Temprano despertar

Temprano despertar

— Papá, no quiero ir con ellos — señalé entre sollozos. La verdad es que necesitaba demostrar que estaba aterrado.

— Ellos te ayudarán. Los policías solo quieren lo mejor para ti, Henry — dijo con la voz a punto de quiebre. Sabía que, si tocaba las teclas adecuadas, lograría mi objetivo. Me aferré con fuerza a su cuerpo como si la vida se me iba en ello.

— Por favor, Henry, no lo hagas más difícil para todos — decía mi madre. Siempre con aquella actitud de súplica que tanto me hacía sentir enfermo. Era la persona más pusilánime que conozco, aunque entre mi papá y ella, no sabía quién era peor. Mi hermana me observaba desde el marco de la puerta. En sus ojos se dibujaba el verdadero terror. Ella sí sabía quién era yo. Durante ese momento, debía intentar mantener mi fingido papel: un hijo cariñoso que se encontraba en un verdadero apuro y cuyos padres no le habían dado la atención necesaria. Lloraba por primera vez en mucho tiempo. Creo que, de haberlo visto con mis propios ojos en un espejo, no hubiese pensado que aquel momento era posible. Una actuación impecable, como tantas otras. Cecil me veía con aquellos ojitos saltones y con su carita de muñeca tonta que tanto aborrecía. El motivo de mi rechazo hacia ella quizás se debía a que, a diferencia de los adultos, no se dejaba engañar con tanta facilidad y menos por un par de lágrimas. Se llevó la mano al codo como si todavía le doliera. De manera súbita, el recuerdo de su fractura traicionó su mente. Fuimos interrumpidos:

— Señores, sabemos que es difícil, pero debemos llevarlo con nosotros — exhortó la mujer, la más alta.

— ¡NOOO!, ¡NOOO! — grité a voz en cuello, mientras seguía abrazando a mi papá.

— Oficial, espero un momento más, se lo suplico — dijo mi progenitor. La mujer asintió a su compañero. — Queremos hablar con nuestro hijo un momento más — continuó él — a solas, por favor.

— No creo que sea una buena idea — argumentó el compañero de la mujer.

— Es solo un niño. ¡Está asustado! — exclamó mi madre.

— Con todo respeto, señora… — objetó la uniformada.

— No, no quiero escuchar nada más. Queremos hablar con nuestro hijo a solas. Es nuestro derecho — creo que fue la única vez que mi papá valió la pena para algo.

— De acuerdo — dijeron los policías y se retiraron, llevándose con ellos a Cecil.

— ¿Qué ha ocurrido? — preguntó mi madre todavía llorando. Yo negué con la cabeza, no quería hablar. Necesitaba alargar el momento. — Henry, el accidente de tu hermana por las escaleras, ¿fue intencional? ¿Tú la empujaste? — hizo mucho esfuerzo para terminar la frase.

— No mamá, claro que no — dije secándome las lágrimas, mientras me soltaba de papá. —Yo quiero a mi hermana. Tú lo sabes.

— Ella ha dicho que tú mientes — intervino mi papá.

— No entiendo porqué creen que haría algo así. ¡Es mi hermana! — continué mientras disfrutaba mi papel, siempre magistralmente interpretado.

— ¿Y qué hiciste con Copito? — me cuestionaron.

— Nunca me agradó ese estúpido gato y menos su nombre. Siempre maullando, metiéndose por la ventana de mi cuarto, durmiendo en mi cama y haciendo sus porquerías en nuestro jardín. Siempre, Henry limpia el jardín. Henry, saca a Copito, Henry, Henry, Henry, me harté y ya.

— ¿Y por eso le hiciste daño? — quiso saber mi padre — es necesario que nos digas la verdad. En caso contrario, no podemos ayudarte.

— ¿Ayudarme? ¿A eso llaman ayudar? ¿Le creen más a Cecil y a Christopher, el hijo del vecino que a mí? — no podía ocultar mi enfado. Quería golpearlos a ambos. Traté de calmarme.

— Hijo, no estamos diciendo que así sea. Solo te preguntamos. Copito apareció muerto en el estanque de agua de nuestra casa. Al parecer lo habían ahogado y pensamos…

— Que yo lo maté. Christopher de seguro dijo que yo lo asesiné. Ya verá ese idiota cuando salga de aquí. Lo voy a … No había escuchado la puerta al abrirse.

— ¿Lo vas a qué? — preguntó la mujer policía. Me abalancé sobre mi padre de nuevo. La miré con ira contenida, observé el arma que llevaba en el cinturón. Preferí voltear a otro lado.

— No pueden llevárselo, es apenas un niño — señaló mi intento de padre.

— Lo siento, eso no nos compete a nosotros. Siempre podrán apelar a un juzgado de familia — me transferirían enseguida al sanatorio de menores del condado. Estaría ahí hasta que cumpliera la mayoría de edad. Solo faltaban seis años para ello. Aunque pensándolo bien, no es tan malo después de todo. Ahora tendré tiempo para perfeccionar con mucho detalle mi venganza. En primer lugar, Christopher, luego Cecil, después mis padres y finalmente, los policías. Todo a su tiempo. Mientras tanto, debo seguir fingiendo que soy un niño bueno.



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En el texto hay: inocencia, traumas, trastornos

Editado: 06.07.2021

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