Christian conducía el jeep negro mientras miraba a Lizbeth de reojo, que estaba sentada en el asiento delantero. Por mucho que su lógica le dijera que no debería mirarla de esta manera, su corazón no dejaba de latir incontrolablemente. Durante varios minutos logró concentrar su mente en el camino y no en la mujer diabólica. El tiempo que su guardaespaldas conducía, Lizbeth estaba pensando en el colgante de su madre. Quería saber la verdad sobre su muerte. Y si no murió, ¿qué sucedió con ella? Las posibilidades de haber enviado ella ese colgante eran muchas. Si quería averiguar más sobre Agnes Heat, tenía que buscar la biblioteca en el sótano de la mansión.
Lo haré tan pronto como regresemos del centro comercial, pensó.
“Señorita, llegamos.” Mencionó Christian alejando a la chica de sus pensamientos.
El hombre sacó el cinturón de seguridad y, después de que apagó el motor, corrió para abrir la puerta del copiloto antes de que la chica pudiera hacerlo. Lizbeth le sonrió y agarrando la mano de su guardia bajó con su ayuda. Tragó con dificultad cuando sus senos se revelaron delante de sus ojos. Tenía que controlarse, porque lo que pasaba por su mente era un pensamiento equivocado. Estaba prohibido.
“Christian, ¿estás bien?”. Preguntó la mujer rubia mientras arreglaba su vestido, que se había subido causando una agitación en su guardaespaldas.
“Muy bien señorita, ¿por qué lo pregunta?”. Tenía la curiosidad de saber, porque lo más probable era que se haya dado cuenta.
“Estas pálido.” Liz examinó su rostro mientras él miraba en otro lugar que no fuera la mujer diabólica.
Y desde ese momento, Christian no volvió a hablar con Lizbeth. Después de una hora en las tiendas, la chica finalmente terminó comprando un vestido hermoso y bastante provocativo. Mientras ella lo llevaba y se miraba en el espejo, Christian no podía apartar los ojos de su cuerpo. Con su belleza lo hechizaba y con el paso de los días, más confirmaba que no había regreso. Estaba perdido en un camino que no sabía cómo regresar, en el camino del amor.
Caminaban en el centro comercial hasta que se escuchó el estómago de la chica. Estaba hambrienta. Sin hacer ninguna señal a su guardaespaldas, corrió hacia un restaurante italiano que se encontraba en la esquina. Christian gruñó y corrió como un perrito detrás de ella. Cuando la mujer se alejaba, él tenía miedo. En un lugar como ese no era difícil secuestrarte. Nadie se daría cuenta, ya que había miles de personas en el edificio. Se puso de pie, frente a ella, a unos metros de la mesa donde ella estaba sentada. Entonces, Lizbeth levantó la vista de su móvil. En su rostro apareció una amplia sonrisa, una sonrisa que volvió loco a Christian. Otra vez esa mirada que quemaba a sus entrañas, la misma que dirigía sus pensamientos cuesta abajo. Tenía que poner fin a todo esto.
"Señorita, me gustaría hablar con usted." Dijo con voz temblorosa, después de que se había acercado a la mesa lo suficiente para que Lizbeth escuchara sus palabras.
“Primero siéntate conmigo, no quiero que se den cuenta que eres un escolta, a pesar de que fácilmente podrían darse cuenta.” Dijo la chica y Christian asintió positivamente. Después de que se sentara, ella continuó: "¿Ha pasado algo? >> Preguntó preocupada.
¿Y si notó algo extraño? ¿Y si alguien los estaba observando? Pensó ella.
“No, no se preocupe. Básicamente, lo que quería decirle es que me voy a ir.” Al fin había logrado soltar esas palabras que se habían atascado en su garganta.
Lizbeth lo miró con los ojos desorbitados sin creer que escucharía tales palabras de su amigo más confiable, porque Christian aparte de su protector también era un muy buen amigo. Aunque le ocultaba secretos, por ejemplo, que el mafioso hizo un acuerdo con su padre años atrás, era el único que sabía sobre el colgante de su madre y sobre los extraños sentimientos que comenzaban a rodear su corazón desde el momento en que vio a ese hombre misterioso.
“¿Te vas a ir?” Susurró teniendo miedo. Si Christian se fuera, estaría sin protección. “¿Te refieres a unos días no?” Preguntó tímidamente cubriendo su mano, que estaba sobre la superficie de la mesa, con la de ella.
El hombre dejó escapar un suspiro y luego respondió: "Renunciaré señorita.”
Tan pronto como el grito se escapó de los labios de Liz, su guardaespaldas retiró la mano de la suya. Aunque la mujer había entendido el repentino cambio en Christian, no le dio importancia.