Capítulo 5. Namida
El transporte de Mizu era de los más rápido y seguros de entre las Nueve Naciones Hermanas. Adquiría con una rapidez vertiginosa las nuevas tecnologías e innovaciones en el campo de la transportación, además de tener sus propios desarrolladores, y ser los consumidores principales materias primas. Por esto mucho más para Tet no fue una sorpresa la actitud frustrada de la Capitana cuando se les informo que les tomaría aproximadamente 3 días llegar a la Ciudad Centro de Mizu; Namida. Muy al suroeste de donde estaban, o por lo menos eso estimaba, si utilizando un tren comercial y suponiendo que no tuvieran que tomas una ruta alterna por motivos que no le dijeron. Pero alcanzo a oír cuando decían que no podían utilizar un tren o alguna otra unidad móvil tren militar, hasta que salieran de las áreas en conflicto latente de las Zonas Beta y Omicrón.
Aquella mañana habían tomado la carretera que conectaba la Zona de Contingencia levantada en Beta, por la salida norte de lo que alguna vez fue Tonalli, a la Ciudad de Alaan ―donde Tet alguna vez había ido de excusión en sus días como estudiante de secundaria―. El silencio reino casi por todo el camino salvo por los constantes comentarios de la mujer acerca de lo pesado que estaba el tránsito, y que perderían el tren a Namida en la estación ferroviaria "Alaan 2". Tet, por su lado, dormito a ratos, así que no se enteró si cumplió sus amenazas de matar al conductor de adelante.
Llegaron a la estación "Alaan 2", apenas a tiempo. Tezatl, Tet y otro grupo de soldados, que él no tenía idea de donde salieron, abordaron el tren. Una pequeña demora, por el clima, pues el viento soplaba muy fuerte esta tarde amenazando con nublarse, y finalmente partieron
Durante horas la Capitana y su grupo de soldados hablaron acerca de que la Sección Omega. Por lo que Tet se enteró que esta Sección, que de por si contaba con pocos años de ser reconocida ante la Milicia de Mizu, se había resistido a entrar a la guerra sin su actual Coronel, parecía un tema muy usado, por lo que el chico no logro escuchar gran cosa, pero lo que era una observación recurrentes es que su Coronel era todo un cascarrabias, muy entregado en su trabajo, pero no entablaba amistades con nadie y con frecuencia se referían a él cómo; El Titiritero. También de otras formas que el chico no logro saber, pues apenas cayeron en cuenta de su presencia en el mismo vagón todo el mundo se quedó callado.
Después de varias horas de escucharlos a medias, pues cambiaban de tema muchas veces, tantas como para que Tet no pudiera entender absolutamente nada, aburrido bostezó y se recargo en el asiento, no era tan cómodo como para tomar una sienta, pero tampoco se podía poner selecto en su situación.
Dio un suspiro melancólico antes de que la Capitana le hablara:
— Por eso te dije que durmieras bien—la escucho, haciendo que se espabilara antes de que se pudiera dormir—, bueno, por lo menos así no te estarás quejando.
— No me estaba quejando —la corrigió con voz somnolienta y aburrida.
— Cabo Sanctus —llamó a alguien tras un corto silencio.
— A sus órdenes, Capitana.
— Lleve al mocoso a una de esas bonitas habitaciones que hay en el tren.
— ¡¿QUÉ?! —Tet por casi nada no grito.
— Sí, señor —alguien se levantó—. Venga, joven.
— Que... pero... pero...
— Ah, y Cabo.
— ¿Sí?
— No olvide cerrar con llave.
— ¿Aah?... S-si...Capitana.
El hombre se percibía nervioso cuando llevo a Tet a través de varios vagones, algunos muy silenciosos y otros con tanto escándalo que más parecía su salón de clases cuando estaba en secundaria que un tren lleno de adultos. Aquel pensamiento le cubrió la cara de tristeza, que el Cabo intentó borrar con un poco de charla.
— Disculpe a la Capitana, ella es buena persona, pero cuando se trata de estas cosas... bueno, hace lo mismo que el Coronel Metzonalli...
— ¿Lo mismo? —trató de mostrar interés. Sólo por cumplimiento.
— Lo-lo siento, no debí decir eso... olvídelo, por favor—esa respuesta nerviosa capto su atención—. Aquí esta...esto, yo...
— No te preocupes, de igual forma no estoy aquí por gusto —se encogió de hombros—. Esa mujer —susurro para sí mismo como si fuera un insulto impronunciable.
— Discúlpeme...sé que no debo meterme... pero corre el rumor de que lo llevan a Namida, porque...bueno porque, conoció la N.