Ten Buenas Noches

Claustrofobia

I - El Silencio Roto
El hipnótico zumbido de las moscas lo despertó; lo trajo de vuelta a su pesadilla. A su alrededor sólo había ladrillos formando la cárcel que lo mantenía recluido, por encima el azul del cielo se había perdido y reemplazado por el tono opaco de un techo metálico deseoso de guardar en él sus lamentos escondidos.
El paisaje a su alrededor era de plena oscuridad, a excepción de la tímida luz que se asomaba desde lo alto del pozo en donde ahora habitaba. Buscaba en su memoria la razón de aquel desdichado destino, pero a pesar de sus esfuerzos, lo único que encontraba eran fragmentos entrecortados, como el momento en el cual era lanzado al interior de ese lugar y el vértigo acompañándolo en la caída mientras lo adormecían los impactos con los límites de ese estrecho habitáculo improvisado.
Las heridas solo sanaron con el correr de los días. A excepción de su mandíbula, la cual había quedado desencajada, y la sangre endurecida en su frente, que era un vestigio claro del tiempo transcurrido, desde luego la percepción de cuánto llevaba en aquel sitio había pasado a un segundo plano y había más preguntas que respuestas en su interior.
Quizás la más inquietante era la identidad de su captor, quien se mostraba en ocasiones para dejar caer una lata de atún que iba acompañada con los deseos firmes de apagar la débil llama de las esperanzas que pretendía seguir ardiendo en su interior.
—En algún lugar del mundo, ahora mismo atardece. Los días mueren igual que usted, pero la diferencia está en que cualquiera puede ver el ocaso si se lo propone, pero solo yo veré cómo su vida se extingue, ¿no le parece eso poético? Decía el desconocido mientras se balanceaba con visible satisfacción.
Desde luego que esas latas eran su única opción, a pesar de provenir del responsable de su captura no le quedó más remedio que aceptarlas. Eran un recordatorio del control que poseia sobre su destino, extender su agonía a su antojo. En la cúspide de la ironía también decidió lanzar una manzana cubierta de miel, imposible de masticar para el y al final solo una burla disfrazada de postre.
La humedad del lugar no cooperaba con sus aspiraciones. El frío de la noche lo encontraba tiritando, sin embargo también era el único momento para idear un plan de fuga. Abrigado por la oscuridad plena, podía imaginar un método para buscar su libertad y contar a viva voz los padecimientos que había atravesado, pero ¿tendría las suficientes fuerzas para escalar hasta el final? Quedarse a mitad de camino y caer sería mortal, y ese pensamiento se atornillaba en su mente con la delicadeza de un hacha cortando un árbol, el filo del pesimismo al acecho de sus moribundas ilusiones.
II - Foco De Atención
A kilómetros de distancia, las moribundas expectativas no se encontraban encerradas, sino apiladas; hoja tras hoja iban a parar al basurero sin encontrar una fértil continuación, los dedos inquietos buscando en el golpeteo al escritorio algo de inspiración hasta que, después de un sorbo a su café, ocurrió. Un joven entusiasta, aficionado al periodismo, había encontrado un titular fascinante en el diario del día: "El supuesto autor del crimen del pozo desapareció antes de su juicio".
— Tengo que escribir algo sobre esto antes de que alguien se me adelante, casi nunca pasa nada llamativo en esta ciudad —murmuraba el muchacho relamiéndose. Y es que en verdad era cierto, la ciudad era demasiado tranquila, hasta casi aburrida, y el caso mencionado había sacudido a todos. Querían saber a dónde había escapado aquel inesperado asesino.
—¿Qué motiva a un hombre hecho y derecho a dejarse llevar por sus más bajos instintos y arremeter con furia en contra de otro ser humano?
—Será difícil entender qué pasó por su cabeza , pero, si pongo todo mi empeño, estoy seguro de encontrar algo interesante y hacerme un nombre entre los que se llaman a sí mismos periodistas —decía mientras se convencía frente al espejo en busca de la motivación necesaria antes de marcharse con nada más que su block de notas.
III- Subir o Morir
Mientras tanto en el interior del abismo, el optimismo no parecía estar en alza, sin embargo para el desafortunado prisionero no había otra opción; esperar era condenarse y todo lo que no fuera la busqueda de la libertad era energía perdida que no volvería a tener. Esperó paciente el caer de la noche, comenzó a subir, ayudado de aquel metal puntiagudo que antes había encontrado y que ahora aparecía reconvertido en un aliado contrariamente a su proyección inicial ahora se enterraba con dificultad en los laterales de la cavidad, creando huecos por los cuales sostenerse y que le permitían avanzar.
