Tenebrae La Catástrofe de Tonalli

Capítulo 3. Nox

Capítulo 3. Nox

 

Las siguientes horas, los siguientes días, Tet encontró refugio en su inconsciencia. No quería sentir, no quería pensar, no quería recordar, no quería vivir... pero no podía morir. No que sintiera aunque fuese un fragmento de aprecio por su existencia, simplemente no podía morir.

Y vivir sólo por no estar muerto era despreciable.

Dolía pensar que la mujer que le dio la vida estaba muerta. Muerta después de tirar a la basura su propia vida haciéndose cargo ella sola de un mocoso ciego e inútil, mientras que el "señor Lex" se había zafado del problema. De ese hombre no tenía recuerdos, ni siquiera llego a odiarlo por dejarlo a él, pero le fue imposible no gestar y guardarle rencor cuando fue lo suficientemente mayor para entender lo cruel que fue el hombre al haber abandonado a su madre. Aun así, al paso de los días la ausencia de las dos personas que más debían significar para él, eran un duro golpe al que su conciencia le había tomado gustó de acertarle duramente; recordándole por momentos que uno nunca estuvo y la otra, después de haber muerto, seguía impulsándolo a vivir por un maldito «sacrificio» que él no pidió, que jamás habría pedido.

Su madre era dulce aunque en ocasiones podía llegar a ser tan cruel, como esa última vez; en que lo protegió a costa de su propia vida, sin importarle ni un poco que él no tuviera la fuerza y tenacidad que ella tuvo 14 años atrás.

Durante las noches, las lágrimas y el llanto luchaban contra su determinación, valiéndose de su miedo a una vida para la que no estaba preparado, y del dolor que sentía en el pecho y cerraba su estómago cada vez que cedía un poco y los recuerdos de la noche anterior al ataque se escabullían intentando quebrarlo.

La enfermera en turno ya llevaba más de dos horas tratando de convencer al joven de que comiera algo. Este por su parte sin una pisca de hambre se mantenía calmado y con expresión perdida. Al final entre fastidiada y resignada, la mujer salió de la habitación, dejando al chico es su mundo; de voces lejanas, risas y gritos, que aunque no le importaba ser participe, lo mantenían alejado de la autocompasión.

Le habría gustado salir a caminar y alejarse del desagradable aroma a desinfectante, pero o se le permitía dejar esa maldita cama.

— Vaya, vaya, vaya —dijo una voz sobresaltando a Tet. No escuchó la puerta abrirse—. Así que tú eres del que todos hablan.

— ¿Disculpa? —soltó con molestia, lo cual era raro en él pero en ese momento prefería el enojo a la tristeza.

En el lugar se escuchó una risa de lo más descarada, era claro que se trataba de un chico de su edad, apenas dejo de reírse, cuando Tet sintió como la cama se hundía un poco a sus pies. El muchacho, que parecía de la misma edad que él, se había sentado y tras un silencian en el que Tet supo era su centro de atención volvió a hablar;

— Las enfermeras no dejan de hablar de un niño "especial" del este de Tonalli —habló con malicia, a los pies de Tet—. No te ves bien, ¿de verdad eres de aquí?

No era la primera vez que le preguntaban eso, desde siempre su aspecto había destacado para mal. Por lo que no le extrañaba la burlona y hasta despectiva observación. Lo escuchó reírse con saña.

Sin darle tiempo de argumentar nada alguien más entro a la habitación.

— Oye, Mike, ¿dónde te habías metido? —era otro muchacho, de voz chillona—. Te estuvimos buscando.

Varios síes se escucharon y otro grupo de pisadas entraron al cuarto para descontento de Tet, quien frunció el ceño y apretó los labios.

— Sólo vine a saludar al niño éste. Y quiero preguntarle algo —lo último lo dijo despectivamente.

— Mike, déjalo en paz —esta vez habló una chica.

— Pero sólo quiero hacerle una preguntita —contestó con fingida inocencia.

— Tu nunca haces nada si no te beneficia Mike —la chica se acercó a la cama de Tet. Estaba molesta con su amigo—. Vámonos.

— Sólo un momento, Jóse.

— No le hagas caso —Se dirigió ella a Tet—. Mike vive molestando a los demás no le tomes importancia, ya nos vamos...

— No, está bien —le corto Tet—. Quisiera escuchar la pregunta.

— Lo ves, Jó-se—continuo el chico entre risitas—. ¿Es cierto que eres ciego?




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