Tenebrae La Catástrofe de Tonalli

Capítulo 9. Abriendo heridas

 

 

 

Era consciente de lo pesada que estaba su respiración, de esas veces en que duele tomar aire y sientes que si no le ordenas a tus pulmones llenarse de oxígeno y expulsarlo no lo harán por si solos, y morirías asfixiado. La pregunta del hombre había procesada por su cerebro y sabía la respuesta, así como sabía que una vez que empezara a hablar todo se iba a desmoronar a su alrededor. Porque lo único que lo había mantenido en pie hasta ahora había sido su determinación de evitar cada oportunidad en que su mente intentaba, de manera enfermiza, hacerle admitir su realidad: una donde había perdido todo lo que tenía, y donde no sabía que le deparaba el futuro.

Era consciente de que ambos adultos esperaban su respuesta, y agradecía silenciosamente que no le presionaran, le estaba costando ordenar los pensamientos que se habían acumulado en su cabeza y al parecer habían bajado a su garganta, impidiendo a su voz salir.

No estaba listo, pero nunca lo estaría, incluso pensó que ser asesinado sería algo más humano que hacerle hablar de aquello que había encerrado dentro de sí, y que ahora la situación lo obligaba a dejar salir; en palabras.

Como nunca llegaría el momento adecuado, simplemente se mordió el labio inferior fuertemente, casi sintiendo que se lo arrancaba, apenas si le dolió, y lo supo; que ya nada le dolería como la herida que estaba a punto de abrir.

Por primera vez en su vida, estando al borde de la ansiedad, sus dedos bajaron más allá de los desgastados puños de sus mangas, hasta alcanza su muñeca. Apretó fuertemente el agarre alrededor de ésta, enterrando las yemas y uñas justo en el lugar donde se plasmaba la cicatriz del Udewa.

— Mi madre... —susurró desconcertando a las dos personas junto a él. Y esas dos dulces palabras fueron las que abrieron aquella herida que se había empeñado en esconder—... esa noche estaba pensado en ella —les aclaró con la voz ronca y su fuerza menguando, casi podía escuchar los pedazos de algo fracturándose en alguna parte—. Yo no... no me quería alejarme del refugio... —tragó duramente pues su voz se reusaba a salir—... quería alejarme de todo, de la medicina, de la cama, de los doctores... de... quería alejarme de todos... y de todo lo que me hacía recordar que... que yo... —no supo en que momento la voz se le había quebrado y los ojos se le llenaban de lágrimas aun cuando trataba de evitarlo―... que yo había perdido todo... que mi cuidad ya no estaba y... y que mi madre murió... que ya no estaba conmigo y que nunca lo volvería a estar ... —le faltaba el aire—. Ya no quería estar dentro de ese lugar, ya no quería estar ahí pensando en que ella ya no estaba, que no la volvería a escuchar ni a sentir... no quería recordar que lo último... lo último que le dije fue... que no quería comer con ella... que no cene con ella por última vez y que la deje sola —su voz se apagó y por un momento tuvo que detenerse. No podía hablar con claridad—. Ella estaba s-sola cuando... cuando todo empezó... y ella e-en lugar de salir de la casa, subió... fue a-al se-segundo piso por mi... t-todo se e-estaba derrumbando ella... e-ella fu-fue por mi... —su labio temblaba y ya no recordaba cómo hacer para detener las lágrimas y el dolor—... s-si yo... si yo me hubiera quedado con ella... si hubiera comido con ella c-como siempre me pedía... e-ella no... ella no estaría mu... m-muerta.

Estaba roto. Aquellas murallas de cristal que tanto se había esforzado en mantener a su alrededor se había quebrado y él con ellas. Las piernas le fallaron y se dejó caer de rodillas al suelo, abrazándose y encogiendo sobre sí mismo, deseando más que nada desaparecer para siempre.

Sabía que había voces pero no sabía de quién, o si quiera qué era lo que decían. ¿Quién estaba llorando?

Esos no eran lamentos o refunfuños, no eran quejas o gruñidos, tampoco eran mudos berrinches o ensordecedores silencios, era llanto; alguien lloraba.

Él lloraba.

Esa era la primera vez que lloraba desde que todo ese dolor había comenzado; lloraba por los amigos que había perdido, por las calles no volvería a recorrer, la casa que no le volvería a abrigar, lloraba por su cuidad destruida. El llanto y el dolor se intensifico al pensar en las conversaciones que nunca volvería a tener, los regaños ya no iba recibir y aquellas cenas tan condimentadas que jamás volvería a probar. Lloraba pensado en lo mucho que las echaba de menos y en lo mucho que necesitaba aquellos brazos cálidos y el aroma de a flores que casi lo asfixiaban, por los que él, a regañadientes, se deja envolver.

Ya no había fracturas, nada se había roto, él no se había quebrado; estaba completamente destrozado, deshecho, llorando como el niño que todos le decían que era, gimiendo por el dolor que había luchado todo ese tiempo en evitar.




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