Tears: Almas Corrompidas [#2]

21.- HERMOSO ATARDECER

Esos días habían transcurrido con una tranquilidad que, lejos de reconfortarme, me aterraba. Era como caminar sobre un hielo demasiado delgado, sabiendo que en cualquier momento podría romperse y hundirme en aguas profundas. Sin embargo, estaba tratando de disfrutarlo, de aferrarme a esa calma como si fuera un respiro entre tormentas. Después de todo, no me creía tan masoquista como para no querer disfrutar de un poco de calma.

En ese instante, el reflejo de los árboles pasaba rápido por la ventana del coche mientras nos dirigíamos a la cabaña que mis hermanos habían comprado recientemente. Era una construcción rústica pero acogedora, rodeada de pinos y una tranquilidad tan profunda que casi parecía irreal. Habíamos planeado pasar la tarde allí junto a los chicos, y aunque el ambiente prometía ser animado, había algo que revolvía mi interior. Más bien, diría que era alguien quien lo revolvía.

De solo pensar en él mis ganas de vomitar aumentaban, pues mi estómago parecía revolverse al solo imaginar tener que soportarlo. Odiaba que todo ese malestar fuera causado por probabilidad de que Kayden estuviera ahí. Desde lo sucedido en la cena, todo había quedado raro. La tensión que se había acumulado entre nosotros aquella noche era algo que aún lograba sentir, como un eco vibrante en el aire. No podía decidir si me irritaba o me intrigaba más, pero lo cierto era que la idea de compartir espacio con él me tenía más inquieta de lo que me gustaría admitir.

Suspiré, mirando mis manos entrelazadas en mi regazo, mientras el coche seguía su curso por la serpenteante carretera. Traté de convencerme de que era solo una reunión más, una oportunidad para relajarme y disfrutar con mis hermanos y amigos, pero no podía ignorar esa sensación incómoda en mi pecho. Algo en mi intuición me decía que esta tranquilidad no iba a durar mucho, y que ese encuentro podría ser un nuevo punto de quiebre en la extraña dinámica entre Kayden y yo.

Decidí que lo mejor para mí en ese momento era distraer mi mente. Cualquier cosa serviría para quitarme la imagen del pelinegro de la cabeza. Porque, sinceramente, si seguía repasando aquella mirada cargada de burla mezclada con algo más—que no quería ni analizar—probablemente me volvería loca. Así que, en un intento desesperado por redirigir mis pensamientos a algo más productivo, me enfoqué en un plan mucho más emocionante: atracar mi propia habitación.

Sí, tal cual. Había estado pensando que debía escarbar entre mis cosas, o, mejor dicho, en las que había dejado atrás antes de salir prófuga de la justicia. La idea de irrumpir en mi cuarto de forma "estratégica" me arrancó una sonrisa. Porque, claro, ¿qué tan difícil podría ser? Siempre había sido mi habitación, pero después de tanto tiempo parecía más territorio hostil. Algo en esa casa me daba una vibra que ni el mejor encantamiento podría calmar, y aunque no lo admitiera en voz alta, la idea de toparme con algo inesperado me ponía nerviosa.

Estaba intentando auto convencerme a mí misma de que era una idea estupenda, mientras nadie me descubriera, claro estaba. Considerando que todos los habitantes de esa mansión me odiaban, probablemente no volvería a ver la luz del sol si me atrapaban invadiéndola.

Mientras pensaba en eso, también recordé que el caso seguía avanzando, o al menos eso decían mis tíos y Forester. Sin embargo, nada apuntaba a que una mujer hubiera estado involucrada, lo cual me hacía dudar de mi visión. Pero no podía quitarme de la cabeza que todo apuntaba a Sthepano o, en su defecto, a su esposa. Aunque el problema no era tanto mi convicción como la falta de pruebas. Necesitaba algo tangible, algo que confirmara lo que había visto, porque las visiones pueden ser engañosas, pero mi instinto me decía que estaba en lo correcto.

De pronto, una idea descabellada cruzó mi mente: entrar a esa casa y buscar yo misma las respuestas. Sin duda estaba loca. Aunque claro, sabía que no podía hacerlo sola. No porque me faltara valor, sino porque, seamos honestos, la mala suerte era mi compañera más fiel. Además, necesitaría una distracción. ¿Hailyn? No. ¿Ralph? Podría haber sido, pero hice un golpe de estado y lo saque de la casa de Sthepano.

Suspiré mientras mi mente volvía a ese punto muerto donde la única opción lógica parecía ser confiar en alguien con experiencia en estos asuntos, pero no quería ni mencionar quién era la primera persona que se me venía a la cabeza. Negué con fuerza, como si eso pudiera alejar la idea. Por ahora, me limitaría a organizar mi plan de atraco casero, porque si algo sabía con certeza, es que ese lugar aún guardaba secretos. Y yo estaba decidida a desenterrarlos, costara lo que costara.

—¿Estás bien? —la voz de Damian me saco de mis locos pensamientos—. Te ves algo, no sé. ¿Perdida?

Para ese momento mi cerebro seguía reconfigurándose, así que no pude reaccionar rápidamente ante lo que me queria decir. Sacudí un poco mi cabeza como si aquello fuera a servir de algo, mientras mi acompañante me miraba con cierta suspicacia.

—Si. Estoy perfecta, solo venia soñando despierta —confesé, aunque no fuera del todo cierto.

La verdad me daba mucha pena admitir que Kayden tenía cabida en mis pensamientos. Además, quería que lo de mi plan se mantuviera en secreto por el momento.

—¿Acaso estaba soñando con el joven Sourgey?

Si hubiese tenido algún liquido en mi boca seguramente habría sido expulsado ante la mención de este. ¿Cómo podía incluso mencionar eso? Si él era quien por lo regular recibía todas mis quejas sobre lo irritante y testarudo que era el primo de mi amiga.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.