Nunca me había alegrado tanto de ser invisible.
O al menos, de que me trataran como si lo fuera.
Desde que los demonios desaparecieron, solo quedaban ellos dos en el círculo: Cuervo y Draelith, caminando lentamente, como bestias salvajes que se olfateaban antes de atacar. Y aunque no me dirigían la palabra, yo no me movía ni un centímetro. Apreté la espalda contra uno de los troncos retorcidos del claro y me hice tan pequeña como pude. Mis piernas aún temblaban por todo lo que acababa de ver.
Draelith rompió el silencio primero, con una sonrisa que no llegaba a ser del todo humana.
—¿Qué fue lo que te trajo hasta mis garras, Cuervo? Pensé que me odiabas demasiado como para volver a verme.
Cuervo giró levemente la cabeza, sin dejar de andar en círculos.
—No te equivocas, Drael. Te odio más que a cualquier criatura en esta dimensión. Pero también sé cuándo tengo que ensuciarme las manos —respondió con ese tono seco y letal tan suyo.
—¿Ensuciarte… o quemarte? —replicó Draelith, divertido—. Porque todos los que tratan conmigo terminan ardiendo, de una forma u otra. Pero, en fin, nunca he podido resistirme a tu encanto. ¿Qué es lo que deseas?
—Tu cooperación para un ritual. La Piedra Alma.
Draelith se detuvo en seco. Su sonrisa se desdibujó apenas por un segundo, y sus ojos brillaron con una oscuridad más densa.
—¿La Piedra Alma? —repitió en un susurro venenoso—. No me digas que estás jugando a lo imposible otra vez.
—Yo nunca juego —replicó Cuervo, tajante—. Y no vine a pedirte permiso.
—Oh, por supuesto que no —le respondió él, retomando el paso con una ligereza casi felina—. Cuervo el invencible, Cuervo el trágico, Cuervo el condenado… Siempre tan digno y tan trágicamente arrogante. Me encantaba romper esa dignidad, ¿lo recuerdas?
—No me hagas romperte otra costilla —espetó Cuervo.
—Solo si después me acaricias con tu daga mi preciado cuello. Debo admitir que, aunque cerca de su filo, me reconforta también sentirte a ti —murmuró Draelith con una sonrisa torcida.
Eso me perturbo más de lo que debía, pero de alguna manera sonaba ¿romántico?
La tensión entre ellos era irrespirable. Pero no de la que da miedo… o no solo. Era una corriente cargada, como electricidad y veneno, fuego y hielo chocando. Draelith lo provocaba todo el tiempo, con esa forma suya de hablar como si estuviera disfrutando cada palabra. Cuervo, en cambio, parecía un volcán contenido. Letal. Elegante. Pero al borde de estallar.
Yo los miraba en silencio, aún encogida contra el tronco, cuando Cuervo, de la nada, giró la cabeza hacia mí.
—Ella es la que necesita del ritual.
Yo tragué saliva.
El príncipe del infierno tardó un par de segundos en seguir su mirada. Me miró con un gesto vago, como si me estuviera volviendo a recordar después de años de olvido. Chasqueó la lengua con teatralidad.
—Vaya… la niña está aquí aún. Lo olvidé por completo, otra vez.
—Gracias —murmuré con ironía.
—De nada —sonrió como un cuervo sobre un cadáver—. ¿Cómo te llamabas? ¿Katheleia? ¿Kaitlyn?
—Kath —repliqué, ya cansada de que mi miedo no impidiera mi sarcasmo—. Pero por mí puedes volver a olvidarlo. Prometo no ofenderme.
Draelith soltó una risa baja, pero sumamente peligrosa.
—Me gusta. Tiene espíritu. Aunque te aseguro que prefieres que no te mire mucho tiempo. A veces los ojos son puertas… y los míos están llenos de cosas que ni tú ni Cuervo podrían soportar.
Lo odiaba. Lo odiaba y, al mismo tiempo, no sabía si prefería tratar con él o con Cuervo. Cuervo era peligroso, sí. Pero predecible, o bueno, talvez no, sin embargo, no me haría daño pues me necesitaba. Draelith, en cambio, era… otra cosa. Algo que sonreía mientras jugaba con cuchillas.
Me mantuve en silencio. Lo último que quería era llamar demasiado su atención de nuevo.
Y, sin embargo, algo me decía que ese era solo el principio.
Porque ambos, por alguna razón que aún no entendía del todo, me necesitaban viva.
Y eso era lo que más miedo me daba.
—¿Y quién se supone que es la chiquilla? —preguntó Draelith de pronto, con esa voz suya que no viajaba por el aire, sino que vibraba como un eco dentro de los huesos.
Me tomó un segundo darme cuenta de que hablaba de mí. Sentí el corazón golpearme el pecho como si quisiera huir. Me incorporé un poco, tragando saliva, y traté de sonar firme, aunque mi voz era una cuerda tensa a punto de romperse.
—Mi nombre es Kathrina Moonlight D’Angelo.
Por un momento, pareció que no decía nada. Pero lo vi. Vi cómo algo cambiaba en su rostro. Fue apenas un destello, una sombra de reconocimiento o… ¿sorpresa?
Giró apenas su rostro hacia Cuervo y dijo, casi con desprecio:
—Otra de los tuyos…
La forma en la que lo dijo… Me hizo sentir como si acabara de mancharme con algo prohibido.
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Editado: 31.08.2025