Las hojas doradas y cobrizas revoloteando en el viento me confirmaban que estaba cerca de mi destino. La travesía se me había hecho mucho más amena que la primera vez que la viví. Aunque todo estaba tal como lo recordaba, no lograba sentir lo mismo que en aquella ocasión. Incluso al llegar a la mina abandonada, donde me apareció por primera vez el chico cuervo, me acerqué a ella para tratar de evocar alguna sensación. Pero nada sucedió. Solo podía percibir un ligero cosquilleo en el estómago, una señal de que no debía verme afectada con eso otra vez.
Me permití maravillarme con la magia del páramo, consciente de que probablemente no regresaría después de esa ocasión. Era extraño, pero ese pensamiento no abandonaba mi mente, como si algo muy dentro de mí intentara advertírmelo, sin saber exactamente por qué.
Pasé por las lianas colgantes que servían como una cortina mágica hacia lo que me esperaba. Me detuve un momento para tocar las flores que crecían en ellas, sintiendo su frágil existencia en la palma de mis manos. Casi podía compararlas conmigo misma, solo que mucho más hermosas.
Una vez que las atravesé, me encontré cara a cara con aquel viejo árbol, que permanecía impasible, sumido en un añorado letargo que me atormentaba tener que interrumpir. Observé cómo un par de aves plateadas volaban a mi lado, jugueteando entre ellas. Parecían estar en algún tipo de ritual de cortejo. Su canto era uno de los sonidos más dulces que había escuchado, como si el macho intentara conquistar a la hembra con aquella tenue pero expresiva melodía.
Recorrí el lugar, y estaba exactamente igual a como lo recordaba. El viento helaba mi piel mientras arrastraba las hojas en una suave danza que surcaba el cielo. Insectos de colores metálicos zumbaban de un lado a otro, completando la escena. Un crujido me sacó de mis pensamientos y devolvió mi atención al árbol frente a mí, que comenzaba a revelar su rostro.
—Kathrina Moonlight —aquella voz ancestral volvió a resonar en el lugar. Logro ocasionarme un escalofrío, a pesar de no ser algo nuevo para mí—. Siempre es un gusto volver a verte.
—Lo mismo digo —me acerqué un poco, con la intención de tocar su corteza, pero me detuve, temiendo ser demasiado invasiva—. ¿Sabías que vendría?
—Estás en lo correcto —respondió con un tono calmado, casi imperturbable—. Veo que vienes sola esta vez.
Volteé instintivamente, aunque sabía que era cierto. Había tenido que mentirle a Hailyn diciéndole que había declinado la idea. Una vez lo medite mejor, me di cuenta de que había sido un error contarle mis planes. No quería ponerla en riesgo en caso de que algo sucediera. Me costó mucho convencerla, pero finalmente cedió. Aproveché un día en el que sabía que saldría con mi hermano para que no sospechara de mi ausencia, un tanto más prolongada de lo normal.
—Sí. Debo de admitir que me preocupaba demasiado venir acompañada, considerando mi historial —respondí, esbozando una sonrisa irónica. Una risa ronca salió del árbol, hueca y sonora, obligándome a encogerme ligeramente—. Pero esta vez pedí permiso para entrar.
Resulta que ese paso debía hacerse con antelación, invocando un ave mensajera del páramo a la cual se le entregaba una carta solicitando permiso para ingresar. Si la solicitud era aceptada, el ave regresaría con una pequeña flor blanca en su pico. De lo contrario, llegaría con un lazo del diablo, negando la entrada. Todo eso lo descubrí indagando más con Liarder en la biblioteca. Verdaderamente me cuestione cómo no lo había hecho la primera vez; me habría ahorrado tanto.
El viento seguía soplando, cada vez más frío y cortante, como si tratara de arrancarme de aquel lugar. Las ramas de los árboles crujían a mi alrededor, susurros del bosque que parecían discutir entre sí, pero mi atención estaba fija en el viejo árbol frente a mí. Mi respiración era un eco en mi propia mente, y mi corazón latía tan fuerte que pensé que todos podrían oírlo.
—Eso me tranquiliza —dijo el árbol, volviendo a su tono calmado—. Pero bueno, ¿qué es aquello que trae a mí?
Fue como si alguien tirara de una cuerda invisible en mi interior, liberando todo lo que tenía
Saque mi libreta porque realmente si había escribido todo como Liarder me lo había recomendado. Me conocía y sabía que era totalmente capaz de olvidar mi cometido. Después de repasar lo que yo misma había escrito esos días me digne a acercarme hasta él. Temerosa y precavida, pues a pesar de su calma no sabía cómo podría reaccionar.
—Necesito entenderlo todo. El cielo oscuro, las visiones, la encapuchada… y ese smoll muerto en el bosque —mi voz se quebró ligeramente al final, pues el recuerdo de aquel cuerpo inmóvil aún estaba vívido en mi mente—. ¿Qué significan esas runas? ¿Por qué él? ¿Por qué tuvo que morir?
El rostro del árbol, tallado por siglos de tiempo y sabiduría, parecía mirarme con compasión. Sus ojos, que parecían pequeños lagos oscuros, reflejaban una verdad que no estaba segura de querer escuchar.
—Las runas que viste no son simples símbolos, Kathrina Moonlight —respondió con un tono pausado, como si cada palabra llevara consigo el peso de generaciones enteras—. Son vestigios de una magia muy antigua. Oscura. Prohibida.
Tragué saliva, pero mi garganta estaba seca como el polvo.
—¿Qué hacen? —logré preguntar, aunque la respuesta ya empezaba a formarse en mi mente—. Aparte aquel pentagrama. Me atormenta todos los días.
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Editado: 08.03.2025