu tía Sol?
—Era una mujer amable, inteligente para los negocios, dulce, muy frágil y muy sensible, pero me cuidó como otra hija, fue como una segunda madre, aunque yo no sentí la calidez materna porque también tenía un enorme favoritismo con su hija, Callie, obviamente; su muerte fue repentina, pero esperada al pasar todo un año deprimida por la pérdida del amor de su vida, murió por desamor, se suicidó por desamor —conté con una tristeza inmensa en mi corazón.
Y solo yo sabía muy en el fondo que por ella había sido que mi costumbre de jugar con los hombres había incrementado. Pero eso no lo admitiría ante nadie, ni a mí misma. Esa pequeña nube gris que rondaba por mi cielo de pensamientos cuando me concentraba en hallar las razones de mi comportamiento, por lo que no estaba comprobado que por eso fuese, simplemente me basaba en el factor tiempo para declararlo.
Siempre me sentí sola, toda mi vida consistió en una soledad eterna y melancólica, las experiencias ajenas me hicieron aislarme y encerrar mi corazón en una caja, por el miedo a sufrir lo mismo, encerré mis sentimientos en una celda y lancé la llave al mar hace años, no la recuperaría nunca y siempre me tropezaría con ese vacío, en el cual no puedo confiar en nadie porque al fin y al cabo, todos terminan abandóname.
Por eso prefiero abandonarlos primero, por eso no controlo el estar con tantos chicos y solo lo veo como un juego que me entretiene y que me hace pensar de vez en cuando, “¿Así se sintió mi papá? ¿Lo mismo habrá dicho el esposo de mi tía?”, en mi familia solo conocía los casos que terminaban en soledad, no había amor, ni calidez de familia, ¿realmente podría llamarlos familia? Me encontraba en una caída libre, tratando de sobrevivir por mi cuenta, lo único que tenía era un “amor a mi misma”, ya que nadie más me lo daría. Ni los chicos, ni las personas con las que pudiera compartir algún vínculo.
Siempre estaría sola. Sin amor, sin compasión.
Solo me tenía a mi misma y a nadie más.
—Sin palabras —susurró, viendo directo al balde con escobas y trapeadores en una esquina izquierda del pequeño cuarto de limpieza.
—En realidad tienes palabras, pero te preguntas si sonarán hirientes porque tienes una opinión muy establecida sobre la valoración de la vida, y cuestionas a quienes no tienen el mismo aprecio a la existencia como vos —respondí exhalando.
—Me descubriste… Sí, ¿cómo sabes eso? Déjame adivinar: Mi forma de pensar induce a la probabilidad de llegar a tener tal opinión —murmuró viéndome de nuevo directo a los ojos, asentí en respuesta y agregó: —. Tienes unos ojos muy bonitos y cautivadores, ¿Por qué hasta ahora me di cuenta de ello? Y su brillo es hermoso, es como si brillarás más que una estrella… Me gustan las estrellas.
Me agradó que cambiáramos de tema, además que sentí un alivio enorme al desahogar mi «historia familiar» con alguien que me entendía a la perfección, a sabiendas que no habíamos intimado mucho en el pasado. Sin embargo, eso no significaba que cambiara el sentimiento de rareza ante toda la situación que ambos nos encontramos.
Repito: todo era raro, nunca habíamos dedicado mucho tiempo en hablar ni conocernos, no tuvimos razones para establecer una conversación como amigos, no tuvimos razones para ser amigos, nada nos unió realmente ni entrelazó nuestros destinos.
Nada lo había hecho hasta ese día.
Y pensé, «¿Realmente se necesitan razones para ser amigo de alguien?».
Aparté mi vista y suspiré con una leve sonrisa. —Esos son los efectos del aburrimiento, donde descubres cosas que estuvieron enfrente de ti todo el tiempo, pero no lo notaste porque siempre estuviste distraído en otras cosas mucho más importantes.
—Vaya, que vista tan mala tuve, debería ir al optometrista —replicó bromeando—. Este «aburrimiento» fue como si me hubieran dado lentes nuevos que me permiten enfocar más de un punto cercano, en tu caso, más allá de tu fama escolar —respondió él viéndome fijamente—. Acabo de aprender algo ahorita mismo.
—¿Qué cosa? —dije sosteniendo su mirada, dejándome sin aliento y confundiendo a mis sentimientos.
—No creas conocer a una persona por lo que dice la gente.
—Wow, que descubrimiento, joven Cristóbal Colón. —Mi tono irradió un sarcasmo bromista que provocó una sonrisa en su suave rostro.
Se me había olvidado que estábamos todavía de pie, a lo que me senté y él también, sin apartar sus ojos de los míos.
Su mirada azulada no era de admiración, mucho menos de amor; era complicada, una mezcla entre buscar pistas para responder un misterio y la reacción después del descubrimiento de nuevas cosas, cosas que no se podían decidir si eran malas o maravillosas en el mismo instante.
Me gustaba como me miraba, provocaba diferentes sensaciones en mi interior mientras intentaba concentrarme en mantenerle la mirada.
—¿Qué tanto me ves? Sé que soy guapa y todo, pero tú… No me observas como si admiraras mi belleza, cosa que hacen los demás, ¿Qué es esa mirada exactamente? ¿Qué quiere delatar? ¿Qué pensamientos sondean por tu cerebro al verme así?
—Haces muchas preguntas —respondió a cambio acercando su rostro al mío, cinco centímetros separaban a nuestros labios, tanto que pude sentir su aliento cálido al decir: —¿Qué harías si te besara en este momento?
—¿No que no ibas a ser uno de mi larga lista de corazones rotos? —susurré viendo sus labios y sintiendo de repente secos a los míos.
—Acabo de decidirlo. No seré uno más en tu lista, porque te enamoraré lo suficiente para marcar una diferencia, una mayor que la de Lenin, seré la razón de tus insomnios, te haré perder la cordura, me volveré loco por ti y tú por mí, haré que tus suspiros sean por mí, me robaré tu corazón, entrelazaré a nuestras almas, te haré sentir cosas que ni Lenin te ha hecho sentir, y si me preguntas cómo lo lograré, haré lo mismo que tú haces con Lenin… Te romperé y me amarás.
Y me besó.
Para mi sorpresa, no lo aparté, y profundicé el beso, se sintió tan bien, hasta que el tacto de sus suaves labios derritió algo en mi interior, su lengua sabía moverse al compás de la mía, en un principio, vacilantes, al final, una dulce danza traducida en caricias exploratorias al nuevo territorio conquistado. Sabía a sal, a sal y una pizca de dulzura extraña.
Un beso lento e intenso que solo era comparable con los de Lenin. Y los de él eran especiales, eran diferentes.
Una presión en mi pecho creció, mis piernas flaquearon, por primera vez no sabía a qué estaba jugando y mi cabeza solo pudo pensar en sus últimas palabras: «Te romperé y me amarás».