Tears: Almas Corrompidas [#2]

PRÓLOGO.- DESOLATION

La tranquilidad del bosque lo envolvía en una paz inquietante, pues este se había convertido en su eterno hogar, sin que pudiera hacer nada para evitarlo. De hecho, ya ni siquiera recordaba la última vez que vivió como una persona normal.

Cerró su cuaderno, dejando al aire sus últimos escritos. No pudo evitar suspirar pesadamente al ver que otro más se llenaba con aquellas letras que relataban su existencia. Se preguntaba cuánto tiempo más pasaría antes de llegar al final, aunque, con cada día que transcurría, parecía resignarse a aceptar su cruel destino.

Una suave ráfaga de viento agitó algunos mechones de su cabello, sacándolo de sus pensamientos. Algo dentro de él se activó, poniéndolo en alerta. El peligro se cernía a su alrededor; lo percibía, aunque aún no podía verlo. Se levantó del lugar donde estaba sentado y recorrió el entorno con la mirada. Bufó al distinguir la silueta de aquella que se había convertido en su eterna némesis.

—Cuánto tiempo sin vernos —exclamó la figura desde las sombras.

—Te extrañé tanto —respondió él con su característico sarcasmo—. Contaba los segundos para volver a verte.

—Tu sentido del humor siempre ha sido tan agrio como tu pasado —replicó la mujer, provocando que un destello de incomodidad cruzara su rostro.

Nadie conocía su historia mejor que ella.

—Debería agradecértelo a ti —la antipatía en su voz era la protagonista de sus palabras, haciendo evidente el desagrado que sentía ante su persona—. Y créeme cuando te digo que no dejaré que la destruyas también a ella.

—Pero si ya he comenzado —le respondió con una sonrisa perversa—. Y cuando regrese, terminaré lo que hace siglos empecé —su mano comenzó a brillar, mientras unas líneas de fuego lo rodeaban—. Aunque, claro, tú te interpusiste entonces, y lo sigues haciendo ahora.

—Ella ya casi está lista, y tú comenzarás a debilitarte pronto —advirtió este con firmeza—. Además, jamás dejaré de intentarlo.

Las llamas se intensificaron, y solo entonces notó que estaba atrapado dentro de una estrella de seis picos. Lo estaban hechizando con magia negra, aquella conocida como brujería. Encapuchados aparecieron en las esquinas del símbolo, cargando en sus manos esferas brillantes que parecían pulsar con energía. Él conocía muy bien ese ritual; no era la primera vez que lo enfrentaba.

—¡La romperé tanto como lo hice contigo! —vociferó su némesis, con un tono totalmente impregnado de rabia—. Y entonces, se unirá a mí.

—Y mi corazón logró reconstruirse a partir de esa desolación —respondió aquel chico de cabello castaño, burlón y sarcástico ante la situación. Eso ocasiono un claro enojo en la mujer escarlata, que no había dejado de atormentarlo desde hacía siglos, pero aún no se acostumbraba a su forma tan agria de ser—. Jamás has podido vencerme; solo lograste hacerme más fuerte.

Un ardor punzante comenzó a invadir su cuerpo; la magia oscura lo estaba dañando. Sin embargo, con el tiempo, había aprendido a dominarla tan bien como a él mismo. Unas ráfagas oscuras salieron de sus manos, destruyendo los pilares en las puntas de la estrella. La explosión resultante hizo añicos las esferas, y una intensa luz se extendió por el lugar.

Cuando aquella luminiscencia se disipó, la oscuridad de la noche volvió a reinar en el bosque.

—Pudiste haber sido mi obra maestra, niño —una voz espectral resonó en eco, helándole la sangre—. Y, aun así, mi bendición se convirtió en una sombra a tus espaldas.

Giró el rostro con lentitud y vio una figura detrás de él: la silueta de una criatura demoníaca se perfilaba claramente en la penumbra. Supo de inmediato de quién se trataba.

—Lucifer —murmuró en un susurro.

—Tu tiempo se acaba.




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