Tears: Almas Corrompidas [#2]

31.- SEGUNDA PIEZA

Había pasado un buen rato desde que salí de mi habitación, y aun así el silencio de la casa me seguía pareciendo más denso de lo normal. Caminaba descalza, arrastrando los pies por el largo pasillo del ala norte, donde las ventanas eran altas y dejaban entrar la luz grisácea de una mañana nublada. Llevaba entre mis dedos las fotos que encontré en el fondo del cajón aquella noche en la que me escabullí en la casa de Sthepano, segura de que debía mostrárselas a mi tío John. Tal vez él pudiera decirme algo. Tal vez supiera por qué una de esas imágenes me había provocado un escalofrío tan violento. O tal vez solo buscaba una excusa para verlo. Para sentir algo de estabilidad.

Dormir seguía siendo un campo de batalla. Las pesadillas no me soltaban, y aunque ya no despertaba gritando, cada noche me dejaba más cansada que la anterior. A veces soñaba con vampiros y sombras. A veces con mi madre; siempre la veía con sus ojos abiertos, totalmente inexpresivos, y escuchaba su voz llamándome desde un rincón que nunca podía alcanzar.

Suspiré, sacudiendo la cabeza. Necesitaba aire, y por eso había aceptado salir más tarde con Hailyn. Vanely no me llamaba particularmente, pero ella insistió en que nos haría bien distraernos. Mi hermano también amenazó con colarse en la salida, aunque hasta ahora no había confirmado nada. Lo más probable es que apareciera en el último momento, como solía hacer.

Doblé en el pasillo que llevaba al ala oeste, donde solía estar el despacho, cuando la figura de mi tía Anna emergió del umbral de una puerta. Llevaba un suéter grueso color lavanda y una taza de té entre las manos, y al verme, su rostro se iluminó con una sonrisa cálida que me hizo sentir como si me hubieran echado una manta encima. Cálida, sí, pero también... demasiado perfecta.

—Kath —dijo—, qué gusto verte caminando por la casa otra vez. Estás con mejor semblante.

—Me siento mejor, tía —respondí, devolviéndole una sonrisa, aunque no pude evitar mirar de reojo su taza. Olía a jazmín, como el perfume que usaba mi madre. O quizás solo me lo estaba imaginando.

Se acercó y, con su mano libre, acarició mi cabello como solía hacer cuando era niña. Su toque fue suave, casi cuidadoso, como si temiera romperme. Sentí el impulso de retroceder, pero me forcé a quedarme quieta.

—¿Buscas a John?

Asentí, alzando las fotos apenas lo suficiente para que las viera, pero no demasiado. No sabía por qué, pero no quería que ella las mirara detenidamente. Había algo en su forma de observar que me incomodaba últimamente. Como si midiera mis palabras, mis gestos… como si ya supiera lo que iba a decir. Todo se lo atribuía a mi paranoia, pero definitivamente eran cosas que no podía evitar sentir.

Sin duda estaba traumada.

—Creo que está en el despacho —dijo, dando un sorbo a su té—. Aunque la verdad no lo he visto mucho desde hace unos días. Se ha estado encerrando bastante.

Fruncí el ceño.

—¿En serio? Pensé que estaría más... no sé, animado. Estaba tan emocionado con lo de ustedes.

Mi tía Anna se encogió de hombros y su expresión no cambió, pero juraría que vi una pequeña tensión en la comisura de su boca. Como si supiera algo que no estaba diciendo.

—Supongo que todos tenemos nuestros momentos —musitó—. Y bueno, han pasado muchas cosas. Tal vez necesita un respiro. Igual que tú.

Me acarició el brazo esta vez, y el gesto me resultó tan familiar que dolió. Pero no dije nada. Solo asentí, forzando otra sonrisa mientras sentía cómo la incomodidad se instalaba en mi estómago como una piedra fría. Era algo que últimamente me pasaba con las personas a mi alrededor.

—Bueno, no te quito más tiempo —dijo con un guiño—. Cuídate, pequeña. A veces el pasado duele más cuando uno insiste en mirarlo demasiado de cerca.

Le sonreí una vez más a mi tía, esta vez con más suavidad, fingiendo que no había notado la manera en que sus ojos se clavaron en mis manos como si supiera que algo ocultaba entre mis dedos.

—Sabes qué… tienes razón —le dije, encogiéndome de hombros—. Creo que mejor descansaré un rato antes de salir con Hailyn. Buscaré a mi tío después.

Su sonrisa se amplió, dulce como la miel, y me dieron ganas de apartar la vista.

—Buena decisión, querida. No hay prisa para nada —dijo, y tras otro gesto cariñoso en mi brazo, se despidió, girando sobre sus talones y alejándose por el pasillo.

Contuve la respiración hasta que dobló la esquina. Mis músculos seguían tensos. Conté hasta diez. Luego, como si algo dentro de mí diera una orden silenciosa, me giré sobre mis pasos y comencé a andar con sigilo hacia el despacho.

Mi primer instinto fue hurgar dentro. Sin embargo, algo en la atmósfera del despacho me decía que no estaba tan solo como parecía. Me levanté con cautela, tanteando el aire con una mezcla de nerviosismo y urgencia. Fue entonces cuando recordé el hechizo que podría ayudarme a descubrir si había alguien dentro del despacho, pues podía atravesar el velo aislante que tenía.

Lo había leído entre las páginas del libro que Cuervo me dejó. Uno de esos hechizos antiguos, de los que decían que tenían más de una función y más de un precio. No era un encantamiento sencillo, pero si funcionaba, podría escuchar cualquier conversación más allá de los muros, sin ser descubierta.




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