Temporada de corazones rotos (fanfic de Luna Nueva)

Inesperado

Edward sostenía la cabeza de Julieta, para que no golpeara contra el frío suelo de piedra, mientras Alice, le reprochaba el no advertir las acciones de la chica.

—¡Debiste notarlo! ¿No viste lo desorbitado que tenía los ojos? ¡Estaba en shock!

Las miradas inquisidoras de los Vulturis se concentraron en la chica de rostro pequeño y facciones agudas.

Su rostro pequeño y de facciones agudas, se contorsionó en una máscara de molestia, silenciándose, para continuar con sus descargos mentalmente.

Edward, dio un suspiro y acomodó a la chica de rostro lívido, entre sus brazos, sin prestarle mayor atención.

Su concentración estaba en aquel cuerpo cálido y frágil, que podía romperse si sucumbía al deseo, de estrecharla contra su pecho, para no dejarla ir jamás.

Alice y Edward, caminaron en silencio, monitoreando cada pequeño cambio, alertas a su entorno.

Los guardias, encomendados por Marco, habían dejado pasar el incidente, para no alterar a los humanos que se dirigían a las cámaras subterráneas.

Una lucha con los Cullen, habría dejado al descubierto su naturaleza sobrenatural y alterado a los humanos que se dirigían hasta la muerte.

La adrenalina se haría presente en sus venas con demasiada antelación, dejándoles, desprovistas del delicioso sabor del miedo fluyendo por su sangre, cuando los vampiros se dispusieran a beberla.

Por ello, lo mejor era no interrumpir el sagrado rito de la comida, y dejar ir a los Cullen, a pesar del escándalo que la molesta humana había hecho, en su intento por salvar a el pequeño humano de una prematura muerte.

Una ofensa que dejarían pasar y que luego se cobrarían con todo el peso de la ley.

Al poco andar, volvieron a encontrarse con la mujer rubia y el niño con el que Julieta había huido en brazos.

La mujer discutía en inglés con un marcado acento ruso, mientras el niño se removía inquieto entre sus brazos.

Edward se los quedó viendo un momento, cuestionándose el actuar de Julieta y su propia capacidad de entender el razonamiento de la humana.

¿Cómo iba a saber, que, en un impulso, la chica iba a raptar al niño?

En su mente obnubilada, no percibía más que pánico y ansias por abandonar la guarida de los Vulturi.

No le prestó mayor atención a las personas que se dirigían a la antecámara para ser presas de los vampiros y tampoco reparó demasiado tiempo en el pequeño, que ahora, salía de la torre, con su madre, la que indignada se quejaba de la seguridad con Félix.

El miembro de la guardia, visiblemente fastidiado, volvió a dar un cabeceo y prometió que aumentarían su dotación de guardias.

La mujer, disconforme, insistió en que limitaran la entrada a personas con aspecto sospechoso y por sobre todo no dejaran volver a esa mujer loca, roba niños, que había arruinado su excursión.

Félix, asintió enérgico y encomendó a Gianna, la humana recepcionista, guiar a la mujer y al niño hasta la salida más próxima.

La mujer de andares coquetos y piel acaramelada obedeció con alegría las órdenes del vampiro, sediento por regocijarse con el banquete de unos pisos más abajo.

Edward, dio un suspiro agradecido de que Julieta estuviera inconsciente en sus brazos.

Incluso desde aquella distancia, podía percibir, los gritos y lamentos de los humanos condenados por su curiosidad y su lujuria, al ser encantados por el atractivo letal de Heidi.

Ciertamente, reposar en sus brazos, ajena a la tragedia que se desarrollaba bajo sus pies, le ahorraría innecesarias noches de pesadillas.

Sin embargo, su respiración acompasada y sus labios resecos y pálidos le preocupaban de igual forma, que si estuviera consciente de todo a su alrededor.

Había colapsado demasiado rápido a la presión, de ser partícipe de su mundo.

Alice sostuvo una puerta de aspecto pesado y ambos salieron al exterior.

Aire fresco, se filtraba por sus pulmones, despejando sus papilas gustativas, que no dejaban de degustar el dulce sabor de la sangre de la chica.

Era doloroso, volver a sentir aquella sensación de tortura aprisionar su garganta, a la vez de gratificante. Aquello, significaba que nuevamente, estaba a su lado, siendo parte de sus ocurrencias.

Apartó unos mechones de su rostro y la contempló con devoción.

Al amparo del crepúsculo, sus labios se tornaban rojizos y su piel adquiría un tono más saludable.

Alice, caminó un par de metros, hasta que finalmente se detuvo, frente a un Porche 911 turbo, con una sonrisa pícara en los labios.

—Tendrás que comprarme uno igual, para las navidades. —Dijo sosteniendo los asientos del auto deportivo, para que Edward acomodara a Julieta en los asientos traseros.

—Con la palabra turbo en letras cursivas.

—Amarillo canario. No lo olvides.

Edward abrochó el cinturón de seguridad y apoyó la cabeza tambaleante de la chica, sobre su hombro.

Aspirando el olor de su cabello, cerró los ojos y se entregó a la familiar sensación de oleadas de fuego, rasgando su garganta.




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