Armand dejó la taza en el lavavajillas, y a continuación tomó un cuchillo del cajón de cubiertos. Los golpes continuaban con mucha fuerza, y entonces oyó: — Señor Armand ayúdeme.
Era la voz de Grisell. Una adolescente que era su vecina, y quien la trataba con cariño desde que era pequeña.
Armand corrió a abrir la puerta, y al verla, su corazón se acongojó al verla llorando y muy asustada.
—Por favor, ayúdeme…— dijo ella mientras lloraba
—Pero que pasó…— inquirió Armand. Entonces, observó que en su brazo había una gran mancha de sangre.
—Mi madre, ella…
Y unos gritos se oyeron desde el departamento de la chica.
— Es tu madre— dijo Armand. Y quiso salir para ayudarla, pero Grisell lo detuvo.
— ¿Qué sucede?
—No vaya, no vaya, ella me mordió el brazo, me quiere matar…
—Pero…
Los gritos cesaron y esta vez se oía un leve gruñido. Y cuando aquella mujer se asomó por la puerta, Grisell gritó al verla. Armand la cogió del brazo y la metió dentro de su departamento, y la señora fue corriendo hacia ellos. Su rostro estaba pálido, sus ojos estaban amarillos con las venas sobresaltadas de un color rojizo. Y su boca estaba llena de sangre, además de tener la ropa manchada de lo que al parecer era vómito.
Armand la empujó, y trató de entrar. Pero la mujer se incorporó con rapidez y lo tomó del tobillo. Grisell por dentro lloraba desesperada, y al ver que Armand se veía atrapado, se acercó y lo jaló del brazo. El forcejeo dependía de los brazos de él, los cuales no eran del todo jóvenes y podría hacerle daño. La mujer comenzó a levantarse y lo agarro con las dos manos, Grisell no pudo resistir y soltó a Armand, dejándolo caer al suelo. Comenzó a ser arrastrado, pero antes de terminar afuera, se agarró del marco de la puerta. Grisell se irguió de nuevo, y tomó una silla de madera que encontró cerca, corrió hacia la salida y golpeó a su madre, cerrando los ojos con fuerza y lanzando un alarido, producto de su frustración y dolor.
Armand se liberó, y entraron a su departamento cerrando la puerta con llave. Su ritmo cardiaco aumentó mucho, y se sentó en el suelo respirando con dificultad. Grisell hizo lo mismo, pero se tapó el rostro llorando.
Levantó la vista hacia su habitación, y las noticias seguían informando sobre aquel virus, cuyo nombre le daba escalofríos. Afuera comenzó a oír sirenas de ambulancias y un montón de gente gritando. ¿Acaso moriría en el fin del mundo? Su duda se disipó en el aire de la incertidumbre, pero lo más probable era que sí.
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Editado: 28.04.2021