Tears: Almas Corrompidas [#2]

12.- SATISFACCIÓN

Una semana cargada de miradas furtivas, comentarios velados en forma de indirectas y un escrutinio social constante estaba por llegar a su fin. Lo que antes eran simples y fugaces reproches silenciosos se habían transformado en recuerdos persistentes de lo sucedido. Nadie parecía creer que, por alguna razón, yo también era víctima de las circunstancias. Aun así, no importaba. No pensaba gastar mi tiempo intentando convencerlos de lo contrario.

Hailyn no me había dejado sola ni un momento desde que volví a Evermoorny, pero ese día era diferente: estaba sola. La fiebre carmesí la había atacado sin piedad. Se trataba de una enfermedad que convertía temporalmente la piel del afectado en un rojo brillante y lo llenaba de un deseo incontrolable de calor y luz. Lo contradictorio era que, si llegaba a exponerse a cualquiera de esas dos cosas, empezaría a arder hasta quedar reducida a puro hueso. Un final trágico para un mal que muchos consideraban insignificante.

Esa era la razón por la que me encontraba completamente sola en ese momento, sentada en una de las bancas de los jardines, buscando información sobre la dichosa piedra alma. Estaba huyendo de los murmullos que comenzaban a hartarme. Las sudaderas con capucha habían vuelto a ser parte de mi rutina; me avergonzaba mostrar esas horribles marcas que ahora formaban parte de mí.

El viento fresco y otoñal hacía volar mi cabello de forma descontrolada, mientras las hojas danzaban inquietas, como si fueran prisioneras de sus caprichos. Lo cual dificultaba mi lectura.

El aroma a tierra mojada era un bálsamo natural para mi mente afligida. Las lluvias de octubre siempre habían sido mis favoritas; tenían la capacidad de hacerme olvidar por un momento mi caótica vida y concentrarme en su extraña belleza.

No había dejado de buscar en todo ese tiempo, pero, al igual que las runas, esa dichosa piedra parecía ser tan desconocida o incluso más. La diferencia entre ambas era que de las runas existía evidencia, incluso fotográfica, mientras que de la piedra solo había leyendas. Sin embargo, si algo aprendí durante todo ese tiempo, es que las leyendas pueden volverse realidad.

Lo único que logré encontrar al respecto fue gracias a un texto antiguo sacado de la biblioteca. Decía que esas piedras podían hallarse en las profundidades de las minas más antiguas. Mencionaba varias minas en distintos puntos del mundo, pero la más cercana estaba en Minéral, aquel pueblo olvidado del que se sabía muy poco.

Mientras repasaba las páginas de aquel texto antiguo, escuché el crujir de la grava bajo varios pasos acercándose. No necesitaba levantar la vista para saber quiénes eran. Esa combinación de risas burlonas y murmullos susurrantes era inconfundible. Me sorprendía que se hubieran tardado tanto tiempo en aparecer. Al parecer me observaban desde las sombras.

Cerré el libro con calma, dejando que el sonido resonara mientras me preparaba para lo inevitable. Estaba nerviosa ante lo que pudiera pasar en nuestro reencuentro, pero no se los iba a demostrar.

—Así que aquí estás —dijo Allen con su tono habitual de superioridad, fingiendo casualidad—. Pensé que habías aprendido a esconderte mejor.

—No sabía que debía esconderme —respondí tajante.

—Deberías.

Levanté la mirada lentamente, permitiéndome unos segundos para estudiar sus expresiones. Allen iba al frente, como siempre, con esa sonrisa ladeada que más que confianza transmitía arrogancia. Los dos chicos que siempre le seguían intentaban copiar su actitud, aunque sus ojos mostraban algo de incomodidad. Y ahí estaba Ariday, medio escondida detrás de todos, con los labios apretados y las manos cruzadas como si buscara algo a lo que aferrarse.

—Vaya, Ariday. Qué curioso verte ahí atrás —comenté ignorando a el rubio, dejando que una ligera sonrisa se asomara en mis labios—. ¿De qué tienes miedo?

Su rostro se tensó al instante. Dio un paso atrás, buscando el respaldo de Allen como si él pudiera protegerla. La satisfacción que me recorrió fue tan inesperada como agradable.

—No le hagas caso, está intentando provocarte —comento este, girándose hacia mi prima con una expresión que pretendía calmarla antes de volver a enfocarse en mí—. No venimos aquí para perder el tiempo contigo.

—Entonces, ¿por qué están aquí? —respondí, recostándome en el banco y cruzándome de brazos. Mi tono era deliberadamente aburrido, como si todo el intercambio no valiera más esfuerzo del mínimo necesario—. Veo que su vida sigue siendo tan aburrida que prefieren inmiscuirse en la mía.

Mi hermano frunció el ceño. Definitivamente no estaba acostumbrado a mi desafío. No se acostumbraba a que no bajara más la cabeza. Estaba claro que mi actitud lo desconcertaba. Ese era el problema de que estuviera habituado a que me encogiera o enfureciera, pero ahora yo tenía el control, y él lo sabía.

—Queríamos saber qué tramas —dijo al fin, intentando sonar autoritario—. No será nada bueno, eso es seguro.

—¿Qué tramo... qué? —me reí, dejando al aire una carcajada breve pero lo suficientemente audible como para que todos se tensaran un poco más—. No sabía que tenías tanto interés en mi vida, Allen. Pero tranquilo, no planeo hacer absolutamente nada.

—No actúes como si fueras mejor que nosotros —interrumpió Ariday de repente. Su tono pretendía ser desafiante, pero su voz tembló lo suficiente como para delatarla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.