En los últimos días, me había estado acostumbrando poco a poco a mi nueva vida. La convivencia con Haylin, Christopher y los demás era buena, incluso mejor de lo que había sido antes. Todo parecía estar marchando de maravilla, de no ser por esa misma sensación que tenía antes y que seguía presente. Alguien me vigilaba.
Aunque hasta ese momento no me había cruzado con nadie que no quisiera ver, sabía que en aquella fiesta a la que me dirigía, el reencuentro era inevitable. Sorprendentemente, no me sentía atemorizada de enfrentarlos una vez más, pero no podía negar el ligero nerviosismo que recorría mi cuerpo ante la idea. Ya no eran los mismos de antes, y yo tampoco. No sentía ese miedo paralizante de años atrás. Más bien, estaba ansiosa por descubrir cuál sería su reacción e incluso la mía propia.
Una notificación en mi teléfono me devolvió abruptamente al presente. No pude evitar sonreír al ver de quién se trataba, pues cada uno de sus mensajes solía alegrarme el día de una u otra manera.
Miles: ¡Suerte en esa fiesta! Aunque sé que me estarás extrañando.
Era nuestra rutina. Desde que había llegado a Travelers, no parábamos de enviarnos mensajes durante todo el día, todos los días. Como si, de alguna manera, eso nos mantuviera unidos a pesar de la distancia.
Kathrina: Claro que lo haré. ¿Quién pisará mi vestido al bailar?
Solté una carcajada al recordar nuestros intentos fallidos de baile. Sin duda, Miles tenía dos pies izquierdos, pero jamás habíamos dejado de intentarlo.
—¿Todo bien, Kath? —la voz de Damian me sacó de mi ensimismamiento.
—Sí, solo es Miles.
Asintió, como si esa simple respuesta fuera suficiente para entenderlo todo.
—Salúdalo de mi parte —hizo una pausa y noté que se estaba guardando algo—. Tengo que decirte algo.
Aquello confirmó mis sospechas. Aunque solía ser callado, ese día en particular parecía aún más hermético. Pero, sobre todo, nervioso y preocupado.
—¿Qué pasa, Damian? —mi voz salió neutra, imperturbable, aunque en el fondo la curiosidad me carcomía. Tal vez era chismosa, pero verlo así no auguraba nada bueno.
—Es sobre lo que me pediste la otra vez.
Asentí lentamente, dejando caer todo el peso de mi cuerpo en el asiento. En ese momento odié tener tanta razón.
Aunque me había mantenido al tanto de la mayoría de las cosas, como lo eran las disputas de mis hermanos, las visitas constantes de mi tía Ana y los extraños avistamientos en los alrededores de Evermoorny, también le había pedido a Damian que me informara sobre cualquier otra anomalía. Era el único en quien confiaba para ese tipo de cosas, especialmente por su cercanía con los seres sobrenaturales.
—Mi conexión con el bosque me advierte que nada está bien —su confesión cayó sobre mí como un balde de agua helada. Aunque lo intuía, escucharlo en voz alta lo hacía aún más real—. He hablado con otras hadas, smolls y demás criaturas. Ninguna tiene nada bueno que decir. La oscuridad se siente cada vez más cerca.
—¿Desde cuándo empezó esto? ¿Cómo es que nadie parece estar enterado? —vi cómo tragaba saliva, y supe que no me gustaría su respuesta—. Dime la verdad. Prefiero saberla.
Pude ver su batalla interna, deliberando si era buena idea decírmelo o no. Sus dedos se removían inquietos en el volante, mostrando como su nerviosismo se extendía al resto de su cuerpo. Al final, suspiró resignado.
—Inició hace una semana.
No me sorprendió, pero comprobar que no estaba imaginándolo lo hacía aún peor.
Las fechas coincidían perfectamente con mi regreso.
No podía ser casualidad.
Mi historial me decía que no se trataba de algo más. La oscuridad me había acechado toda mi vida, y no dejaría de hacerlo hasta que la enfrentara. El problema era que, si era completamente sincera conmigo misma, ni siquiera podía comprender del todo qué era aquello a lo que me enfrentaba.
Aun así, conocer el origen de la maldición de los ojos de cristal me daba una pista.
—Hemos llegado —lo vi salir del coche, mientras yo trataba de recomponerme de la noticia. En cuanto abrió la puerta me ofreció su mano para ayudarme a salir, como siempre lo hacía—. No debes torturarte con ello, nadie te está culpando.
Aquellas palabras se sintieron como un curita para mi fragmentado corazón, aun así, no lograron calmar los pensamientos que atacaban mi mente.
—¿Realmente crees que no sea mi culpa?
—Realmente lo creo. Todos los seres del bosque lo creemos —sonreí ante ello, pues sabía que jamás me mentiría—. Ahora ve, que puedo ver a tu tío impaciente desde aquí.
Giré para comprobar sus palabras y era cierto. Ahí estaba mi tío, luciendo un traje negro impecablemente formal, con su barba recortada y el cabello perfectamente peinado hacia atrás. Se movía impacientemente, indicándome que esperaba desde hacía rato. No hice más que despedirme y darle la tarde libre a Damian. Se la merecía.
Suspiré por última vez, tratando de alejar todos esos pensamientos de mí para poder concentrarme en la noche que se avecinaba. Me acerqué, tratando de dominar el pesado vestido de pedrería que mi tío había elegido para la ocasión. Algo que casi nunca hacía, por lo cual no pude evitar preguntarme: ¿qué tenía de especial esta reunión?
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Editado: 05.02.2025