Ella estaba corriendo por las escaleras empujando a la gente delante de ella. Ni siquiera pensó en las consecuencias de su huida. Aris se pondría furioso con ella.
Cuando finalmente llegó al estacionamiento subterráneo, se detuvo para respirar profundamente. Pero, no tardó mucho porque el ruido de las escaleras le decían que alguien se acercaba. Christian, si no empezaba a correr de nuevo, conseguiría atraparla. Se dirigió hacia el auto y cuando llegó allí, recordó que las llaves las tenía su guardaespaldas. Que estúpida era, era lógico que él las tuviera ya que era Christian quien conducía. Gruñó y golpeó la mano en el capó del coche. De repente, la puerta del auto adyacente se abrió y un hombre en traje bajó. Lizbeth no lo notó porque tenía la mirada en el suelo. El hombre abrió la puerta del asiento trasero después de haber cerrado la suya, y un hombre joven castaño se puso de pie.
“Hermosa, ¿estás bien?” Preguntó el joven, pero la chica no respondió.
El joven miró a su guardaespaldas, y él simplemente levantó sus hombros. Dio un paso adelante para acercarse a ella, pero el hombre se lo prohibió. Tenía que protegerlo de todo. ¿Y si esta mujer quería herirlo? El que se acercó a la rubia era el guardaespaldas del joven. Su mano tocó su hombro e inmediatamente Lizbeth trató de protegerse ya que Christian no estaba con ella. Giró hacia el hombre mientras la palma de su mano se levantaba con el propósito de estamparla contra su mejilla. El protector del chico estaba en alerta. Agarró a la chica de la muñeca y empujándola hacia el capó del coche, la inmovilizó. Normalmente no tenía distancias tan cercanas con el sexo femenino, pero esta vez era necesario.
“¿Quién eres? ¿Qué quieres de Demetrio?” Su voz era de tono salvaje, pero ni siquiera eso la hizo mirarlo a los ojos.
Lizbeth tenía miedo de enfrentar al hombre que la había rodeado, por eso que tanto como podía escondía el rostro con su pelo.
“¡Ni siquiera lo conozco!” Gritó la chica aterrorizada.
“Nicholas, realmente puede no saber.” Dijo su protegido.
“Hago mi trabajo, Demetrio.” Dijo, y el joven quedó en silencio.
Nicholas se acercó quedando tan cerca de ella que su respiración chocaba en su rostro, y le susurró: “Tienes dos opciones, o hablarás, o te arrepentirás el momento en que cruzaste en mi camino.”
Lizbeth se estremeció, no por miedo, sino porque sentía que el musculoso cuerpo del hombre dominaba el suyo.
“No le entiendo.” Dijo en un hilo de voz.
Nicholas rió y presionó su cuerpo aún más al suyo. Envolvió su mano alrededor de su cintura y la chica se sorprendió.
“A ver, quien será la mujer que observaba a Demetrio.” Dijo el guardaespaldas haciendo un lado los mechones de pelo que cubrían su rostro.
Nicholas quedó aturdido cuando vio esos ojos que hacían que no conciliara el sueño por las noches. Esa mirada de la mujer diabólica.
“¿Tu de nuevo?” Murmuró Liz y a continuación, lo empujó lejos de ella. “¡No puedo creerlo! ¿Me estás siguiendo?” Levantó el tono de su voz.
Nicholas se echó a reír de nuevo y la chica frunció el ceño.
“¿Yo, siguiéndole? No me haga reír.” Dijo él nervioso.
“¿Porque, qué tengo?” Lizbeth se acercó a Nicholas sin saber lo que le causaba.
El guardaespaldas tragó con dificultad y cuando estaba a punto de hablar, básicamente, a discutir con ella, un ruido lo obligó a girar para ver por dónde provenía. Suspicaz se inclinó debajo del auto que estaba frente a ellos y notó dos pares de zapatos moviéndose. Bruscamente se puso de pie e hizo señas a Demetrio para que entrara en el coche. Después de que el joven se sentó en el asiento trasero y cerró la puerta, Nicholas se dirigió a la chica rubia que tenía la mirada perdida puesta en él.
“Algunos nos observan, sube al coche.” Ordenó.
“Esperaré a mi guardaespaldas.”
“Si no quieres que te lastimen, entra.” Empezó a perder la paciencia.
“No voy a ninguna parte contigo.” Insistió Lizbeth.
“Dios mío, que terca eres.” Puso los ojos en blanco.