Podía sentir un fuego abrazador que me impedía respirar con normalidad. Esa sensación evocaba sin poder evitarlo los recuerdos de aquella noche. No lograba abrir por completo mis ojos, pues entre pequeñas visiones borrosas, lograba ver solo una profunda oscuridad. Estaba recobrando la consciencia poco a poco. Aun así, algo no me permitía ubicarme por completo.
Comencé a desesperarme al notar como me encontraba totalmente inmovilizada. Sentía la cubierta rasposa de un árbol a mis espaldas. Esa pequeña punzada en el pecho que me advertía el peligro, se encontraba presente, incluso con mas intensidad. A pesar de todos mis esfuerzos no logre moverme ni siquiera un poco. Era claro que me tenían amarrada con algún objeto mágico, sin embargo, debido a la falta de luz me era imposible distinguir de que se trataba.
El instinto se apoderó de mí. Tiré de mis brazos con todas mis fuerzas, pero algo frío y metálico mordió mis muñecas. Las cadenas tintinearon al moverse, y entonces un sonido resonó como una sentencia en el aire pesado.
—¿Qué…? —Mi voz salió ronca, quebrada, como si me hubieran arrancado las palabras de golpe.
Mientras luchaba por liberar mis manos, un destello de luz anaranjada iluminó el espacio frente a mí. Una llama. No, varias llamas. Un círculo de fuego comenzó a arder a mi alrededor, elevándose con rapidez y envolviéndome en su calor sofocante.
—No intentes moverte más, Kathrina —dijo una voz fría y autoritaria que hizo que se me helara la sangre.
Levanté la vista, y la confusión en mi mente se transformó en un torbellino de desesperación. Fuera del círculo de fuego había decenas de personas mirándome. Algunas tenían expresiones neutrales, pero otras... otras sonreían, disfrutando de mi situación. Y entre esas caras reconocí a Allen e incluso a Ariday, sus miradas estaban llenas de una satisfacción que me hizo rabiar, más que el hecho de estar a punto de morir.
Dentro del círculo estaban tres figuras. Mi respiración se volvió más pesada al reconocerlas. Al frente, con una postura rígida y una mirada que irradiaba autoridad, estaba el padre de Kayden. A su derecha, mi tío Stephano, cuya sonrisa torcida y ojos oscuros me miraban como si estuviera exactamente donde él siempre había querido.
No me sorprendió verlo allí. Él nunca había ocultado su desprecio hacia mí, pero sentir esa mirada, en medio de mi vulnerabilidad, ocasiono que un nudo se formara en mi garganta. No pude distinguir a la otra persona, pero no importaba. Dos de los presentes eran conocidos. Aunque no me esperaba eso del señor Sourgey, puesto que siempre lucia tan sobrio. Supuse que lo que me dijo mi tío era verdad. Realmente estaba muy molesto por lo ocurrido con su hijo.
—¡Al fin despertó! —grito el otro hombre, y todos comenzaron a seguirlo eufóricos.
—¿Qué es esto? —pregunté, aunque la respuesta era obvia. Mi voz estaba cargada de confusión y rabia mientras tiraba de las cadenas una vez más—. ¡Están locos!
El tercer hombre, un desconocido para mí, se limitó a cruzar los brazos. Logre percibir como estaba evaluándome con una frialdad que me revolvió el estómago. Casi me obligue a no escupirle en la cara, pues sentía su gesto como algo repulsivo.
—Te advertimos que no debías jugar con fuego, Kathrina —continuó el padre de Kayden, son su característico tono cortante. Aunque no logre comprender a que se refería con “te advertimos”—. Ahora, este círculo será tu juez. Ya que el supremo que debía condenarte, cayó ante tus embrujos.
Intenté canalizar algo de magia para liberarme, pero no funcionó. Las cadenas brillaron con un tenue resplandor plateado, y la magia se disolvió antes de siquiera tomar forma.
—Encantadas... —susurré, con un hilo de voz casi imperceptible, sintiendo que la desesperación me ahogaba.
Stephano dio un paso adelante, inclinándose levemente hacia mí, con esa sonrisa de satisfacción que me provocaba náuseas.
—¿Sorprendida? —preguntó con una dulzura venenosa—. Esto es lo que pasa cuando alguien como tú no sabe cuál es su lugar. ¡Pusiste en riesgo a nuestros hijos! ¡Ahora pagaras!
Miré a mi alrededor frenéticamente, buscando algo, cualquier cosa que pudiera usar. Pero solo encontré más miradas. Más rostros. Más desprecio. Conocidos estaban allí, riendo por lo bajo, disfrutando de mi desdicha como si fuera el espectáculo que habían estado esperando.
Mi mente seguía confundida, aún nublada por el golpe y por la velocidad con la que todo había sucedido. Pero una cosa estaba clara: estaba atrapada, rodeada de enemigos, y no tenía manera de escapar. Mi respiración se volvió más rápida, al mismo tiempo que el aire caliente del fuego llenaba mis pulmones, mientras mi corazón martilleaba en mi pecho.
—¿Qué quieren de mí? —grité tratando de ser firme, pero me descubrí temblando de frustración y miedo.
El círculo de fuego crepitó en respuesta, iluminando sus rostros con sombras danzantes. Nadie respondió de inmediato, dejando que el silencio y el sonido del fuego se clavaran como agujas en mi mente. La desesperanza se transformaba lentamente en algo más oscuro, algo que me hacía apretar los dientes mientras las cadenas mordían mi piel. Sabía que si usaba toda mi magia podría liberarme, pero no estaba segura de poder contenerme después.
Me encontraba debatiendo en qué hacer. Sin prestar demasiada atención a sus discursos que no hacían más que enfurecer a la turba. Tenía dos opciones; acabar de una vez por todas con los grilletes que me ataban y liberarme, o esperar que alguno de ellos reaccionara. La verdad, me decantaba más por la primera opción.
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Editado: 08.03.2025