Tears: Almas Corrompidas [#2]

19.- TRAVESURAS INOCENTES

Estar recostada, mientras dejaba que la existencia misma pasara como agua entre mis dedos, era de mis actividades favoritas. Si no decir que era mi preferida. Además, el viento que se colaba por mi ventanal abierto le daba un toque fresco y casi relajante a mi habitación.

Lance una vez mas la brillante piedra al aire y la atrape con mi mano. Estaba tan aburrida que había encontrado incluso eso divertido. La admire una vez más sin poder creer que aquel pequeño cuerpo luminoso fuera la clave para todos mis problemas. Me resultaba intrigante como algo que podría parecer tan insignificante, pudiera tener tanto poder. Sabía que me pertenecía, pues una parte de mi alma ahora estaba en ella, pero no podía dejar de preguntarme si realmente sabría usarla llegado el momento.

Ese día habíamos regresado rápido, casi huyendo. Cuervo me advirtió que no era bueno permanecer más tiempo en ese lugar, y aunque normalmente me tomaba sus comentarios con escepticismo, esa vez no tuve dudas. Mientras caminábamos de regreso, me contó que el reino de los condenados era una prisión custodiada por uno de los príncipes infernales.

Había algo en su tono al decirlo, algo que parecía dirigir esas palabras hacia mí sin llegar a mencionarlo directamente. Tal vez me estaba dejando pistas, tal vez esperaba que hiciera las preguntas correctas. Pero, sinceramente, no quise indagar más. No todavía. Aparte tenía la ligera sospecha que contaba con un pasado relacionado con esos príncipes, pues al hablar de uno de ellos lo vi refutar por primera vez.

A pesar de su naturaleza cuestionable y sus métodos más que discutibles, no podía evitar que Cuervo me cayera bien. Tenía algo, una mezcla entre humor ácido y una confianza que era casi contagiosa, aunque a veces también profundamente irritante. Era complicado de explicar, pero ahí estaba, como una presencia que, de algún modo, se había convertido en habitual en mi vida.

Casi podía contar los segundos del reloj para esperar a que llegara la hora. Me encontraba frente al espejo terminando de arreglarme. Ese día los padres de Hailyn y mis tíos habían organizado una comida familiar. No era la clase de evento que solía disfrutar, pero Hailyn me había pedido que fuera y, siendo sincera, no podía negarle mucho a mi mejor amiga.

Claramente sabía que los señores Sourgey no serían invitados a la comida, por razones más que obvias, pero estaba segura de que Kayden aparecería. Por alguna razón, siempre lograba colarse en todos lados, y aunque lo último que quería era lidiar con él, no era algo que pudiera evitar.

Mientras me arreglaba, tomé el espejo que Keyla me regaló en el cumpleaños de Chris. Era un hermoso espejo de marco plateado con delicados grabados en forma de hojas. Al verme reflejada, comprobé que gracias a que estaba encantado había logrado un arreglo decente.

Llevaba un vestido corto color vino, con pequeños listones que lo sujetaban de los hombros y caía con gracia. Aunque ya no me avergonzaban mis marcas, pues Cuervo se encargó de demostrarme que incluso las cicatrices tienen un propósito, decidí usar guantes. No por mí, sino por mi familia; no quería causar momentos incómodos que desviaran la conversación hacia temas que aún prefería evitar.

Mientras esperaba a que el resto estuviera listo, me entretuve en mi habitación con Fier y Ares. El primero, brillaba con una intensidad cálida que llenaba la habitación con un resplandor dorado. Ares, por otro lado, estaba en su usual estado de desinterés, enroscado sobre el sofá mientras me observaba con esos ojos felinos que parecían juzgarme constantemente.

—¿Segura que esto es apropiado para una comida familiar? —preguntó Fier con su tono usualmente crítico mientras flotaba alrededor mío, evaluando mi atuendo con sus pequeños ojos juzgones.

—¿No te enseñaron modales? Al menos disimula cuando critiques —le reproche con una sonrisa irónica.

Fier resopló, literalmente. Unas diminutas chispas salieron de su pico.

—No. No me enseñaste —tenía un punto—. Bueno, al menos estarás a tono para la luna sangrienta —comentó casualmente, como si estuviera hablando del clima—. ¡Ahhh, estoy cayendo en locura!

No entendía porque estaba tan molesto, aunque con el tiempo había descubierto que eran etapas suyas. Sin embargo, desde que lo tenía en abstinencia de chocolate se había puesto demasiado irritable. Pero era por su bien, así que lo aguantaría lo más que pudiera.

—¿Qué tiene que ver mi vestido con eso? —fruncí el ceño, confundida por su comentario.

—Que ya falta poco, eso es lo que tiene que ver —replicó, revoloteando con evidente impaciencia—. El 30 de noviembre, para ser exactos. Ojalá te prepares, porque no tengo intenciones de salvarte el trasero.

Ese dato llamó mi atención, pero antes de que pudiera seguir interrogándolo, Fier flotó hacia la ventana, dejando claro que su paciencia estaba al límite. Observé su pequeña figura luminosa mientras me preguntaba cuánto sabia en ciencia cierta sobre él.

Haciendo una nota mental, decidí que debía preguntarle a Cuervo sobre él. Había algo en Fier que siempre me había parecido peculiar, y si alguien podía arrojar luz sobre sus misterios, era él. Con ese pensamiento, acaricié a Ares en la cabeza, y mi pequeño, fiel a su costumbre, se limitó a ronronear con un aire de realeza. Suspire con pesadez al recordar a Mish, que solía hacer lo mismo cada que la tocaba.

Una vez se fastidio de mi este se fue hacia el balcón detrás de Fier, quien parecía estar peleando consigo mismo afuera. Negué divertida al verlo. Aunque si era algo desconcertante no saber cómo ayudarlo.




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