Aunque la emoción lo envolvía, no podía dejarse llevar; el avance, aunque lento, debía ser constante, pero sin sobrecargar sus atrofiadas piernas. Sus tanteos anteriores le habían dotado de ciertos hitos que le recordaban cuanto había avanzado, pero siempre estaba el temor de coincidir en su ascenso con la visita inesperada de la razón personificada de su tormento.
No obstante el captor dejó de ser constante, e incluso parecía perder el interés debido a la falta de sus evocadoras palabras. Desde luego aún aparecía para dejar caer una mínima ración de alimentos, la medida justa para tenerlo en aquel limbo entre la vida y la muerte. Sin embargo, estos cada vez eran más esporádicos, procurando debilitarlo un poco más cada día.
En los recuerdos del prisionero yacía el último breve discurso de su verdugo:
—No esperaba que pidieras perdón, sería inútil, pero mentiría si dijera que no deseaba escucharte suplicar, al menos una vez, pero ya no importa, solo aguanta un poco más y no te vayas a quedar dormido—.
—Si hubieras cooperado retorciéndote o dejando clara tu agonía, habría dejado algo con lo cual pudieras pasar el rato mientras llega lo inevitable; quizás un martillo sería apropiado, pero ni siquiera parece que le diste uso al puñal improvisado que de manera tan considerada dejé para ti. ¡Que falta de educación! , podría ser la llave de tu libertad si decides adelantar el epílogo —mencionó mientras su voz punzante se alejaba, perdiéndose en la incertidumbre.
Aunque el recluso no entendía la razón del resentimiento de esa persona, escuchar la palabra perdón hacía hervir en su interior una rabia que enrojecía su tez; el que debería pedir perdón era otro, pensó, aunque a su vez era inevitable no empezar a creer con cierta resignación lo dicho por su captor. Algo sabía de su pasado y, aunque no pudiera averiguarlo, la gravedad de su castigo le hacía dudar. Mientras masticaba su rabia, cerró los ojos, esperando que de alguna forma se tratase solo de una pesadilla, pero nuevamente el eco del silencio gritaba en su interior, marcando el tiempo como un viejo reloj que llegaba sin clemencia a posarse en sus pensamientos.
Fue ahí, meditando en ese trance previo a la locura, que, huyendo de pensamientos intrusivos, llegó a su memoria un vistazo agradable: era verano, un martillo en su mano y un encargo aparecía como la promesa del alivio económico que tanto buscaba, su negocio, una carpintería ya no respiraba vientos favorables, sin embargo sus ánimos y optimismo aún le acompañaban a pesar de la poca ayuda que brindaba su joven pupilo. La emoción que transmitía ese recuerdo era de un impulso pujante, el mismo que necesitaba en ese momento, y fue así como, cargado de un inusitado brío, se dispuso a probar suerte.
IV- El Roce
En otro punto de la ciudad, el joven periodista parecía estar preso en un laberinto de indecisiones, pero no perdía el presentimiento que lo empujaba a continuar, estaba detrás de algo grande, y era en honor a la magnitud de lo ocurrido que decidió ir al inicio de todo, al lugar del crimen.
El ambiente estaba cargado de un silencio abrumador, solo interrumpido por el silbido aterrador del viento, era lógico, solo de pensar en la soledad que había atravesado la víctima agonizando en el interior de esa prisión subterránea. En el suelo aún estaban algunas herramientas olvidadas, testigos sin vida de la brutalidad derramada.
—Sólo espero que ahora que el asesino esta libre no encuentre otra víctima—dijo el investigador improvisado momentos antes de seguir su camino.
A poca distancia del lugar estaba ubicada la casa familiar de la víctima, y aunque podría parecer de mal gusto, no quiso perder la oportunidad de charlar un poco con su padre, a fin de añadir quizás un toque sentimental a su crónica redactada. Incluso desde fuera, la casa parece abandonada. Sin vecinos o el bullicio esperable de un vecindario.
El vehículo estacionado enfrente indicaba sin lugar a equivocaciones que el indicado para responder sus cuestionamientos estaba presente. La vergüenza tocaba sus hombros buscando que replantee su búsqueda, sin embargo su mano se extendió casi vacilando para tocar la puerta.
