— ¿Ese es Carlisle? Se ve re-fachero... —Dije apuntando a uno de los cuadros colgados en la oficina.
Llegamos mucho antes de lo indicado a su casa, a pesar de mis protestas.
Resignada me había dejado llevar con una venda en los ojos, hasta el despacho de Carlisle, ante el argumento de Alice de que no estaban listos los preparativos para la fiesta.
Arremetí al instante en que escuché que sería una fiesta, en lugar de una algo que no involucrara tanta organización.
Para mi alivio, Alice dijo que sería algo sencillo. Edward confirmó sus dichos, al percatarse de que no confiaba del todo en su hermana adoptiva.
Seguía con la sensación de que algo iba a ir muy mal producto de la maldición de mis cumpleaños, que presagiaba me perseguiría incluso hasta otro continente.
— Así es... Y lo acompañan Aro, Marcus y Caius...
— ¿Y esos quiénes son?
— La guardia Vulturi... La realeza de los vampiros.
Desvié la mirada de su rostro al cuadro. Un trío de tipos con cara de estirados e igual de pálidos que Carlisle posaban con altanería.
— ¿Realeza?... Me estás... ¿En serio? ¡Wow! Tipo, ¿vampiros de sangre pura? ¿Convertidos por Drácula? —¿Se regirían esos por el mito del vampiro? ¿Bram Stoker se habría entrevistado con alguno de ellos? ¿Estaría entre ellos Vlad Tepes? ¿O tal vez tenían su propio sistema de castas? Con alfas, omegas, omegaverse, yaoi hard...
— No es lo que estás pensando. —Zanjó Edward. Cerré la boca, tensando los labios en una línea, considerando la posibilidad de que hubiera escuchado mis pensamientos. — No son una monarquía. Solo son viejos poderosos que procuran que nuestra existencia pase desapercibida. Si alguien quebranta las reglas, ellos se encargan.
— ¿Reglas? —Puse las manos sobre el escritorio y me encaramé para sentarme sobre este. — ¿Y cuáles son las reglas de los vampiros?
— No llamar la atención y no revelar nuestra existencia a los humanos.
— Carajo... ¡Eres un rebelde Edward! Finalmente, has sucumbido a mi pésima influencia. —Lo felicité, estirando las mejillas en una sonrisa triunfal.
Puso los ojos en blanco.
— Eso es ridículo Julieta. He vivido muchos más años que tú, lógicamente tengo más experiencia. Por lo tanto, tú eres la influenciada y yo el influenciador.
— Ya quisieras... Te apuesto que en dieciocho años he tenido una vida mucho más rebelde que tú en tus ciento y tantos... Empezando porque ya me han arrestado dos veces, sólo el año pasado. —Enfaticé enumerando con los dedos. — Gané.
Bajé del escritorio y me puse de puntitas para reclamar mi premio. Estirándome todo lo que pude, puse mis manos trémulas tras el cuello de Edward y lo obligué a inclinarse para que me besara.
De improviso tomó mis mejillas entre sus manos, profundizando el ligero roce de nuestros labios.
Retrocedí, hasta que choqué con el escritorio y sentí su cuerpo apegarse contra el mío. Detuvo el beso, para fijar la vista en mis mejillas arreboladas y volvió a dejarme sin aliento, mientras posaba las manos en mi cintura para sentarme sobre el mueble.
Aproveché la altura para rodear sus caderas con mis piernas, provocando que emitiera un gruñido contra mi boca.
Sus manos subieron desde mi torso, hasta mi clavícula y cuello, con delicadeza, causando un estremecimiento ante el roce de sus dedos contra mi piel.
Finalmente, se detuvo en mi nuca, enredando mi cabello entre sus manos. Concentrada en regular mi respiración agitada, me sometí a su control. Con un suave tirón inclinó mi cabeza hacia atrás, para acercar con lentitud sus labios hasta mi yugular.
Di un gemido, cuando lamió la piel que se estremecía bajo el frío de su toque.
El sonido de la puerta abriéndose, hizo que Edward se alejara con premura. Bajé del escritorio de un salto, alarmada por la presencia de Alice en el umbral de la puerta.
— ¡Los estamos esperando! —Anunció con un deje de pánico, en su voz cantarina.
Miró de hito en hito, hasta que se detuvo de manera acusadora en Edward.
Él se limitó a sacudir la cabeza en una silenciosa respuesta.
Aproveché su distracción para darles la espalda y subirme los tirantes del vestido. Alisé los pliegues de la parte inferior de la prenda y me aclaré la garganta antes de intervenir.
— Ya vamos. —Mi voz firme contrastaba con mis manos temblorosas, las que oculté tras mi espalda.
Alice echó un breve vistazo en mi dirección y esbozó una sonrisa aliviada, antes de dejarnos nuevamente a solas.
Pasé saliva y palmeé mis mejillas, antes de dirigirme a la salida.
Edward se apoyó sobre la puerta, impidiéndome el paso.
Me mordí el labio, al tiempo que mi mente se nublaba, dando paso a pensamientos impuros.
— Tu cabello es un desastre. —Murmuró Edward, acomodando mi melena.
Me quedé estática ante su toque, sonriendo avergonzada.
Mientras él actuaba como un caballero detallista y anticuado, yo imaginaba las formas de corromper su inocencia.