Sintió una mano dándole un codazo suave e inmediatamente abrió los parpados. Sus ojos comenzaron a observar el lugar. Se encontraba en una habitación grande. Los muebles estaban hechos de oro y las cortinas de seda. ¿Cuánto dinero tenía ese tipo? Definitivamente todo era ilegal.
“¿Estas bien?” Escuchó una voz, que provenía de su lado.
La chica se giró hacia la niña rubia, que seguramente tendría diez años. Tragó con dificultad cuando se dio cuenta de que la pequeña que estaba sentada en la cama junto a ella no era nada más que una chiquilla con mala suerte, cual apareció en el camino del mafioso. Estaba segura de que él, además de ella misma, había secuestrado a la niña.
“Me mareo un poco, pero estaré bien.” Consiguió decir y la pequeña asintió.
“Mi hermano me dijo que viniera y te dijera que cuando termine con su trabajo, vendrá a verte. Me dijo que me quedara contigo hasta que venga.” Sonrió.
“¿Tu hermano?” Preguntó confundida y la miró con los ojos desorbitados cuando se dio cuenta que la pequeña era pariente del mafioso. “¿Mariano es tu hermano?”
“Es mi medio hermano, pero sin embargo lo amo.” Dijo con una voz dulce.
“¿Te habló de mí?” Hizo la pregunta queriendo saber que exactamente ha contado al resto de la gente sobre su repentina aparición en Italia.
“Si, él me ha hablado. ¡Tú eres Lizbeth, su novia!” Chilló emocionada aplaudiendo.
De ninguna manera, él no dijo tal mentira. ¡Juro que lo mataré si la pequeña dice la verdad! Pensó.
“¿Sabes quienes viven en este lugar?” Preguntó Liz deseando saber un poco más sobre el lugar donde se encontraba. Lo único que sabía era que la había traído a Italia, nada más.
Eso es lo único que sabía, porque Mariano no parecía querer decirle más. Desde el momento en que se despertó, se mareaba y por lo que recordaba, cuando intentó escapar en el aeropuerto los hombres de seguridad del mafioso la agarraron a la fuerza de los hombros y le aplicaron una inyección hipnótica. No recordaba el camino debido al somnífero, solamente escuchaba susurros muy cerca de su oído. Estaba segura de que él durante todo el camino se encontraba cabizbajo sobre ella, observando su rostro. Así fue. No dejó de ver sus expresiones mientras dormía. Le gustaba tenerla cerca suyo, tan tranquila, tan…hermosa. No importaba cuan trataba de ignorarlo, sentía algo especial por ese angelito. Era un sentimiento, lo que todos llamaban amor, mientras que Mariano lo nombraba obsesión o deseo.
“Lizbeth, ¿me estas escuchando?” La pequeña movió las manos sacudiendo la tranquilidad de la chica. Asintió y fue en ese entonces cuando la hermana de Mariano comenzó a hablar sobre temas que Liz prefería no haber escuchado.
Lo que le inquieto no era el hecho de que habían veinte escoltas en el lugar, ni que en el sótano un casino para juegos ilegales. Un burdel. Eso es lo que le aterrorizó y aún más al darse cuenta que una niña sabía sobre el mundo criminal.
¿Era posible que Mariano hubiera implicado a su hermana en este mundo que destruía su infancia?
“¿Has estado en esos lugares?” Blanqueó los ojos cuando la pequeña asintió.
“Y bailé muchas veces. Me gusta bailar.” Habló la niña e inmediatamente Lizbeth se levantó de repente de la cama y se puso de pie, aunque todavía estaba mareada.
¿Cuán gilipollas puede ser ese hombre? Dijo por sus adentros.
Cerró las palmas de las manos en puños y corriendo hacia la puerta trató de abrirla. Estaba cerrada con llave. Comenzó a dar fuertes golpes sobre ella, gritando el nombre del mafioso con disgusto. Por unos segundos golpeaba frenéticamente hasta que una voz ronca la hizo detenerse.
“Si no pares de golpear y gritar, entraré, y créeme bebé, lo lamentarás.”
Se le cortó la respiración. Permaneció inmóvil, y solo cuando escuchó el sonido característico de la cerradura y el pómulo que giraba lentamente, retrocedió. En el momento en que la puerta se abrió, Lizbeth sintió su corazón latir incontrolablemente. Tenía miedo de la presencia de ese hombre. Sus miradas se encontraron cuando la chica se atrevió a fijar sus ojos en él. El mafioso soltó una risa perversa observando su cuerpo sin importarle la presencia de su hermana pequeña. Cuando la examino por completo, ella sintió un escalofrío atravesando su espina dorsal. Ahora estaba convencida de que no saldría de este lugar con alma pura. Este hombre, si no viniera alguien a salvarla, la destruiría sin dejar ningún rastro de la chica anterior.