En cambio las manos del cautivo se extendían para cubrir su rostro con frustración, otra noche había pasado sin poder dormir, aunque no todas eran malas noticias, esa mañana su vigilante no se había presentado y presentaba al silencio como el testigo único de su escape triunfal; las piernas eran por lapsos una carga en lugar de un soporte, pero no podía detenerse. Agotado y sin reservas contemplaba cuanto había avanzado, la respiración acelerada y el aumento de la rigidez en sus brazos no le permitian ser optimista pero no podía rendirse estando tan cerca de su objetivo.
Cuando por fin estuvo en los bordes de ese antiguo túnel no pudo evitar la emoción, con lágrimas en los ojos miró impresionado el exuberante jardín en el que estaba ubicado y ni siquiera había resquicio para pensamientos vengativos, solo había espacio para el alivio, a medida que dio sus primeros pasos sintió un soplo de aire fresco y a pesar de la debilidad en sus piernas logró llegar a un galpón rodeado de árboles donde el trinar de los pájaros solo fue detenido por una fuerte opresión en su pecho como si literalmente la felicidad no pudiera caber en su corazón agitado.
El aire empezaba a faltarle. A pesar de sus jadeos, aquella vista maravillosa de la naturaleza a su alrededor se iba perdiendo en un borroso esfuerzo de permanecer consciente. El mareo lo empujaba tambaleante de un lado a otro y ya no había fuerzas en su interior para seguir resistiendo. Cayó emulando a un tronco podrido vencido por el viento, la consciencia lo abandonaba, pero habiendo experimentado la belleza de la libertad por última vez.
Al mismo tiempo, un fuerte sonido en la distancia llama la atención del joven entusiasta; al menos el estruendo confirmaba la presencia de alguna persona en la casa. La puerta se abre y lo recibe el padre de la víctima del crimen, de aspecto algo desaliñado, pero con voz tranquila y algo adormilada. Se presenta y lo invita a pasar, asume pronto que la visita no es amistosa sino profesional al notar su cuaderno de notas.
Era difícil describir la situación; cada paso retumbaba en el silencio y, mientras estaba sentado en la sala esperando que su anfitrión termine de preparar el café, no pudo dejar de sorprenderse por la cantidad de fotos colgando en las paredes, todas con la imagen del joven asesinado. No todos los ojos ven, pero todos los ojos miran y sentía como la expresión en las fotos se clavaba dentro de sí mismo, apretándole las entrañas, así que se apartó hacia uno de los laterales de la casa donde se encontraba un viejo martillo que se antojaba huérfano en una repisa, sin que ahora nadie lo utilice. Justo al lado, la ventana que daba al patio.
V- Ojos Cerrados
También había un pozo solitario allí, igual que en la escena del crimen, y suponía que debía fomentar un recuerdo muy triste que ya formaría parte de la rutina del solitario habitante, mientras se encontraba sumergido en sus pensamientos giró el cuello hacia el tupido jardín que se ocultaba ahí.
Había una persona tirada en el suelo, inmóvil y sumida en una aparente y aterradora paz que se trasladó a los incrédulos ojos del observador.
Sin que antes pudiera emitir un sonido, fue interrumpido por la llegada del anfitrión de la casa:
—Ya tengo el café, ¿le gusta ponerle azúcar?— consultó sosteniendo con amabilidad el tarro correspondiente.
Apenas pudo comenzar con preguntas básicas y de a poco fue preparando el terreno para algo más profundo; sin embargo, notaba cierta incomodidad, era natural pensarlo al final se trataba de un crimen que lo tocaba de cerca, una herida que aún sangraba en su memoria, la del hijo ahora ausente y viviendo en sus recuerdos y las postales que adornaban la casa, sin embargo había algo más, la prisa se había adueñado de sus respuestas así que en ese momento y antes de que se adelante a rechazarle, lanzó un comentario muy poco sutil.
— El asesino de su hijo escapó de la prisión domiciliaria antes del juicio. ¿Cree que alguien le ayudó a escapar? o ¿pasó algo más?—
En ese momento los ojos se cruzan como buscando algo que delate el origen verdadero de su curiosidad; quizás encontraría la vergüenza de hurgar en una herida fresca, pero no podía retractarse habiendo llegado tan lejos. Además, no es un pasatiempo; necesitaba demostrar de lo que era capaz y que podía tolerar la presión o de eso intentaba convencerse.
