La hora había pasado, eran las diez y medio. Alicia comenzó a preocuparse. ¿Y si Ritsi, debido a la llamada que Eva ha hecho a Nicholas, se enteró que estaba aquí en España y decidió venir él también? ¿Si les hiciera una aparición inesperada y a continuación agarrara a la chica por la fuerza?
“Sé lo que piensas Alicia, pero esto es imposible porque hemos tenido cuidado para que Mariano no pudiera ver que Eva llamó a Nicholas. Puede que él sepa mucho sobre la tecnología, pero nosotros sabemos más.” Dijo y se acercó a ella, un movimiento que puso nerviosa a Alicia. “Tenga la seguridad de que Ritsi vendrá mañana y lo que encontrará lo sorprenderá mucho.” Una sonrisa apareció en sus labios.
Le habían tendido una trampa. Cuando Mariano apareciera en la mansión Heat, estarían miles de policías esperándolo. Tomás logró exponer a los agentes de policía que estaban ayudando al mafioso y que ahora si él trataba de hablar con ellos, no podría por el hecho de que ellos estarían en prisión. Todo iba según lo planeado.
Ambos pagarían por el asesinato de su amada. Mariano Ritsi porque dio la orden y Nicholas Freezer porque fue el asesino que la recibió.
“¿En qué estás pensando ahora Tomás?” Preguntó resoplando.
“Tan pronto como esté en la mansión Heat, allí estarán los policías esperándolo con las armas apuntándolo. Mañana es el final del mafioso.” Sonrió y Alicia tragó con dificultad.
No estaba segura de si todo esto funcionaria. ¿Y si al final la victima fuera su propia hija? No soportaría que Lizbeth fuera de nuevo con Mariano, a Italia.
“Tengo miedo, Tomás, si esto no funciona y Mariano toma a Liz como rehén…” Trató de decir, pero cuando pronunció el nombre de su hija, no pudo contenerse, y lágrimas rodaron por sus mejillas.
Sollozaba y el psicólogo de Nicholas, incapaz de verla en ese estado, angustiada y aterrorizada, dio otro paso más hacia adelante hasta que finalmente su cuerpo se encontró tocando el suyo. Sus narices se acariciaban entre sí, una dulce caricia, llena de ternura. Alicia comenzó a sentir su corazón latir más rápido de lo normal. ¿Su respiración? Al mismo ritmo loco. Por otro lado, Tomás ha olvidado lo que era respirar. Se le cortó la respiración porque la chica había clavado los ojos en sus labios entreabiertos.
“No le pasará nada a tu hija, Alicia, no lo permitiré.” Susurró sobre sus labios en ese momento ella sintió un repentino mareo.
Por suerte ese hombre estaba cerca de Alicia y logró agarrarla por la cintura antes de que cayera al suelo.
“Alicia, no me asustes. Por favor, abre los ojos bonita.” Dijo alterado sosteniéndola por la cintura mientras acariciaba su mejilla con la otra mano.
Esperaba que de ésta manera se despertara.
Durante unos segundos Tomás no se movía. Quedó inmóvil, en la misma posición que estaba antes, todavía viendo a la chica que tenía entre brazos con una mirada preocupada. Decidió colocar la mano que se encontraba en su mejilla, en la parte posterior de su muslo. Dobló un poco su cuerpo para poder tomarla en sus brazos. Caminó hasta la otra esquina de la sala de estar, donde un sofá de tres plazas dominaba el lugar. Mientras ella estaba en sus brazos, tenía la cabeza apoyada sobre su pecho, cual subía y bajaba como loco. Seguramente sería por el mareo, era imposible que el Tomás que conocía tantos años se sentía incómodo al tenerla tan cerca. Cuando llegó al sofá, la colocó cuidadosamente sobre él. Pero, había un problema. La chica no soltaba su cuello, sus manos seguían estando envueltas alrededor de su cuello.
“Alicia, las…las manos.” Dijo tartamudeando. Maldición, no ahora.
Ella abrió lentamente los ojos mientras que sus dedos paseaban por su pelo, sacudiéndolo. El psicólogo tragó con dificultad.
“Eres muy guapo…” Dijo en voz baja, acercando su rostro al de él. Se detuvo allí justo antes de que sus labios hicieran contacto.
“Estás mareada y no sabes qué haces.” Habló con voz ronca. Intentó alejarla de él pero era en vano. Tomás sentía como si todas sus fuerzas hubieran desaparecido.
“Quiero tanto besarte.” Mordió el labio inferior mirándolo a los ojos. El psicólogo negó con la cabeza, un movimiento que la hizo reír.
¿Estaba mareada o borracha? Alcohol no olía.
“Esto no sucederá. No puedo hacerle esto a la mujer que tanto amé, que todavía amo.2 Le dijo con calma, y en ese momento la señora Heat mordió el labio inferior de Tomás. “¡Por dios Alicia, mi mujer fue tu mejor amiga!” Elevó el tono de su voz mientras que la chica continuaba mordiendo el labio inferior del hombre.