Tears: Almas Corrompidas [#2]

23.- OPERACIÓN ATRACO

Tomar malas decisiones nunca ha sido lo ideal. De hecho, cualquier persona con un mínimo de sentido común debería evitarlas a toda costa. Las malas decisiones son como pequeñas semillas de caos que, con el tiempo, germinan y crecen hasta convertirse en árboles imposibles de talar. Se enredan en tu vida, echan raíces en tus errores y, antes de que te des cuenta, estás atrapado en una selva de consecuencias de la que no puedes salir sin llevarte unas cuantas cicatrices.

Ser cautelosa era la clave. Analizar, sopesar opciones, considerar las consecuencias antes de actuar. Era una estrategia inteligente, algo que cualquier persona razonable haría.

Lástima que yo nunca fui una persona razonable.

Si lo hubiese sido, tal vez no estaría planeando lo que estaba a punto de hacer. Tal vez estaría en mi habitación, con un libro entre las manos y la conciencia limpia. Pero no. En su lugar, me encontraba sosteniendo un pequeño pedazo de papel con una caligrafía elegante y precisa. La cual me resultaba totalmente fascinante, pues parecía estar perfectamente ensayada y era algo antigua.

Se trataba de la respuesta de Cuervo.

Mi mirada recorrió las líneas una vez más, memorizando cada palabra con cuidado. El encantamiento de sellado de mi habitación. Un bloqueo que había permanecido intacto desde que dejé esa casa, una barrera invisible que parecía haber crecido con el tiempo, cerrando cualquier acceso a mi antigua fortaleza.

Cuervo me había enviado lo que necesitaba para romperlo. Aunque, si era sincera, también me había advertido.

"Kathrina, no hagas estupideces mientras no estoy."

Lo gracioso era que él aún no comprendía algo fundamental: yo era la estupidez en su forma más pura y andante.

Porque, por supuesto, en lugar de dejarlo pasar, en lugar de ser paciente, de esperar. Estaba organizando mi propia misión encubierta. Ahora solo quedaba encontrar la manera de entrar en la casa sin llamar la atención. Y, como si el destino tuviera un retorcido sentido del humor, la oportunidad perfecta se presentó sola: una fiesta en casa de mi tío Sthepano.

Porque, ¿qué mejor distracción que un montón de adultos ricos, egocéntricos y probablemente borrachos? Mientras ellos se entretenían con sus conversaciones llenas de falsedad y las copas de vino rebosantes, yo podría deslizarme entre las sombras, encontrar mi antigua habitación y, con un poco de suerte, abrir lo que había permanecido cerrado por tanto tiempo.

Claro, estaba el pequeño detalle de que Sthepano no era precisamente la persona más confiable del mundo. Ni la más inofensiva. Pero, como ya había establecido, tomar malas decisiones era mi especialidad.

Había permanecido oculta en las sombras, esperando el momento perfecto. Lo último que necesitaba era llamar la atención antes de tiempo. Sabía que, si quería que mi plan funcionara, debía moverme con sigilo y deslizarme como un fantasma entre la multitud sin levantar sospechas.

Pero, por supuesto, nada en mi vida podía ser tan sencillo.

El problema llegó en la forma de una chica del grupo de animadores. Su vestido plateado capturaba la luz de la luna con un brillo etéreo, ajustándose a su figura con una elegancia envidiable. Pequeños destellos colgaban de su cabello, reflejando las luces como si fueran diminutas estrellas atrapadas en una cascada oscura. Caminaba con prisa, mascada en mano, y se dirigía hacia su coche.

No podía dejar que volviera dentro. Ya me había visto.

Inspiré hondo y recordé los trucos que Cuervo me había enseñado. Un chasquido. Un simple chasquido de dedos fue suficiente.

La chica apenas tuvo tiempo de soltar un leve jadeo antes de desplomarse en el asiento del conductor, su cabeza inclinada en un ángulo incómodamente relajado. Sus pestañas temblaron, como si luchara contra el sueño repentino, pero no hubo resistencia. Se había sumido en un letargo profundo e impenetrable.

Sonreí con autosuficiencia. Tal vez Cuervo tenía razón al decir que empezaba a mejorar en esto.

Sin perder el tiempo, me acerqué y cambié nuestras ropas con otro chasquido, sintiendo el ligero escalofrío del hechizo recorriéndome la piel. El vestido plateado se ajustó a mi cuerpo como si hubiera sido hecho a medida. Me até la mascada al cuello, dejándola caer con un descuido ensayado, y revisé los destellos en mi cabello, asegurándome de que se veían naturales.

Antes de cerrar la puerta del coche, extendí una mano sobre su frente y, con un susurro, borré sus últimos recuerdos. No necesitaba que despertara con preguntas incómodas.

Con un último vistazo a mi reflejo en la ventanilla, enderecé la espalda y caminé de regreso a la mansión como si perteneciera allí.

Los primeros pasos fueron los más difíciles.

El miedo de ser descubierta intentó instalarse en mi pecho, pero lo ignoré. Caminé con seguridad, con la misma gracia que aquella chica seguramente tendría. Y cuando llegué a la entrada de servicio, mi papel ya estaba bien interpretado. Aunque si alguien me prestaba la suficiente atención, tal vez no le sería muy difícil notar que era una impostora.

—¡Ahí estás! —una de las que parecían ser las organizadoras me interceptó con urgencia—. ¡Te hemos estado buscando por todas partes! ¡El espectáculo está a punto de empezar!




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