Tears: Almas Corrompidas [#2]

28.- PROMESAS CUMPLIDAS

Estaba sentada en una vieja banca de madera en la villa de los Wolfreind, el hogar de la manada del papá de Sawyer. El viento fresco agitaba las hojas, y el sonido de los pájaros se mezclaba con la lejana charla de los aldeanos. Todo parecía tranquilo, pero yo no podía evitar pensar en lo irónico que era estar ahí.

Pudo haber sido mi hogar, pensé con amargura. Si las cosas hubieran sido diferentes, si las mentiras no hubieran salido a la luz, tal vez estaría ahí como parte de esa manada. Pero ese destino nunca fue mío. Y, siendo sincera, no sé si alguna vez lo quise de verdad.

Apenas unas horas antes, mi mayor preocupación había sido decidir si comía una manzana o un durazno durante el almuerzo. Estaba disfrutando de la paz en una de las bancas de Evermoorny, con el libro Legends abierto sobre mis piernas, cuando Tamara e Isaid llegaron como un torbellino. Sus rostros reflejaban angustia.

—Kath, tienes que venir —dijo Tamara, con la voz cargada de urgencia.

—¿Qué pasa? —pregunté, cerrando el libro de golpe.

—Es Xilotl —intervino Isaid, cruzándose de brazos con el ceño fruncido—. Está muy enferma y pidió verte.

Por un momento, no supe qué decir. Xilotl. La mujer más anciana de la villa. Sabia, respetada y temida en partes iguales. Cuando la conocí, me hizo prometerle que volvería a leerle algún día. "No hay mayor regalo que una historia bien contada", me dijo aquella vez, con su mirada penetrante.

No pude negarme. A pesar de mis dudas, sabía que romper una promesa como esa sería imperdonable. Así que, en esos momentos, me encontraba cumpliéndola.

La habitación donde Xilotl descansaba era pequeña y acogedora, con paredes de piedra y un techo de vigas de madera oscura. Las mantas tejidas que la cubrían apenas lograban ocultar lo frágil que se veía. Su piel, marcada por el tiempo, parecía tan delicada como el papel viejo.

Me senté a su lado, sosteniendo el libro entre mis manos temblorosas. A pesar del cansancio evidente, sus ojos seguían teniendo ese brillo agudo que me había intimidado un poco cuando la conocí.

—Cumpliste tu palabra —susurró con una pequeña sonrisa.

—Siempre lo haré —le respondí, esforzándome por mantener la voz firme.

Comencé a leer. Cada palabra llenaba el aire como si tejiera un velo de nostalgia y magia. A medida que avanzaba en la historia, la respiración de Xilotl se volvía más tranquila. Era como si las leyendas que tanto amaba la abrazaran en sus últimos momentos.

Cuando terminé, un silencio pesado cayó entre nosotras. Su mirada permanecía fija en mí, pero esta vez había algo distinto. Una urgencia silenciosa.

—Gracias, niña —susurró—. Me has dado un último regalo.

Sus palabras me hicieron temblar. Sentí el nudo en mi garganta crecer, pero no podía permitirme llorar. No frente a ella.

—Lo prometí —respondí apenas en un murmullo, tomando su mano arrugada con delicadeza.

Xilotl apretó ligeramente mis dedos. Su piel era tan frágil que parecía que cualquier movimiento brusco podría romperla.

—Escúchame bien, Kathrina Moonlight —soltó en una exhalación, con un tono que me heló la sangre—. Nadie debe saber que lo tienes en tus manos.

La confusión me golpeó.

—¿Qué? ¿De qué hablas?

Sus ojos no se apartaron de los míos. No había duda ni vacilación en ellos, solo determinación.

—Solo prométemelo —insistió—. Mantente a salvo.

Mi corazón latía con fuerza. No entendía del todo a qué se refería, pero algo en mí sabía que debía hacerle caso.

—Lo prometo —susurré, con la voz quebrada.

Xilotl cerró los ojos y exhaló un suspiro cansado. Mi pecho dolía. Cada respiración que tomaba era un recordatorio de lo inevitable. Pero yo seguiría ahí. Porque una promesa era una promesa.

Y yo nunca rompo una promesa.

A pesar de la inquietud que crecía en mi pecho, decidí no cuestionarla. No en ese momento. Xilotl ya estaba demasiado débil, y sus palabras, aunque enigmáticas, llevaban un peso que no podía ignorar.

—Lo prometo —volví a decir una vez más.

Su expresión, aunque cansada por el paso de los años, pareció encontrar un breve consuelo en mi respuesta. Con delicadeza, me incliné y le deposité un beso en la frente. Su piel estaba fría, pero el leve aroma a hierbas y cenizas que la rodeaba me resultó reconfortante. Era como si el tiempo mismo la abrazara.

Entonces, las puertas se abrieron con un crujido. Varios miembros de la manada entraron en la habitación, con expresiones solemnes y miradas bajas. Tamara e Isaid estaban entre ellos, con las manos entrelazadas como si el contacto físico les diera algo de fuerza. Algunos susurraban oraciones antiguas, otros simplemente permanecían en silencio.

Me aparté lentamente, dejando espacio para ellos. No había llantos descontrolados ni lamentos. Solo esa calma dolorosa que llenaba cada rincón de la casa. Desde mi lugar en la esquina, los observé con respeto mientras se arrodillaban ante Xilotl, como si reconocieran no solo a la anciana que yacía en el lecho, sino a la historia viva que estaba a punto de desvanecerse.




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