En lugar de hacer el ya tu sae, Edward siguió firme con su postura de sexon’t, abandonándome temprano en la mañana, para no levantar sospechas de que había pasado la noche durmiendo sobre su pecho, babeándole la camisa.
Como si mi cuerpo se anticipara a lo que estaba por venir, una extraña sensación me vino al pecho, mientras estaba tirada en la cama mirando el techo.
Angustiada, abracé mis piernas, quedándome largo rato en posición fetal, sin ser consciente del paso del tiempo.
El tormento del abandono y el consecuente vacío en mi pecho, no solo se hacía presente después de su partida.... También lo hacía antes.
***
No por estar más preparada el putazo dolía menos.
Los días previos a la catástrofe, estaba rodeada de un velo de incertidumbre, que no hacía más que angustiarme.
Casi fue un alivio, cuando dijo: Tenemos que hablar.
Acababa de llegar a casa, después de trabajar en lo de doña Chepa, cuando divisé su auto aparcado.
El corazón me dio un vuelco.
Hace días no me visitaba, ni iba a la escuelita. Ni hablar de llamarme o textearme. Parecía que se lo había tragado el monte Olimpic. La última vez que habíamos hablado dijo que iría de cacería. Una que se había extendido en demasía.
— ¡Edward! —Bajé con rapidez del auto para ir en su encuentro. Deshice el ademán de abrazarlo, dejando caer con peso muerto los brazos, cuando retrocedió al verme.
— Tenemos que hablar.
Tensé los labios en una línea y me alejé, adentrándome en el bosque contiguo a la casa.
El crujir de las hojas secas contra mis pisadas fue el único sonido que acompañó nuestro breve trayecto.
— Ya... escúpelo. ¿Qué te trae tan estreñido? —Comenté a propósito de su expresión torturada.
Edward alzó el rostro hacia el cielo, como pidiendo paciencia y clavó sus ojos oscuros en mi semblante.
Cacería le llamaban ahora...
De haber ido de “cacería” sus ojos serían dorados y no negros como ahora.
Fruncí el ceño.
— Debemos irnos. —Pestañeé frenética procesando sus palabras. ¿Irnos? Quienes, cuándo, cómo...
Influenciada por mi naturaleza fatalista, de inmediato descarté la posibilidad de que sus planes me involucraran. Su tono frío me advertía que no me quería cerca.
Asentí, alentándolo a continuar. — Están comenzando a sospechar de Carlisle. No aparenta la edad que debería tener...
— Ya ¿Y?
— Nos iremos. —Seguí mirándolo con expresión aburrida. — Mi familia y yo.
No conforme con su evidente rechazo, insistí, alentada por un golpe de esperanza que se negaba a afrontar la realidad.
— Ah.... bueno... pero... podemos chatear... y hablar por videollamada y.… ¡podría visitarte! y una vez que me gradúe...
— Julieta... No quiero saber más de ti.
Abrí la boca, incapaz de seguir manteniendo mi semblante despreocupado y mi cara de que no me importaba nada realmente. Me mordí el labio, antes de recobrar la postura.
— ¿No me quieres?
Poseída por un espíritu masoquista formulé la pregunta, sin ser consciente de que existía la posibilidad de que su respuesta, provocara en mí un daño irreparable.
Tardó en responder. Su rostro era una marea de emociones que no fui capaz de descifrar.
No obstante, cuando sus ojos oscuros se clavaron en los míos, tuve que desviar la mirada para ocultar el lagrimeo.
— No.
— Ah.
— Julieta...
— Ah, no. Olvídalo. Si crees que tú terminarás conmigo estás muy equivocado Edward Cullen.
Su rostro desconcertado era un poema. Continúe improvisando sobre la marcha, ocultando el sonido de mi corazón rompiéndose en mil pedazos.
— No existe ser humano, en la faz de la Tierra capaz de terminar a Julieta González. Olvídalo Cullen. — Mientras hablaba estampé el índice contra su pecho reiteradas veces. — Date oficialmente por terminado.
— Julieta... esto es serio. No volverás a verme.
— ¿Y quién quiere volver a verte? ¿Ah?
— Julieta... —Sus penetrantes ojos negros parecían ver a través de mi teatro barato y sin gracia. — Será como si nunca hubiese existido. Puedes estar segura. —Di un respingo. — Me olvidarás sin siquiera percatarte de ello. El tiempo se encargará de eso. —Murmuró algo ininteligible, mientras yo apretaba los puños dentro de los bolsillos de mi chaqueta.
Ojalá fuera así de fácil.
Estaba segura de que, aunque pasaran cien años, seguiría recordando al vampiro cabrón que hizo trizas mi corazón esa tarde de noviembre.
Podría venirme el Alzheimer, sin embargo, su recuerdo no se borraría.
Porque así de cabrona es la vida.
Cuando más quieres olvidar algo, más te atormenta por las noches.