Tears: Almas Corrompidas [#2]

40.- DOLORA FINIS

El silencio había sido pesado esos días, roto únicamente por el crujir de la madera que tapizaba los pisos de la casa. Estaba tan sumida en mis pensamientos que no noté la presencia de nadie hasta que me sobresalté con los suaves golpes en la puerta.

—¿Mi niña? —la voz de doña Cleo sonó cautelosa.

Me giré lentamente y vi cómo asomaba el rostro, marcado por una expresión de preocupación.

—Su hermano y la señorita Hailyn están a punto de irse —me dijo.

—Está bien… —respondí con voz baja—. En un momento bajo.

Mi tono no engañaba a nadie. Me sentía realmente afectada. Habían pasado apenas cinco días desde lo de la cabaña. Desde lo de Christopher. Y aún lo sentía como si hubiese sido ayer.

El sanatorio mágico había decidido trasladarlo al hospital de Salensburgo, en Alemania. Allí contaban con mejores Alquimedicos, mejores equipos, más recursos… más esperanza, aunque ni siquiera estaba segura de que esa palabra significara algo en aquel momento. A pesar de la protección que Cuervo le había puesto, a Chris todavía le costaba respirar por sí mismo en ocasiones, y temían que un fallo repentino le arrebatara lo único que lo mantenía con vida.

Por eso Hailyn había decidido marcharse con él. No podía culparla; si yo estuviera en su lugar, habría hecho lo mismo. Ralph, en cambio, había considerado acompañarlos, pero al final se negó rotundamente a dejarme sola. Por más que lo intente convencer, él se mantuvo firme en su decisión. Dijo que Chris no permitiria que volvieran a cometer el mismo error. Ese gesto debería haberme reconfortado… pero no lo hizo. Solo me hundió más en la culpa. Sabía que él se quedaba por mí, y que si Chris estaba así… también era por mí.

Aunque nadie lo decía en voz alta, podía sentir la mirada de Allen clavada en mí, como un reproche constante. Y lo peor era que, aunque hubiese querido decir que me importaba, la verdad era que no. No después de todo lo que él había hecho.

Respiré hondo, tratando de reunir fuerzas para bajar. El aire frío del amanecer se colaba por las ventanas abiertas de la casa. La nieve caía suavemente, cubriendo el jardín y los árboles, pero dentro todo permanecía en un silencio denso, casi sagrado.

Descendí lentamente las escaleras, con cada paso resonando en la madera antigua como un recordatorio del peso que cargaba sobre mis hombros. Al llegar a la sala, los vi a todos.

Hailyn estaba junto a la ventana, la luz podía reflejarse en el brillo de sus ojos húmedos. Ralph permanecía junto a Miles cerca del sofá, con los brazos cruzados, intentando mostrar fortaleza, aunque su mirada lo traicionaba. Allen se encontraba en un rincón, inmóvil, observando con esa sonrisa fría que siempre lograba encender mi ira. Doña Cleo y Sophie permanecían a mi lado, firmes, ofreciéndome su silenciosa compañía. Incluso Forester estaba allí, con su postura recta y esa mirada capaz de atravesar cualquier mentira.

Antes de que pudiera reaccionar, Hailyn se lanzó hacia mí. Sus brazos me envolvieron con fuerza, y sus lágrimas empaparon mi chaqueta.

—No sé qué haría sin ti… —sollozó entrecortada—. No quiero dejarte… —apoyó la cabeza en mi hombro, temblando—. Pero…

—Lo sé —le respondí, apretándola contra mí—. Yo tampoco quiero dejarte ir… pero él te necesita.

Ralph se acercó entonces y colocó una mano firme sobre mi hombro. Su voz, profunda y reconfortante, me estremeció por lo extraño que era escucharlo hablar así:

—Kath… vas a estar bien. No dejes que la culpa te paralice —me miro y pude sentir la calidez que Chris siempre nos ofrecía—. Estaremos bien.

Allen por su parte permanecía apartado, y su sola presencia parecía ensombrecer la habitación. Sin embargo, en ese momento, no me importaba. No ahora.

Doña Cleo se inclinó ligeramente, con esa ternura que siempre había tenido:

—Mi niña… sé que es difícil, pero debes cuidar de ti misma. No puedes desaparecer en tu dolor.

Sophie dio un paso al frente, con una firmeza que contrastaba con la calidez de su voz:

—Kathrina, estamos contigo. No estás sola. Nunca lo estarás de nuevo.

Tragué saliva, y sentí cómo mi voz se quebraba al salir:

—No sé si puedo… —confesé—. No sé si tengo fuerzas.

Hailyn me apretó aún más fuerte, con un nudo de lágrimas en la garganta:

—Sí puedes. Estoy aquí. Siempre. Aunque no estemos juntos.

—Exacto, ahora seré yo quien te acompañe —Miles tomo mi mano con delicadeza, mientras estaba intentando contener las lágrimas.

Fue entonces cuando Forester, que había permanecido en silencio, habló con voz grave:

—Kathrina… lo que pasó no te define. Lo que viene ahora sí lo hará. Y tienes gente que cree en ti.

Suspiré, dejando que esas palabras me calaran hondo. Lentamente asentí.

—No iré al aeropuerto con ustedes —dije, con la mirada fija en la nieve que caía más allá de la ventana—. Hoy no. Necesito tiempo… para pensar, para recomponerme.

Ralph asintió con comprensión, y Hailyn me abrazó una vez más antes de marcharse. Afuera, la nieve lo cubría todo, como si el frío quisiera lavar el dolor reciente, aunque nada podía borrar lo vivido.




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