Las imágenes de aquella noche seguían persiguiéndome. Por más que intentara distraerme, los rostros de aquellos monstruos, tan pálidos y sanguinario, aparecían en cada rincón de mi mente. Su sonrisa torcida, la sangre escurriendo por sus labios... No importaba cuánto lo intentara, no podía deshacerme de ellas.
Tal vez por eso acepté la invitación de mis tíos. Un viaje, una fiesta de compromiso, un cambio de escenario. No es que realmente me importara la celebración de uno de los socios de mi tio Jonh, pero cualquier excusa era buena para alejarme de esos pensamientos. Además, Miles había mencionado que también estaría allí, y aunque no lo admitiera abiertamente, su presencia me resultaba reconfortante.
En ese momento, entre la música suave y las risas de los invitados, la atmósfera parecía alegre y despreocupada. Pero a pesar del lujo y la elegancia que rodeaba cada rincón, no podía decir lo mismo de mí. Estaba ambientada, sí, pero no emocionada. Todo parecía tan... vacío.
—¿Se encuentra bien? —escuché la voz de mi tío, sacándome de mis pensamientos.
A nuestro lado, una chica de cabello rojizo y vestido de pedrería azul estaba claramente incómoda. Heather, si no mal recordaba. La conocí brevemente al inicio del evento, pero apenas habíamos intercambiado un par de palabras. En ese instante, su expresión parecía más tensa. Su respiración agitada, la forma en que sus manos jugaban nerviosamente con los pliegues de su vestido… Algo no estaba bien.
—Sí, solo me hace falta un poco de aire fresco —respondió ella, aunque la incertidumbre en su voz la delataba.
"Pero ya estamos al aire libre", pensé. Sin embargo, no lo mencioné.
—¿Estás segura? —pregunté, incapaz de ocultar la preocupación en mi voz. No conocía mucho a la chica, pero algo en su mirada y en el temblor casi imperceptible de sus labios, me resultaba inquietante—. Si quieres, podemos pedir ayuda.
Negó con la cabeza casi de inmediato, mostrándonos una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora. Pero incluso en eso fallaba.
—No se preocupen, me encuentro bien —dijo, aunque no me convenció del todo—. Solo necesito ir al tocador.
—De acuerdo —respondí, aun sintiendo ese nudo en el estómago—. Pero si necesitas algo…
Ella asintió rápidamente, como si temiera que cualquier segundo adicional en nuestra compañía pudiera delatarla aún más. Luego, sin mediar palabra, se alejó. Sus pasos apresurados resonaron sobre el empedrado.
La seguí con la mirada, observando cómo la multitud se abría a su paso. Su cabello cobrizo relucía bajo las lámparas de cristal, y su silueta, aunque aparentemente firme, irradiaba fragilidad. Era hermosa, sin duda, pero había algo inquietante en su apresurada retirada.
Fue entonces cuando lo vi.
Dorian.
El chico que parecía odiar a todo el mundo. Lo recordaba a él y sus amigos de la primera gala a la que había asistido en Travelers.
Su presencia destacaba incluso entre los hombres mejor vestidos. Su porte impecable, su cabello oscuro y ese deje de irritación que siempre parecía protagonizar su rostro lo convertían en el centro de atención, aunque en esos momentos su expresión mostraba algo más. Sus ojos la buscaban, llenos de una determinación perturbadora.
Heather no estaba huyendo del aire sofocante. Estaba huyendo de él.
Como la chismosa que soy tuve la necesidad de acercarme para descubrir que había sucedido. Deje a mi tío, quien se encontraba platicando animadamente con una pareja que como todos ahí destilaban elegancia y poder. Cosas aburridas que no me interesaban para nada.
—¿Sabes? Eres bastante obvio —solté, cruzándome de brazos una vez estuve a su lado. Dorian me miró como si estuviera a punto de soltarme alguna respuesta mordaz, pero antes de que pudiera hacerlo, decidí adelantármele—. Y ni siquiera intentes negarlo.
Frunció el ceño, claramente desconcertado.
—¿A qué te refieres?
—Aquí sigues mirándola como si fuera lo más preciado en tu vida, pero cuando se va te quedas sin hacer nada. Y eso, en mi humilde opinión, es bastante patético.
Por un instante pensé que explotaría, pero en lugar de eso, suspiró con frustración.
—Es inútil —murmuró, apartando la mirada—. Ella no quiere saber nada de mí.
Lo observé con atención. Esa resignación tan evidente me molestó. Como si realmente creyera que no había nada más por hacer.
—¿Y eso por qué? —insistí—. ¿Hiciste algo tan horrible como para no merecer su perdón?
Su mandíbula se tensó y por un momento pensé que no respondería. Pero entonces, casi en un susurro, lo dijo:
—Le pedí que se alejara —Eso fue todo. Sin más explicación. Pero fue suficiente para que entendiera. No importaba cuánto intentara justificarlo, estaba claro que él mismo había creado esa distancia entre ellos— Y lo hizo.
Era un idiota sin duda.
Un silencio incómodo se instaló entre nosotros. No sabía exactamente por qué, pero algo dentro de mí se revolvía. Quizá porque a pesar de juzgarlo y mucho, entendía lo que era tomar decisiones impulsivas y después arrepentirse.
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Editado: 08.04.2025