Tenebrae La Catástrofe de Tonalli

Capítulo 4. La N de Mizu

Capítulo 4. La N de Mizu

 

 

 

Se encontraba sumido en un sueño de lo más extraño, la voz de aquella mujer, aún permanecía en sus oídos, pero era incapaz de distinguir los significados de las palabras. No se sentía cansado, ni sentía deseos de dormir, pero su cuerpo no obedecía, era como si algo lo estuviera obligado a permanecer así, pues en cierto modo no estaba ni despierto ni dormido. Recostado sobre una superficie dura, el viento soplaba con una lentitud melancólica y arrastraba aroma a humo, impregnando todo a su alcance aunque apenas lo tocara como una suave briza.

¿Qué había pasado?, ¿Por qué estaba ahí?, ¿Qué pasaba con ese humo?, ¿algo se quemaba? Trato de despertase, lamentablemente eso termino con las pocas energías que lo mantenían lo más consiente posible. E inesperadamente Tet sintió que algo lo soltaba, no había notado la presión sofocante que lo invadía, porque hasta cierto punto había sido confortable. Se encontraba un tanto mareado por la falta de oxígeno, pero se enderezo sujetándose la cabeza para tratar de detener el mareo.

Una unos pasos aparecieron, sonando fuertes pero ahogados por la tierra. Debían está en una tienda, pues el aroma de la tierra estaba presente, más aun tierra mojada aunque menos fuerte, tanto como el humo o quizá menos.

— ¿Cómo te sientes? ―la voz de un hombre lo regreso a la realidad.

— ¿Qué pasó? ―aquella pregunta que salió de su boca le dejo un sentimiento de deja vu que le erizo la piel.

No hubo respuesta, e incómodo por el silencio Tet se levantó abruptamente

— Espera, ¿qué haces?

El hombre debía tener menos experiencia que Tet con las personas, porque pese a que le decía que se quedara en cama, no hacía más que dar órdenes, como esperando que el más joven obedeciera así nada más. Por su lado, Tet casi fue a dar al suelo, apenas manteniendo el equilibrio, se guío por un pared de lona y salió por una apertura en la misma, el hombre debió armarse de valor al tratar de detenerlo, cosa que lamentablemente no pudo, el niño estaba tan lastimad que el desconocido temía romperle algo si lo tocaba siquiera.

Para Tet todo pintaba mal, cada vez que despertaba las cosas iban de mal en peor... y de la nada el recuerdo vino a tu mente.

— Nox —susurró para sí.

— Sigues causando problemas ―pegó un brinco la escuchar una voz femenina que ya conocía aparecer de la nada a su lado―. ¿Sorprendido?, que bueno que ya estás bien... y por lo que escuche nos serás de ayuda...

— A-aquí esta ―se les unió el hombre de un rato antes―. C-capitana Tezatl, yo...

— Está bien, descanse soldado ―lo cortó ella―. Estoy enterada de los "problemas" del chico, aunque en mi opinión todo él es un problema ―se burló la mujer.

— Podría dejar de fingir que no estoy aquí ―contradijo el chico sin ningún intento de amabilidad―. El ciego soy yo.

— Que coma algo y después llévenlo a la tienda de reuniones ―se alejó ignorándolo y dejando aquello en tono de orden.

Después de un Sí, señor por parte del hombre, éste llevo a Tet de regreso a la habitación, ya dentro de la pieza, le dieron algo de ropa, para que se diera un baño de agua fría en una tina pequeña ―no había más en aquel improvisado campamento militar― y la ropa le quedo un poco holgada del cuello. Al regresar a la habitación el hombre lo dejo unos minutos para regresas sin demora.

— Bien, aquí está la comida —dijo depositando una charola en las piernas del chico que se había sentado en el incómodo catre casi pegado al suelo.

— No quiero, gracias ―fue la respuesta de Tet al tiempo que la dejaba aún lado.

— Si no quieres molestar a la capitana, será mejor que hagas lo que ordeno.

— Sinceramente, ¿Crees que me importa?

— ¿Hay algo que te moleste?

— Sí, que me traten como tonto... dijo algo de una reunión ¿no? —preguntó sin espera respuesta—. ¿Vas a llevarme a la tienda esa o no?

— ¡Oh, sí! Vamos...emm... — lo escucho dudar un momento mientras le tomaba del brazo para dirigirlo—... pero la capitana estará molesta.

Él chico rodo los ojos y salieron. Tet, muy contra su deseo, tuvo que aceptar que el hombre lo condujera todo el camino. Pasaron entre más tiendas que desprendían el mismo aroma a platico tostado. Había voces y gritos por todas partes que meraban a Tet, aunque agradecía que en ninguna voz de aquellas hubiera rastros de pánico y terror.




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