Derek
Harry se había ido corriendo hacía dentro de casa sin darme tiempo de ir a detenerlo. ¿Y ahora que iba a hacer? En un inicio, no me iba a convertir en algo que no era para gustarle a una mujer pero luego recordaba que Daisy era la mujer, y se me pasó. Nunca me había pasado esto con otra mujer. Y me asusta y me da un vuelco al corazón de emoción al mismo tiempo. Podía, solo por un momento, que Daisy fuera esa “mujer”; y no iba a dejar pasar la oportunidad de encontrar al amor verdadero.
—Hola.
Vuelvo al mundo real y dejo de fantasear, al ver como Daisy se sienta a mi lado. Me sonríe y coge una Coca-Cola para ella.
—Hola—mi voz salió demasiado aguda sin querer, así que carraspeé y volví a repetir mi saludo: —Hola.
Deja de mirarla como si fueras estúpido.
Pensándolo mejor, ya era un estúpido con lo que acababa de hacer así que ya que.
—Bonita noche, ¿verdad? —dijo mirando al cielo, pero yo la miré a ella. Ella sí que era bonita.
—Sí, preciosa.
Daisy suspiró y me volvió a mirar, antes de que se diera cuenta de que estuve viéndola todo el rato, giré mi cara hacia la barbacoa. Sentía sus ojos escrutándome todo el rostro. Por primera vez, me sentí nervioso, parecía un adolescente en su primera cita. Sí esto seguía así, no sabía si iba a sobrevivir a cada vuelco al corazón provocado por ella.
(…)
Amaneció nublado pero igualmente hacía calor. Corría un aire caliente que cuando chocaba contra tu rostro, te entraban ganas de entrar en casa y encender el aire acondicionado. Eran las desventajas del verano. Yo odiaba el verano.
—Harry hace calor y quiero volver a casa—le dije por quinta vez.
Mi hermano pequeño me había obligado a salir de la cama a las seis de la mañana—un poco extraño viniendo de él. Y hasta le propuse ponerle el termómetro por sí estaba enfermo pero no me dejó—, me montó en su coche y condujo hasta el parque más cercano. Algunas personas corrían haciendo footing, otras paseaban a sus perros o estaban tumbadas en la hierba bajo la sombra de un buen árbol.
—Deja de protestar—dijo sin mirarme—, ¡ahí viene Bill!
Bill era la razón por la que me había levantado a las seis de la mañana. Era un amigo de Harry que vestía siempre como si se hubiera salido de películas malas de moteros. Tenía el pelo largo y rubio, atado en una coleta, ojos marrones y duros que transmitían mal rollo sí los mirabas y su cuerpo era comparable con las estructuras de ocho armarios juntos. Me daba miedo aunque me había demostrado que era un cacho pan a pesar de su apariencia dura.
Bill paró su moto a un lado de la acera dónde nos encontrábamos, era una Harley nuevecita. No entendía mucho de motos, pero sabía que era muy buena… O al menos eso dicen los moteros. ¡Yo que sabía si nunca había estado en un club de moteros! La única vez que me uní a un grupo fue cuando mamá me apuntó en los Boy Scout y solo conseguí una medalla por haber ayudado a ancianos a cruzar la calle y un sarpullido.
—Todavía flipo cuando veo tu moto, tío—le dijo Harry sin quitarle los ojos de encima a su Harley.
—Y no te imaginas lo que es montarla, tío.
Ya me estaba cansando de tantos “flipo” y de tantos “tío”. Me sentía incómodo entre aquellos dos, no pintaba nada. Luego de unos largos minutos, acordaron que me dejaría la moto esta tarde, a lo que yo protesté en el camino de vuelta a casa.
—No pienso montarme en esa cosa.
—¡Sí lo vas a hacer! —aseguró, seguro de sí mismo, sin mirarme ya que estaba concentrado en la carretera.
Llegó las cinco de la tarde—hora en que Harry y su amigo Bill habían quedado—, y no había visto a Daisy en todo el día. Mamá me dijo que se había ido con Stella a elegir sus flores y que no volverían hasta las ocho o nueve de la noche. Parecía estúpido, pero la eché de menos. No paré de pensar en ella en todo el día y al ver que no estaba, me cayó un balde de agua fría por todo mi cuerpo.
Alejé esos pensamientos de mi mente, y presté atención a la imagen que me devolvía el espejo de mi habitación. Harry se había empeñado en que me pusiera una chaqueta de cuero nueva—me costó una pasta, todo hay que decirlo—, unos pantalones negros y una camiseta blanca. Él tenía pensado echarme un montón de gomina en el pelo, pero no se lo permití. Sería demasiado. Para ser sincero conmigo mismo, me veía hecho un cuadro. No me pegaba para nada la versión de chico-malo y estaba muy ridículo.
Harry entró en mi habitación.
—¿Estás listo? —me preguntó, lleno de emoción. Parecía una adolescente a punto de hablar con el chico que le gusta. Me miró de arriba abajo y sonrió. —Estás espectacular hermanito.