Todo a mi alrededor seguía en un aparente letargo. Nada había mejorado, pero tampoco empeorado, así que suponía debía agradecer por ello. El tiempo efectivamente me estaba ayudando a procesar las cosas. Descubrí en aquella salida que eso era lo que me hacía falta. Salir y disfrutar, así que empecé a crear más planes con mis hermanos e incluso con Hailyn, quien ya se había recuperado por completo. Sin duda la compañía era liberadora, pero a veces lo olvidaba al sumergirme tanto en mi propio mundo.
El hecho de estar tan vigilada también empezara a dejar de molestarme, agradecía que gradualmente comenzaran a darme esa anhelada libertad. Además, el juez supremo, quien con el paso de los juicios se había convertido en mi amigo, me había asegurado que nadie volvería a hacerme daño. Tal parecía tener influencias en el magiesterio me estaba funcionando de alguna manera, pues habían prohibido intentar atentar contra mi vida otra vez. El castigo ante eso, sería la revocación de la magia durante cierto tiempo con mis antiguos grilletes.
Debía agradecerles a los padres de Hailyn también por esa noticia, puesto que fueron de los que más apoyaron ese decreto. Aunque en el fondo sabía que era la culpa quien actuaba por ellos. Después de todo, un integrante de su familia había sido el líder de esa atrocidad, pero al final, tampoco eran responsables de los actos ajenos.
Era por eso, que me encontraba yendo al coven de la noche de brujas una vez más. Había pensado mucho en no asistir, pero al final me convencí a mí misma de que no hacerlo sería dejarlos ganar. Así que decidí ir con Damian a Fabros.
El bello paisaje nocturno que daba el bosque era encantador. Hacia tanto tiempo que no me detenía a analizarlo que casi olvidaba su belleza excepcional, aunque algo aterradora. Veía a personas surcar los cielos con sus escobas. Siendo iluminadas únicamente por el brillo de la inmensa luna dorada a su costado. Además de los cientos de luciérnagas que surcaban el cielo, cuya danza luminosa creaba una atmósfera mágica y mística, llena de un magnetismo irresistible que parecía embrujar los sentidos y embelesar a cualquiera que se atreviera a contemplarla
—Gracias por traerme, Damian —le agradecí una vez más, mientras me cedía su mano para ayudarme a salir del coche—. Disfruta tú también de la fiesta.
—Eso hare —una sonrisa surco sus labios, mostrando su perfecta y deslumbrante dentadura que brillo con la luz tenue de las farolas—. Buscare a Phiera.
Ella era el hada que me había curado las quemaduras. Él insistía CXZA que era su amiga solamente, pero yo intuía que había algo más ahí. Aun así, no le pregunte. Ni comente nada al respecto. Esperaría a ver como se desarrollaban las cosas.
—Me la saludas. Si tienes la oportunidad me buscas o yo lo hare —le advertí, a modo de broma, aunque realmente si me gustaría volver a verla. Su piel rosácea y cabello blanco me habían fascinado, además de que me parecía una chica muy interesante—. Cuídate, por favor. No bebas Mead de las hadas, que casi siempre terminas inconsciente.
Parecía una mamá dejando ir a su hijo a una fiesta, pero había descubierto cierta fascinación alcohólica en él. Mas por esa clase de bebida que parecía desconectarlos del mundo, pues provocaba una sensación de euforia y risa contagiosa, perfecta para celebraciones. Ralph y él se la pasaban bebiendo en ocasiones, y una de esas tantas me toco arrastrarlos fuera de la terraza para que mi tío no se diera cuenta.
—Cuídate tú también —el deje de preocupación en su tono era evidente—. En cuanto a lo de la bebida no te prometo nada. Es adictiva una vez lo pruebas. El elixir de las hadas. Tan dulce, tan peligroso.
—Bueno —solté resignada—. Solo no bebas demasiado.
—A tus ordenes —sonreí al notar la mini reverencia que me hizo, antes de verlo desaparecer entre la multitud.
Suspire al verme sola entre la multitud. Me apresure a caminar entre todos para buscar a mi familia, la cual se había adelantado pues yo no terminaba de decidir que ponerme.
Todo era tal como lo recordaba. El centro de Fabros, tan rustico como elegante, se mostraba tal como si estuviera viviendo ese momento otra vez. Cada detalle, aunque intacto en mi memoria, se sentía distinto, como si el lugar decidiera contarme una nueva historia cada vez que lo visitaba.
Las lámparas de papel todavía flotan en el aire, como pequeñas estrellas que se niegan a quedarse en el cielo. Su luz cálida acariciaba el rostro de todos los que paseaban por las calles, mientras los niños y niñas revoloteaban con sus escobas, riendo y chocando al azar como si sus vidas fueran un juego eterno de libertad.
Pero esa vez, noté algo nuevo: las hojas otoñales en el suelo crujían con una intensidad casi mágica, como si Fabros quisiera que cada paso mío resonara. Las guías de flores color vino seguían abrazando las paredes, pero ahora parecían aún más vivas, dejando un aroma que no solo llenaba el aire, sino también mi pecho. Me detuve un momento, cerré los ojos y respiré hondo. Ese aroma, pensé, es el susurro del otoño, suave, cálido y embriagador.
Al llegar a la plaza, mi corazón casi se detuvo nuevamente. Todo era tan familiar y, sin embargo, diferente. El poste en el centro sigue allí, con cintas que giraban y giraban al ritmo de las brujas danzantes. Sin embargo, ahora estas brillan como si estuvieran hechas de la misma luz que las estrellas. Los espantapájaros encantados, con sus sonrisas torcidas, no solo repartían golosinas, sino que parecían susurrar secretos al oído de quienes se acercaban.
Y las calabazas no solo brillaban; algunas estaban talladas con patrones tan intrincados que parecían contar historias, mientras se movían mostrando sus sonrisas tétricas y oscuras. Mientras pasaba la mano por una de ellas, sentí una calidez que me hizo sonreír sin razón aparente. Los bloques de paja seguían ahí, pero ahora estaban decorados con pequeñas hadas de madera que revoloteaban a su alrededor, como si tuvieran vida propia. Cada detalle, cada rincón, parecía susurrarme: "Las cosas nunca dejan de cambiar, pero siempre te pertenecerán mientras las vivas".
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Editado: 08.03.2025