La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas, como si intentara abrirse paso a nuestra sala. Pero dentro, el ambiente era cálido, casi festivo. Estábamos todos juntos, sentados alrededor de la chimenea encendida: mi tío John, Christopher, Ralph y yo. La tormenta allá afuera parecía pertenecer a otro mundo, uno lejano al que, por fin, aunque fuera solo por unas horas, no me sentía atada.
Tío John contaba uno de sus chistes malos, de esos que hacían que rodaras los ojos y luego te rieras de lo absurdo que eran. Christopher lo interrumpía con burlas casuales y Ralph apenas podía contener la risa. Yo también reía. Reía de verdad. No sé si era el sonido de la lluvia, el calor del fuego o la seguridad que sentía rodeada de ellos, pero por primera vez en muchos días, mi pecho se sentía un poco más liviano. Como si la tristeza se hubiera dormido en un rincón de la habitación y me estuviera dando permiso de respirar.
—¿Y entonces qué dijo el carnicero? —remató mi tío con una expresión tan seria que era imposible no soltar una carcajada.
—¡No! ¡Ya basta! —dije llevándome las manos al rostro—. Tus chistes son un crimen de guerra, tío.
—Eso dice alguien que todavía le gusta que le lean en voz alta —respondió Christopher, cruzando los brazos con fingido desdén.
—Touché —admití entre risas.
Durante un instante, los rayos iluminaron el cielo y la sala entera tembló levemente con el retumbar del trueno. Pero incluso eso parecía un simple telón de fondo para aquella escena que, en otro momento, habría llamado felicidad.
Fue entonces que recordé las fotos. Esas que había guardado y que todavía no había mostrado. Dudé por un segundo. Tal vez no era el mejor momento. Pero algo dentro de mí me empujó.
—Oigan… —dije, sacando el pequeño sobre doblado de mi bolsillo trasero—. Encontré esto hace poco. Ni siquiera recordaba que las tenía conmigo cuando me fui de casa de Sthepano.
Mentí con naturalidad. Nadie pareció notarlo.
Mi tío extendió la mano, curioso. Ralph y Christopher se acercaron un poco más. Saqué las fotos y se las fui pasando una por una. Eran recuerdos congelados: una donde Christopher y yo estábamos completamente empapados después de jugar bajo la lluvia; otra con Ralph disfrazado de mago, con una capa hecha de sábanas; otra más… esa me dolió especialmente. Estábamos los cuatro. Papá tenía a Ralph en hombros y mamá me abrazaba mientras Christopher y Allen nos hacían una mueca detrás.
—No puedo creer que aún conservo estas —murmuré, más para mí que para ellos.
Las risas cesaron por un momento. Mi tío John sonrió con melancolía.
—Tu mamá tenía esa sonrisa… que parecía que sabía algo que los demás no —dijo, tocando una de las fotos como si pudiera sentirla—. Y tu papá... siempre tan orgulloso.
Ralph asintió con una sonrisa suave. Christopher no dijo nada, pero noté cómo sus ojos se enfocaban en cada detalle, como si tratara de memorizar lo que alguna vez fue.
Yo también las veía. Pero mientras ellos parecían encontrar consuelo, calidez… yo solo sentía frío. Una punzada que se arrastraba desde mi estómago hasta la garganta. Algo dentro de mí se revolvía cada vez que veía sus rostros congelados en el papel. Era como si esas imágenes se burlaran de mí, recordándome todo lo que se había roto.
Apreté los dedos contra mis piernas para no temblar.
Tal vez era porque no podía evitar pensar que en alguna de esas fotos estaba el principio del fin. Que tal vez… ya había señales. Algo oculto, algo que no supe ver entonces. Algo que seguía sin entender.
Pero no podía detenerme. No ahora.
—¿Y esta? —preguntó Christopher, alzando una donde salíamos todos en el jardín, con mamá sosteniendo un pastel torcido y papá cubierto de crema—. Fue cuando intentaron hornear, ¿no?
—Sí… —respondí con una sonrisa tenue—. Y explotó.
La risa volvió a llenar la sala, y yo me aferré a ella, aunque por dentro aún sentía ese escalofrío constante. No supe si era por la tormenta... o por la certeza de que, mientras más cavaba en el pasado, más oscuro parecía volverse todo.
Pero ya no había vuelta atrás.
Y en ese instante, miré a mi tío. Sonreía, como siempre, con ese brillo sincero en los ojos. Quise creer que todo estaba bien. Que nada de lo que me inquietaba tenía que ver con él. Quise creerlo con todo mi corazón.
Y tal vez, por esa noche, lo logré.
Afuera, la tormenta persistía, pero ahora su sonido era más sordo, como si se hubiera rendido a su propio llanto. Las llamas de la chimenea seguían bailando suavemente, lanzando sombras temblorosas sobre las paredes. Aún tenía entre mis manos una de las fotografías que había mostrado.
No era cualquier foto.
Era de unos días antes de que todo se fuera al demonio. Mis padres, mis hermanos y yo estábamos en ella. Papá, con su postura impecable, tenía a Allen a su lado. Ambos con la misma expresión seria, la misma barbilla erguida, el mismo aire de "todo está bajo control" que siempre me pareció más una máscara que una virtud. A veces me costaba distinguir dónde terminaba Allen y comenzaba mi padre. Él lo había convertido en una copia suya. Lo moldeó desde niño para ser su sucesor perfecto… y Allen, como buen hijo obediente, lo permitió.
#3276 en Fantasía
#660 en Magia
#1577 en Thriller
#762 en Misterio
criaturas miticas seres sobrenaturales, misterio romance magia, enemistolovers
Editado: 16.06.2025