El entrevistado bebe un poco de café y, después de un silencio incómodo de un par de segundos, dice:
—Lamento no poder ayudarle en su redacción, si vino buscando palabras de resentimiento o algo parecido. Mi hijo solo estuvo en el momento y lugar equivocados. Solo fue la gota que colmó el vaso de una vida insatisfecha que explotó de rabia encima de un inocente. No creo en la justicia divina y, aunque lo hubieran condenado, nada sería diferente; el dolor seguiría estando metido dentro de mí o de cada persona que lo haya llegado a conocer antes del incidente. Además, no puede huir por siempre; al final, la muerte, como el atardecer, nos alcanza a todos.
Ahí el joven sintió como toda la emoción con la que había entrado a ese lugar se evaporaba; el dolor en sus palabras podía tocarse, era visible la resignación con la que cortaba todo indicio de inspiración. Las paredes ya no le dedicaban simpatía, sino desprecio. La pesadez en el ambiente era palpable, como si toda la casa se comprimiera de repente, convirtiéndose en una jaula en la que me había metido por cuenta propia. Tenía muchas preguntas en mente, pero se habían ido, huyendo de la situación. Hasta dudó sobre si en general había sido una buena idea venir o si debía enfocarse en el periodismo deportivo como decía su padre.
—Aguanta un poco más y no te vayas a quedar dormido —dijo el hombre con una sonrisa nerviosa y una observación inquisidora.
El pobre joven se había quedado en blanco, pero no esperaba ese tipo de reacción. Recuperó la compostura y disimuló haciendo un comentario sobre la fotografía en su pared, pero la fría contemplación del entrevistado se fijaba en sus manos temblorosas aunque quisiera ocultarlas. Era evidente que le inquietaban sus gestos y sus ideas parecían ser expresadas desde una sinceridad disfrazada, pero no lograba descifrar la razón.
—¿Había algo más debajo de esa fachada de tristeza? Pero, ¿quién podría recriminar una actitud como esa? Su hijo, un joven ayudante en un taller de carpintería, había arruinado en un despiste un encargo millonario y, en consecuencia, su jefe perdió totalmente los estribos y le asestó un martillazo en la cabeza para después lanzarlo a un pozo. Cualquier reacción que pudiera procesar se quedaría corta y, si esa excentricidad era su manera de canalizar la pérdida, desde luego no podría juzgarlo— sopesó el periodista mientras apartaba la mirada escapando del acecho al cual se veía sometido.
VI- La Dulce Verdad
El padre ante el silencio del joven asume el control de la conversación y lanza un comentario que impactó de lleno lazerando su desdibujada confianza:
—No pude evitar fijarme en como juzgaba usted el patio, en especial a la fosa ahí presente, desde ese momento navegan las interrogantes en mi ser y necesito despejarla—
—¿ Vivir en la ignorancia feliz o las verdades incómodas? ¿Que prefieres? Cuestionó.
—La verdad ante todo... Sin importar lo que cueste— replicó el muchacho titubeando.
El hombre miró con una sonrisa provocada por el nerviosismo que habitaba en esa habitación y le murmuró :
—Ya veo... mientes, no dudo que conozcas la importancia de la verdad, pero supongo que al mismo tiempo sabes que no todas las verdades valen la pena ser divulgadas, una boca cerrada respira por más tiempo.
El joven mantenía los ojos buscando sitio de un lado a otro sin encontrar respiro, era claro que prefería formular preguntas a tener que responderlas. Afortunadamente para el, el tiempo había pasado volando y el sujeto prefirió ponerle fin a la charla recordando que debía atender unos asuntos en la ciudad e invita al joven a retirarse.
No sin antes ofrecerle algo de comer, al principio el joven se niega al no estar acostumbrado a la comida enlatada, pero sus expectativas no podían sugerir algo distinto de alguien que vive solo. A pesar de aquello, le menciona que volverá otro día con más tiempo a terminar las preguntas, pero en realidad no estaba tan seguro de hacerlo. Ese lugar le dejó lleno de una angustia difícil de digerir, aun así aceptó por cortesía el postre; era una manzana cubierta de miel, roja y tan brillante que permitía ver en ella su imagen derrotada. No todos los ojos ven, pero los suyos quizás encontraron más de lo querían encontrar.



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En el texto hay: suspence, terror psicolgico

Editado: 26.06.2025

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