Te vi

3. "Esto me olía a chamusquina".

¿En esta familia todo el mundo era guapo? Me sentía fea entre tanta belleza. El no-camarero, que ahora sabía que se llamaba Derek y que era el hermano de Harry, era increíble. Su pelo era de un rubio muy oscuro casi castaño, sus ojos eran verdes al igual que su hermano pero ellos me transmitían más sensaciones inexplicables que hacían que mi corazón latiera más rápido de lo normal. Por un momento pensé que iba a vomitar, pero recordé que mi madre me contó una vez que así se sentía esas mariposas en el estómago que se suponía que sentías cuando veías a tu crush. Estaba vestido con un traje azul marino muy elegante y caro, una camisa blanca con los tres primeros botones desabrochados y unos zapatos italianos que deben costar más que todas mis pertenencias juntas. Me sacaba cinco cabezas, debía de medir uno noventa o por ahí. Y he confundido a este adonis con un camarero y encima él me había traído la Coca-Cola que le pedí. Mi rostro enrojeció de vergüenza máxima y Derek me regaló una sonrisa torcida aún con la copa en su mano.

—Me tengo que ir. Encantada de conocerte. Nos vemos luego. Adiós.

— ¡Daisy!

Hui de allí hundida en la vergüenza en la que estaba sin hacerle caso a la llamada confusa de Harry. ¿Por qué era tan yo? He hecho el ridículo y no sé dónde meterme para ocultar mi asquerosa cara. Abandoné el jardín trasero y entré en la casa, subí las grandes escaleras y corrí a mi habitación para encerrarme allí. Luego de haber cerrado con pestillo, me eché en la cama y me tapé la cara con la almohada para ahogar un grito de frustración. ¿Ahora cómo podría mirarle a la cara después de este vergonzoso momento? ¿Por qué me odias tanto Dios? ¿Por qué? Tierra trágame y escúpeme en el Caribe. Allí por lo menos estaría mejor, tumbada en una hamaca con una bebida de coco en la mano mientras que chicos guapos abanicando mi sudoroso cuerpo. ¡Ya sé qué tengo fantasías raras, no me juzgues! Yo al menos no sueño con que One Direcction se vuelvan a juntar ¡Ja!

— ¿Daisy? —la voz preocupada de Stella sonó detrás de la puerta. —¿Te encuentras bien?

Como para estarlo después de haber hecho la más grande de las tonterías existentes en este planeta al que llamamos Tierra.

—Me duele la cabeza pero no te preocupes, me he tomado una aspirina y seguro que se me pasa.

Me sentía mal mintiendo pero no iba a permitir que mi momento de vergüenza sea motivo de burla para que se estuviera riendo hasta finales de año como pasó con lo de Jared. ¿Hacía falta qué te lo cuente? Eres un cotilla, ¿lo sabías? Jared era un chico con el cuál tuve un enamoramiento muy tonto pero él no me hacía ningún caso. Lo conocí en mi último año de piano en el conservatorio dónde estudiaba y desde que lo vi me enamoré enfermizamente de él. No te voy a engañar, en aquellos tiempos solo me faltaba matar a todas las chicas que se le acercaban para ser una verdadera Yandere Simulator. Pero por suerte no me dio esa vena asesina y superé ese amor tonto. Ahora contaré lo vergonzoso: grité que me gustaba mucho en voz muy alta sin darme cuenta de que él estaba allí. Se río de mí y yo no fui a clases durante una semana entera. La mala de Stella se estuvo riendo hasta año nuevo. ¿Ahora me comprendes mi razón por la cual no quería decirle nada?

—Avísame si quieres algo, ¿vale?

—Vale.

Stella se fue. Lo supe por el ruido de sus tacones alejándose de la puerta. Me puse de pie y fui al baño, me miré en el espejo—me tuve que volver a subir al banquito. No te rías— y vi que mis mejillas aún estaban rojas. Lancé un gemido de frustración. ¿Por qué fui tan tonta? Era obvio que alguien con aquel porte tan elegante no era un camarero, pero es que iba del mismo color ¡no había sido mi culpa! «Sí Daisy, tu culpa al color para que no vean que eres estúpida, seguro que se lo creen.» ¡Haber, haber! ¿Quién contrató a los camareros? Stella. ¿Y quién había elegido el vestuario de ellos? Stella. ¡Así qué la culpa era de Stella! Asunto cerrado.

Me quité el vestido y las manoletinas. Me puse ropa cómoda: unos shorts rosas y una camiseta de manga corta del grupo 1975. Cogí mi pequeño cuaderno y continúe escribiendo la canción que empecé hace una semana. Eché de menos a mí guitarra para acompañarme en la letra y en ese entonces recordé que Stella me dijo que había un piano en la casa. Concretamente, en la salita del café. Una cosa, ¿una salita del café, en serio? Se creían que eran Downtown Abbey o qué.

Salí de mi habitación con el cuaderno y un bolígrafo en mi mano no sin antes ponerme unos botines blancos para no andar descalza por la casa. Todo el mundo estaba en el jardín así que no habría peligro de que me vieran tocar. No me gustaba que me vieran cantar ni tocar la guitarra o el piano, todo esto se debía a un horroroso miedo escénico que me amenazaba desde pequeña.



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En el texto hay: humor, amor, millonario

Editado: 09.10.2018

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