Derek
Desde que vi a Daisy no he parado de pensar en ella. Todo su cuerpo desprende un imán de curiosidad que me atrae a ella sin remediarlo—aunque tampoco era que me resistiera en absoluto—, tenía que conocerla más a fondo.
Me arreglé con ropa bastante cómoda; me puse unos simples vaqueros y una camiseta de manga corta blanca que se ajustaba bastante bien a mi cuerpo. Me la puse a conciencia ya que si quería que ella se fijase en mí—que estaba difícil el asunto, porque ella era demasiado preciosa—, tenía que usar mis mejores armas de seducción para conseguir si quiera una mísera mirada. Por lo poco que he visto, Daisy es bastante tímida y vergonzosa—un claro ejemplo de ello era la manera que escapó el día del malentendido del cóctel—así que tendré que tener cuidado para no asustarla.
Bajé las escaleras para ir a la cocina. Para mi sorpresa me encontré a Martha conversando animadamente con Daisy mientras esta la ayudaba a fregar los platos—Martha lavaba y Daisy secaba. Sonreí suavemente al percatarme de que Daisy se haya tenido que subir a un pequeño banquito para poder llegar bien al mueble y así colocar los platos. Era muy pequeña, no debía llegar al uno sesenta de estatura, y eso la hacía ver muy tierna.
Lentamente me acerqué a la encimera, y me senté en uno de los taburetes para observarlas hablar. Ellas no se habían dado cuenta de mi presencia, por lo que pude deleitarme viendo a la pequeña que no salía de mi mente desde hacía muy poco tiempo. Sus piernas estaban al descubierto y me percaté de que tenía pequeños lunares en ellas. Me entraron unas terribles ganas de besar cada uno de ellos.
—¡Derek! ¿Por qué no has dicho nada? —Martha me había descubierto y a regañadientes tuve que quitar mi mirada de Daisy para mirarla a ella. Estaba con los brazos en jarra y con el ceño fruncido. —Ahora te prepararé el desayuno… ¡Daisy!
No sabía cómo había sido tan rápido pero lo fui. Todo pasó a cámara lenta, cuando Daisy me vio, se tambaleó en el banquito y su cuerpo perdió el equilibro. Actué antes de que se diera con el suelo.
—¡Joder! —exclamó, estando en mis brazos. Sus ojos se iban a salir de las cuencas de los saltones que estaban y su boca estaba abierta por el asombro. Se levantó sola y rechazando mi ayuda, y bufó para sí misma. —Haciendo el ridículo desde 1994, Daisy—dijo para ella, con cara de fastidio. Sonreí. Me miró de reojo—Gracias.
Me encogí de hombros aun sonriendo.
—No es nada.
—Daisy, ¿estás bien? —Martha se acercó a ella preocupada. —Casi te das un buen golpe. Si no llega a ser por Derek, te habrías hecho daño.
Daisy rodó sus ojos.
—Prefería haberme hecho daño.
—¡Pero qué dices mujer!
En ese momento, Harry entró en la cocina. Estaba aún en pijama—para no variar—y despeinado. Soltó un gran bostezo abriendo toda su boca sin hacer el mínimo gesto de tapársela con su mano en un gesto de educación.
—Harry la mano—le reprendí irritado de que sea un inmaduro.
—¿Qué pasa con mi mano? —se miró la mano confuso, sin saber de que estaba hablando. Gruñí. —Está limpia.
—Déjalo.
Lo dejé en la cocina al ver como Daisy se iba. Fui detrás de ella y la cogí del brazo para pararla. Se giró y abrió su boca para decir algo, pero la cerró casi al instante.
—Daisy, ¿hasta cuándo vas a estar evitándome?
Ella me miró indignada.
—Yo no te evito.
Me reí por su nefasta habilidad para mentir.
—Sí, y yo soy el hermano de Brad Pitt—dije sarcástico. Ella rodó sus ojos y bufo con la cara hecha un tomate. Suspiré profundamente y añadí sin rastro de ironía: —Mira, te pido perdón por ponerte incomoda cada vez que me acerco a ti. No es mi intención hacerlo, de verdad, solo quiero que seamos amigos. Me gustaría que nos llevásemos bien.
Daisy me miró con sus ojos entre cerrados. Estaba seguro que estaba sospechando de mis buenas intenciones para con ella y por un momento deseé parecerme a un ogro por tal de que dejase de mirarme de aquella forma.
Luego de lo que pareció una eternidad, Daisy suspiró y extendió la mano para que la estrecháramos. Y yo, muy contento—faltaría más—, se la acepté. Su mano era muy pequeña comparada con la mía y eso me encantó. Tenía la piel muy suave y desde aquí podía oler su perfume con olor a melocotón. Desde ahora, mi fruta favorita era el melocotón.
—¿Amigos? —pregunta aun estando indecisa.
—Amigos—le confirmé apretando su pequeña mano.
(…)
Nos encontrábamos en el jardín—lugar donde se iba a celebrar la boda de Harry—, con el padre Patrick ultimando los últimos ensayos antes de la boda. El padre estaba colocado de pie junto al bordillo de la piscina, estaba vestido con su habitual toga negra y le habían salido más canas a su oscuro negro. Estaba regañando a mi padre por estar comiendo mientras que él nos explicaba la importancia del matrimonio.