Tears: Almas Corrompidas [#2]

17.- MINÉRAL

Al final, nuestra alianza no parecía tan desastrosa como esperaba. Aunque me costara admitirlo, Cuervo sabía lo que hacía, y sus conocimientos sobre magia y estrategias superaban con creces los míos. Pero si era totalmente sincera conmigo misma, había algo en sus métodos que no dejaba de inquietarme.

—Si no puedes salir sola, encontraremos la forma —dijo con esa sonrisa confiada que empezaba a resultarme insoportable y fascinante a partes iguales.

—¿"Encontraremos"? —repliqué, cruzándome de brazos—. Es mi familia, ¿recuerdas? No pienso ponerlos en peligro.

—No tienes que hacerlo —respondió él, como si la solución fuera tan obvia que me hacía parecer tonta por no verla—. Solo déjame entrar.

Fruncí el ceño, notando cómo sus palabras iban cargadas de un doble significado que no podía comprender.

—¿Cómo, exactamente? La casa está protegida con salvaguardas feéricas. No creo que te dejen pasar si no eres invitado por mi tío, por mucho que lo intentes.

—Solo necesito que dejes la entrada principal abierta unos segundos —me solicitó con una tranquilidad algo perturbadora, como si estuviera pidiéndome algo tan simple como un vaso de agua—. Las salvaguardas no reaccionarán si es un invitado quien me deja entrar.

Mi instinto gritó que no lo hiciera, pero las palabras ya estaban en mi garganta antes de que pudiera detenerlas.

—¿Y luego qué?

—Luego, me encargaré de que no nos molesten.

—¿Cómo? —le cuestioné, sospechando que no iba a gustarme la respuesta.

Él se encogió de hombros con una naturalidad que me desarmó.

—De la forma más práctica posible. Confía en mí.

A regañadientes y sin saber muy bien el porqué, acepté. Dejé la entrada abierta durante los segundos que me pidió, sintiéndome como una cómplice en algo que no entendía del todo. Cuervo entró con pasos suaves, casi felinos, y antes de que pudiera procesar lo que estaba haciendo, movió una mano en el aire y una explosión de luz negra cubrió todo el lugar.

El silencio que siguió fue sepulcral. Entonces pude intuir lo que había hecho cuando vi a un jardinero caer sobre los rosales. Me adentre rápidamente a la mansión, yendo directo al salón, sintiendo cómo el corazón se me encogía al ver a mi familia. Estaban ahí, tranquilos, dormidos en los sofás y las sillas, con una paz que no tenía sentido en medio de mi creciente ansiedad. Incluso mi gato, siempre alerta, estaba acurrucado en un rincón, inmóvil como una pequeña estatua de pelo y patas.

—¿Qué hiciste? —le exigí, girándome hacia él.

Cuervo estaba de pie en el centro de la sala, inspeccionando los alrededores con una tranquilidad exasperante. Ni siquiera había escuchado sus pasos acercarse detrás de mí, pero podía sentir su enigmática presencia.

—Los dormí. Es mejor así, ¿no crees? —explico como si lo que acababa de hacer fuera lo más normal, como si fuera lo más razonable del mundo—. Ahora podemos irnos sin interrupciones.

—¿Dormirlos? ¿A todos? —mi voz salió más alta de lo que pretendía—. Eso no me parece muy razonable. ¿Mi gato?

—Incluyendo al gato, sí. Un animal alerta puede ser un problema —añadió, como si estuviera leyendo mi mente—. Más si es un felino.

Lo había hecho de forma tan rápida, tan eficiente, que no pude evitar preguntarme cuántas veces había repetido ese mismo truco antes.

—¿Cuántas veces has hecho esto?

Él esbozó una leve sonrisa, enigmática y, para mi irritación, fascinante. Todo en él lo era y ni siquiera podía deducir la razón.

—Las suficientes para saber que funciona.

Me quedé callada, con una mezcla de rabia y asombro latiendo en mi pecho. Aunque no podía negar que su método era efectivo, había algo profundamente perturbador en la naturalidad con la que lo hacía, como si el consentimiento o el respeto fueran conceptos irrelevantes para él.

—No volverás a hacer esto sin mi permiso —me digne a enfrentarlo al fin, intentando que mi voz sonara firme.

—Por supuesto —respondió, pero la chispa en su mirada me dijo que haría lo que creyera necesario, con o sin mi aprobación.

Después de eso nos dirigimos hacia los eternos enamorados, que como siempre lucían impasibles e intimidantes. Sabia su historia. Entonces podía entender su trasfondo. Al final el amor podía ser el arma de doble filo mas dulce y perecedera del mundo, pero todos parecían caer tan fácil ante ella que me daba miedo pensar si quiera en ello.

El camino hacia Minéral estuvo envuelto en un inquietante silencio, roto únicamente por el crujir de las hojas bajo nuestros pies. Habíamos trazado un plan, uno que, según Cuervo, sería impecable. Mi cabeza aún daba vueltas tratando de entender por qué había aceptado esta alianza, pero algo en mi interior sabía que no tenía otra opción.

Lo veía caminar tan seguro de sí mismo, como si esos senderos hubieran sido su vida entera por años. Su andar era seguro, recto. Si alguien lo viera podría pensar fácilmente que es un príncipe, pues su porte era el de uno. Sin embargo, el desorden en su cabello, su actitud algo despreocupada, y aquellas cubiertas de plata que llevaba en sus orejas, alargándolas como la de un hada lo delataban. A parte, no creía que alguien de la realeza portara ni por error dagas, y otras cosas que no podía reconocer en su atuendo.




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