Caminamos en silencio hasta las puertas, que nos separaban del extenso pasillo, que luego de mil y un pasadizos nos conduciría al exterior.
Hice una mueca al ver los pilares destrozados que obstruían la salida.
¿Cómo pasaría por encima de ellos?
Edward me tomó por la cintura y saltó sobre el montículo de mármol, con Alice tras de nosotros imitando su ademán.
No reparé en su gesto, solo porque quería largarme lo antes posible de allí.
La opresión en el pecho había vuelto, junto a la advertencia de la aristocracia vampírica, sin embargo, me enfoqué en olvidar aquel asunto y en controlar los temblores que sacudían con terror, mis extremidades.
Edward, entrelazó sus dedos con los míos y con una sonrisa, depositó un beso en el dorso de mi mano.
En sus ojos siniestros se reflejaba alegría, confundiendo no solo mi corazón, agitado por su contacto, sino también, a mi cerebro programado hace meses, para rechazar cualquier tipo de interacción con él.
Me había entrenado, para ignorarlo, no obstante, sus atenciones, me pillaban desprevenida.
Era imposible, fingir que no me afectaba su presencia, con mi corazón latiendo delator.
Di un bufido y deshice el ademán, sin la eficacia que hubiera deseado. Mis movimientos se entorpecieron, cuando sus ojos de oscuro deseo se clavaron en mí.
Con mucho esfuerzo, desvié la mirada y controlé mi respiración hiperventilada.
Separarme de su toque gélido, era doloroso, como el admitir que su presencia en mi vida sería efímera. Otra vez.
Sin embargo, obstinada como era, en lugar de sucumbir a su encanto y agradecer que estuviera allí, dedicándome un ápice de su atención, prefería enfurruñarme y evitar su cercanía.
Porque lo enamorada, no quita lo orgullosa.
Apenas habíamos cruzado las puertas, cuando nos volvimos a encontrar con otra criatura de palidez mortecina y extraños ojos híbridos.
Mientras su ojo derecho era de un singular tono anaranjado, el izquierdo era de un rojo sangre, idéntico al de los vampiros de la antesala.
—¡Qué buena pesca Heidi! —Resonó entusiasta la voz de uno de los vampiros, que nos había custodiado.
Tragué saliva, y seguí caminando con premura, con Alice y Edward a cada lado.
Una fila de personas de todas razas y edades se agrupaban para entrar a la guarida de los Vulturi.
Agaché la cabeza, con una mezcla de vergüenza y remordimiento picándome la nuca.
La fila comenzó a avanzar, hasta las fauces de la muerte, mientras huíamos en sentido contrario, sin poder hacer nada por esas almas, que marchaban hasta el averno.
Me mordí el labio, cuando los ojos grandes y alegres de un niño que aparentaba no más de cuatro años me devolvieron la mirada. A su lado, una mujer rubia, ansiosa por entrar a la antecámara, tomó su pequeña mano, para que no se perdiera.
Deteniéndome breves segundos, para apreciar la escena, di un suspiro.
Edward y Alice, siguieron caminando, sin percatarse de la escasa distancia que nos separaba.
Con los últimos vestigios de adrenalina en mi cuerpo, un shock eléctrico sacudió mi espina. Una corriente de revitalizante, que sentaría un precedente, volviendo esta adaptación, una versión desadaptada.
Lo lógico, era que siguiera mi camino, lamentándome por no poder hacer nada por esos pobres turistas incautos, que habían tenido la mala suerte de cruzarse con una vampira.
Que dolor, que pena.
Pero, así es la vida.
Su lloradita y pa' la casa.
Ese era el plan original, al que había que apegarse, para continuar la historia.
¿Cierto?
No obstante, alguien tenía pensado otra cosa...
Sin meditarlo, ni medio segundo, presa de un impulso altruista, arranqué al niño del amparo de su madre y me lo llevé en brazos, corriendo hasta el ascensor.