“¡Por qué siempre el mismo cuento, Victoria! Sabes que te amo e insistes en que no es cierto. Dime, ¿he hecho algo alguna vez que te hiciera pensar que no es así? ¿Alguna vez te he sido infiel? ¿Siquiera he mirado a otra mujer como te miro a ti? Estoy tan cansado de decirte que en mi corazón la única eres tú. ¡Maldición! Será mejor que salga un rato, necesito despejarme y olvidar este trago amargo.”
Siempre discutíamos por lo mismo. Por mi culpa. Era un cuento de nunca acabar. Esa maldita obsesión mía de creer que Pablo no me amaba me rondaba siempre en la mente como un fantasma vagando eternamente en una mansión deshabitada sin desaparecer nunca y sorpresivamente apareciendo siempre.
Qué difícil fue decirle adiós.
Esa última vez traté de mostrarme ruda, fuerte, decidida, pero por dentro me sentía débil y aterrada. Deseaba no haber tenido que decirle ninguna de aquellas palabras que en ese momento escupía por la boca.
Estaba dolida, amargada, insegura, pero sabía que ya no podía más. Cada vez que me hablaba de sus sentimientos, cada vez que me demostraba cuánto me amaba, la duda y la desconfianza se imponían. Pero es que es me es imposible luchar contra ellas porque crecí con ellas y experimenté situaciones que me hicieron dudar de todo el amor que me profesaban.
Qué más me hubiera gustado que creer ciegamente en Pablo, pero ¿cómo se vive con el miedo al desengaño? ¿cómo se vive con el miedo a la traición, a la mentira, al dolor? Y no tiene nada que ver con que Pablo hubiese hecho algo malo, pero en mi mente se clavaban como alfileres en un alfiletero pensamientos distorsionados que me ocasionaban toda clase de paranoias y me traían a la memoria recuerdos que creía haber enterrado, recuerdos que ni siquiera tenían que ver con él sino más bien con un pasado lejano que hubiera deseado que se quedara allí, lejos de mi alcance.
Teníamos tantos sueños, teníamos tanto amor. Jamás creí que el fin de nuestra historia de amor fuera tan triste. ¿Por qué permití que fuese así? ¿Por qué, si yo no quería irme de su lado? Y sé que fue mi culpa. Quizás siempre fue así.
Hubiera deseado que me detuviera. Que no se hubiera dado por vencido, porque yo necesitaba una vez más que él me dijera cuánto me amaba, que entendiera lo vital que era para mí oírlo decir “te amo” y sin embargo solo se quedó allí, en silencio.
Simplemente me dejó ir.
¿Qué estará haciendo ahora?
Yo no puedo dejarlo ir. Aunque no estemos juntos, su recuerdo perdura en mi alma, está grabado a fuego en cada fibra de mi ser. Lo extraño de una manera inconcebible. Su aroma, su aliento, sus manos, sus ojos, sus caricias, su voz. Todo.
¿Por qué ni siquiera lo dejé hablar? ¿Por qué me dejé vencer por malos pensamientos? Quizás si él hubiese sido un mal hombre, infiel, arrogante o mentiroso hubiera podido echar mano a cualquier excusa para irme de su lado y ni siquiera me hubiera dolido, pero el caso es que Pablo no era nada de eso. Era el mejor hombre que alguna vez hubiera podido conocer, tan bueno, cariñoso, romántico, fiel, humilde, apasionado, simple.
Ahora que lo pienso, él tenía todas las excusas posibles para haberme abandonado a mí, para haberse aburrido, para haberse fijado en otra, para hacer lo mismo que…….
Da igual. La cosa es que no lo hizo a pesar de yo ser como soy.
¿Lo volveré a ver alguna vez?
A veces pienso que ni se debe de acordar de mí, que debe de haber dado vuelta la página y que tan solo soy un mal recuerdo, y es ahí cuando una opresión en mi pecho aflora y me duele todo el cuerpo porque me veo imposibilitada de olvidar, de dejar de amar.
Lo amé. Aún lo hago.
Mi cuerpo necesita cada centímetro del suyo. Necesita su presencia para poder vivir. ¡Dios! Si solo pudiera volver el tiempo atrás, ¡cuántas cosas haría de manera distinta!
Lucharía más, no con él, ni por él, sino conmigo misma, por derribar todas esas murallas que fui levantando y que me cercaron hasta el punto de sofocarme en la miseria.
¿Se habrá enamorado de nuevo?
Quizás.
Un momento. ¿Dije enamorado? ¿Es que acaso estoy reconociendo que lo estuvo alguna vez de mí? ¡Sí, maldición! ¡Sí! lo estuvo. Por qué no fui capaz de verlo hasta ahora que ya todo está perdido.
Pero….… ¿y si no? ¿y si aún estoy a tiempo? ¿y si aún me ama?
Mi cabeza no para de pensar. Estoy aquí, en este lugar tan mágico, tan único, tan añorado por los dos. No puedo evitar pensar que sería maravilloso que él estuviera aquí, conmigo. Pero fui yo la que me fui. Lo lógico es que sea yo la que vuelva, la que lo busque, la que se la juegue por él.
¡Sí!, lo haré. Volveré a él y esta vez no me iré de su lado. Si aún me ama, le daré mi vida entera. Le daré la felicidad completa que él tanto deseaba y nunca pude darle a plenitud.
Si el destino quiere darme una última oportunidad, ruego que sea ahora que retorno a mi hogar, nuestro hogar, a él, a mi Pablo.