Esos días, me había estado sentido… perdida.
Como si caminara en círculos dentro de mi propia cabeza, buscando una salida que no existía.
Habían sido días extraños, donde todo lo que creía sólido se había vuelto líquido, resbalando entre mis dedos antes de que pudiera sujetarlo. Por eso, me alejé. Me hice a un lado de todos. No porque no me importaran, sino porque necesitaba tiempo. Espacio para ordenar mis pensamientos, para entender lo que estaba sintiendo, aunque todavía no tuviera las palabras para describirlo.
Crucé los pasillos de Evermoorny con la mirada fija en el suelo, ignorando las voces y las risas, las conversaciones que alguna vez me habrían hecho sonreír. Los rostros conocidos me miraban, algunos con curiosidad, otros con preocupación, pero no me detuve. No me detuve por nadie.
No ese día.
Ese día mi objetivo era Forester.
Lo había encontrado unos días atrás, en uno de esos encuentros que parecían casuales, pero que nunca lo eran del todo. Le hablé sobre los documentos, sobre los duplicados, sobre la mujer misteriosa que había visto salir del despacho de Sthepano. No logré verle el rostro, solo esa sombra difusa que aún me atormentaba en sueños. Pero fue suficiente para llegar a una conclusión que ninguno de los dos quiso decir en voz alta: había un infiltrado.
Forester prometió investigar. Prometió que me tendría noticias.
Y yo… bueno, yo me quedé atrapada en ese limbo. Pensando en los posibles culpables, descartando opciones hasta quedarme con lo más obvio y lo más frustrante: lo desconocido.
Por eso, mientras pasaba junto a los demás estudiantes, ignorando sus murmullos y sus gestos, solo tenía una meta en mente. Llegar a Forester. Tener respuestas.
Sin embargo, antes de poder alcanzarlo, me crucé con Damian a quien esos días había dejado libre pues me gustaba la idea de ir caminando sola. Me servía para meditar y poner en orden mis pensamientos.
Estaba apoyado contra una de las columnas, con las manos en los bolsillos y su mirada fija en mí. La expresión en su rostro reflejaba tranquilidad, pero en sus ojos brillaba esa chispa que decía que había notado mi distancia.
—Hola, Kath —saludó con suavidad. Y, por un instante, dudé. Dudé en seguir de largo, en fingir que no lo había visto. Pero después recordé que él no merecía eso.
Así que me detuve. Respiré hondo. Y lo saludé.
—Hola, Damian.
Caminamos juntos por el estacionamiento, en ese silencio cómodo que pocas personas logran. Me ayudo a subirme al coche y este arranco segundos más tarde. El ambiente era casi tan frio como un tempano de hielo. Hasta que él habló.
—No te he visto mucho estos días.
—He estado… ocupada.
No mentía. Solo omitía detalles.
—¿Con él? —preguntó, y no tuve que pedirle que aclarara. Su tono fue suficiente.
—Sí —respondí tras unos segundos. No había motivo para ocultarlo. Él lo descubriría tarde o temprano—. Con Cuervo.
Damian asintió, pero en su mirada había una mezcla de curiosidad y cautela.
—He oído hablar de él —dijo—. Dicen que es un alma solitaria, que lleva años vagando por los bosques. Algunos creen que está huyendo de algo… otros, que está cazando algo.
Sus palabras me hicieron pensar. ¿Cuervo huía? ¿O era el depredador?
—¿Y tú? —preguntó entonces, aunque veía en el algo más que simple curiosidad—. ¿Confías en él?
Una pregunta simple. Directa. Pero que me dejó sin respuesta.
Pensé en Cuervo. En su forma voluble y sarcástica de hablar. En su crueldad disfrazada de entrenamiento. En sus palabras afiladas, en su sonrisa que parecía esconder más secretos de los que nunca podría descubrir.
Pero también pensé en su honestidad. Porque si algo tenía claro, era que Cuervo nunca me había mentido. Me dijo que me ayudaría porque, de alguna manera, eso también le beneficiaba. Me dijo que me entrenaría para que me fortaleciera y me uniera a él.
Nunca fingió ser más de lo que era. Nunca me prometió más de lo que podía dar.
—Confío en que no me mentirá —respondí al final—. Confío en que cumplirá lo que ha prometido.
Damian frunció el ceño, pero no dijo nada. Esperó. Me observó como si buscara algo en mi rostro que le confirmara lo que no había dicho.
—¿Y eso es suficiente? —preguntó al fin.
¿Era suficiente?
No lo sabía. No aún.
Pero, en ese instante, era lo único que tenía.
—Sí —respondí a Damian, aunque la duda se coló en mi voz—. Confío en él, aunque sea impredecible.
Y era cierto. Cuervo era una tormenta que no sabía si me arrasaría o me enseñaría a bailar bajo su lluvia. Pero hasta ahora, había sido claro. Brutalmente honesto. Y yo prefería las verdades incómodas a las mentiras dulces.
Damian pareció querer decir algo, pero no tuvo tiempo. El coche se detuvo bruscamente, lanzándome hacia adelante en el asiento. Lo miré, lista para preguntarle qué pasaba, pero su expresión me congeló la sangre.
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Editado: 08.04.2025