Alessio
Regresar donde crecí había sido mi meta desde que me fui a Estados Unidos, regresar triunfante era mi plan y era lo que estaba haciendo, me fui con sesenta euros en el bolsillo y regrese con más, ropa cara. Nada de eso era lo que quería, tenía todo lo que alguien podía desear, pero no lo que quería.
Me fui para ser alguien mejor, y tener un nombre, ser digno de tenerla. Aunque muchos me hayan juzgado por cambiar por una mujer, lo valía, ella lo valía. Seguía siendo yo, pero con dinero, fama. Lo que faltaba era la chica y a pesar de que no me faltaron mientras estuve lejos, ninguna era ella.
Pero había un problema, ella era menor para mí, tenía diecisiete y yo veintiuno, cuatro años de diferencia que antes nos había hecho la visa de cuadritos. La conocí cuando era un crío de ocho años, y aunque en el principio me resulto molesta, se volvió mi amiga, mi confidente y mi novia. No le tenía miedo a mis sueños, sino que me hacía soñar más alto y eso me asustaba.
Estuvo conmigo cuando todos los que se llamaban mis amigos me dejaron, me animo a cumplir mis sueños; así que me propuse en conseguir becas porque no tenía nada para pagar la universidad, me esforcé tanto y al final recibí mi recompensa.
Recibí cartas con aceptaciones de universidades, de media beca, beca del setenta y cinco, ochenta y una beca completa, pero era al otro lado del continente.
Para ese momento ya estaba perdido por ella, no quería irme y dejarla; y es que la mayor parte de su vida ambos la habíamos pasado, solos y sabía como se sentía. La había visto crear una coraza para defenderse de todo lo que la rodeaba.
Fue antes que regresaran sus padres que rompimos; ella rompió conmigo, alegando que nuestras edades y vidas no nos dejarían ser felices, en parte tuvo razón, no me veo de otra manera logrando mis sueños si ella no hubiera roto conmigo. Yo tenía pensando aceptar la beca de ochenta y trabajar para pagar el resto; tal vez no hubiera llegado tan lejos, pero la hubiera tenido a ella.
Tal vez eso era lo que me dolía, saber que la perdí. Y ahora estaba de nuevo aquí, con el objetivo de cuidarla, las amenazas de muerte habían aumentado en los últimos meses, y tampoco estaba bien anímicamente bien, sus padres habían muerto y estaba a punto de tomar más responsabilidades, que no entendía como no explotaba con todo lo que tenía ya.
Había cambiado, había crecido, tenía un diferente guardarropa, sus rutinas seguían iguales, seguía mirándome como si tuviera todas las respuestas del mundo, con la furia de sus ojos que parecían un agujero negro, mientras que el gris que lo rodeaba centelleaba.
Entre en el que había sido el despacho de su padre, estaba hablando con Lucia mientras le entregaba carpetas y recibía otras, Lucia salió con estas y la puerta sé cerro.
Sus ojos negros se centraron en mí detrás de los lentes que llevaba, quería matarme, lo sentía, yo lo único que quería era besar esos labios carnosos y rosados.
—Siéntese señor Caruso. Bien, supongo que empezara mañana —Hablo sin mirarme
—Mi deber es empezar desde este momento.
—Bien, puede retirarse —Me miro —¿Tiene alguna pregunta?
—Creo que debemos aclarar mi forma de trabajo. No será esperarla en la puerta, sino ser su sombra. Menos en su alcoba.
—Lo que me faltaba
Se quitó los lentes y se puso de pie, lo hacía cuado, no se sentía comoda y quería verse superior, se acercó a la ventana. La luz del sol ilumino su cabello de tal manera que parecía una fogata en la noche, los colores de su cabello era una mata de colores que iban de los más claros hasta los más oscuros. Me regreso a ver con la peor de las miradas.
—¿En qué pensaste cuando aceptaste este trabajo?
—En que me iban a pagar bien a mí y a mis trabajadores, porque sabrás el mundo funciona con dinero —Hizo una mueca —No quiero que te sientas incómoda, solo he venido hacer mi trabajo —Y recuperarte pensé —Háblame de lo que te molesta
—¿Cómo un psicólogo? —Hablo mientras saca la libreta —Con libreta y todo, vaya. Me siento en una cárcel, salgo al balcón y hay cuatro guardias vigilándome, salgo al pasillo y hay ocho guardas apostados en la puerta, no me siento en mi casa, sino en reality donde vigilan mis movimientos.
—Lo revisaré, algo más
—¿A cuántos metros debe estar de mí?
—A lo mínimo cincuenta centímetros —Viro los ojos —No quiero molestarla
—Ya lo haces estando aquí
Tomo asiento cerca de la ventana muy lejos de mí. Muy pocas veces la había visto con falda, pero le quedaban bien, se sentó como le habían enseñado, sin cruzar las piernas, como una princesa, la blusa blanca que le llegaba hasta los codos.
—Tendrás que soportarme ángel
—¿Qué haces aquí?
—Sabes lo que hago aquí —asintió
—Haremos una cosa, tú fingirás que no me conoces y yo también, tendremos una relación muy profesional y haremos que esto sea lo mejor ¿Okay? Espero que me informes quién ocupara tu lugar cuando tengas los días libres
—No tendré días libres —Lo miré
—¿Por cuatro años? Tu familia debe estar odiándome —sonrió a medias
—No tengo a nadie, si es lo que quieres saber, ni esposa, ni novia, ni hijos
—No es de mi incumbencia, su vida personal, señor Caruso
—¿Fingiremos que no nos conocemos para siempre?
—Sí, si no te importa, tengo trabajo que hacer
Se fue hasta el escritorio y abrió un montón de cartas, hablo por teléfono por una hora, se volvió a parar quintándose los zapatos. Me miro por un momento y siguió con lo suyo, entonces supe que esto iba a ser largo.
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Editado: 27.05.2024