Tears: Almas Corrompidas [#2]

37.- CAÓTICAS MENTIRAS

Corría.

No sabía exactamente hacia dónde, pero mis piernas no se detenían. Atravesé los Eternos Enamorados sin siquiera mirarlos. Los troncos gigantes se alzaban a cada lado como testigos silenciosos, y por primera vez en mi vida no me provocaron ternura ni respeto… solo rabia.

El cielo rugía por encima, cubriéndose con nubes tan negras como la culpa que me carcomía por dentro. El viento golpeaba mi rostro, arrancándome mechones del cabello que se pegaban a mis mejillas húmedas. No supe si era lluvia lo que caía… o si aún me quedaban lágrimas. Pero dolía. Todo. Cada paso. Cada recuerdo. Cada imagen que regresaba como un látigo en la piel.

Tenía frío, pero no era por el clima.

Era por dentro.

Me sentía vacía y ardiendo al mismo tiempo.

Mis botas pisaban la tierra mojada y resbalosa, pero no me detenía. No podía. Si me detenía, pensaba. Y si pensaba… no lo iba a soportar.

Anna.

Su nombre me sabía a veneno, cuando antes me llenaba de calidez.

No podía dejar de verlas. Las malditas zapatillas. Tan brillantes, tan seguras, tan… ella. Las había visto tantas veces. En cenas familiares. En eventos escolares. En navidades donde intentaba sonreír. Y yo… yo como estúpida, como ciega, admirando su elegancia, confiando en sus consejos, creyendo cada palabra dulce que salía de su boca.

Corrí más fuerte.

El aire se volvía más violento, como si quisiera detenerme. Pero ya nada podía hacerlo. Ni siquiera yo.

¿Cómo no lo vi?

¿Cómo fui tan… tonta?

Cada escena volvía con más nitidez. Su mano en mi hombro cuando me quebraba. Su voz diciéndome que era fuerte. Su mirada tan compasiva… tan falsa. Cada gesto suyo ahora me parecía repugnante. Todo era una mentira. Un disfraz. Un papel que interpretó tan bien que hasta yo le aplaudí.

Estaba a mi lado.

Todo este tiempo. Mirándome. Riéndose. Viviendo.

Mientras mis padres… Mientras ella…

El pecho me dolía como si se me hubiese incrustado una espina por dentro, y cada respiración la empujara más profundo. Quise gritar. Patear. Romper algo. Romperme a mí si era necesario.

¿Cómo se supone que viva sabiendo que la asesina de mis padres me acariciaba el cabello por las noches?

Tropecé y caí de rodillas en medio del sendero que llevaba a mi casa. La tierra mojada me ensució las manos, pero no hice el intento de levantarme. Me quedé ahí, jadeando, con el corazón desbocado y la cabeza hecha pedazos.

No podía volver.

No a esa casa.

No con ella adentro.

No después de saber que fue su voz la última que mis padres escucharon. Que fueron sus manos. Sus manos.

Enterré los dedos en la tierra con fuerza, como si quisiera hundirme. Como si el bosque pudiera tragarme entera y hacer que desapareciera todo esto. Todo lo que dolía.

Pero el dolor seguía.

Y la rabia también.

Me levanté, aún con las piernas temblorosas, pero sin detenerme. Seguí corriendo.

Las gotas comenzaron a caer pesadas, una tras otra, y en segundos la lluvia lo cubrió todo. Me calaba hasta los huesos, pero no me importó. ¿Qué podía doler más que esto?

Cada paso era como una punzada en la cabeza. Como si mi mente intentara reconstruir todo desde el inicio, desde el primer momento en que todo comenzó a quebrarse… incluso antes de saberlo.

El sueño.

Ese maldito sueño con el callejón y los pasos. Ese que me perseguía desde que regresé a Evermoorny.

¿Por qué justo entonces?

¿Por qué no antes?

Porque ese día ella también volvió. Anna.

Yo creí que era algo relacionado con la partida de tío Sthepano lo que lo había despertado todo, pero ahora... ahora lo entendía. Ella fue el detonante. Su regreso. Su cercanía. Algo en mi alma lo sabía, algo lo gritaba… y yo me negué a escucharlo.

Recordé cómo fingió estar devastada. Cómo decía que tampoco creía que la muerte de mis padres fuera un accidente. ¡Mentira! ¡Mentira maldita!

Estaba actuando. Siempre lo estuvo.

—Todo siempre gritó que eras tú —susurré entre dientes, mientras la lluvia me caía por los labios—. Y yo... yo te creí.

Porque eras la única que parecía haberme querido.

La única que me cuidó.

La única que me abrazó cuando ya no me quedaba nadie.

Y ahora... ahora solo podía preguntarme ¿por qué?

¿Por qué lo hiciste?

¿Era la empresa? ¿Fue por poder? ¿Por ambición? ¿Fue porque querías lo que mis padres tenían? ¿O fue solo por simple odio?

Mi rabia ardía como brasas en el pecho. Quería verla. Quería gritarle. Quería romperle la cara. Quería lanzarle la peor de las maldiciones, de esas que dejan cicatrices en el alma. Quería respuestas, pero también quería venganza. O justicia. No sé. Ya no sabía nada.




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