Tenebrae La Catástrofe de Tonalli

Capítulo 10

 

 

 

 

Tet emitió un bostezo. Esa mañana era sumamente placentera, al despertar no había rastros de aquella pesadilla que lo había estado atormentándolo durante días. Ni tampoco había vuelto a soñar con la voz de su madre, pero eso lejos de dolerle seguía transmitiéndole mucha tranquilidad. Se encontraba tirado perezosamente en su "cama" de cuero, estirado cuan largo era ―y no era mucho― al tiempo que bostezaba por décima vez. No tenía sueño pero tampoco ganas de mover ni un musculo si podía evitarlo, pues se había despertado por él mismo lo cal era gratificante a la vez que era el principal motivo de su somnolencia.

Al despertar cuando el sol ya calentaba a través del gran ventanal, se había encontrado nuevamente sólo en la oficina, y no mucho después de eso, como si estuviera esperando, uno de los soldados pasó a recogerlo para que se aseara y llevarle el desayuno que comió, como no, solo.

A eso se resumía toda su mañana, no sabía qué hora era y tampoco le interesaba, simplemente no tenía ganas ni de quejarse mentalmente por estar encerrado todo el día. Aunque más tarde podría hacerlo, cuando se aburriera más y más.

Un nuevo bostezo lo atacó y esta vez por educación, si no había de quien guardar las apariencias, se cubrió la boca. Mientras se acomodaba en una nueva posición pues los huesos de su espalda empezaban a resentirse por estar mucho tiempo de la misma manera. Escuchó que alguien se acercaba por el pasillo, había pensado que era uno de los tantos militares que pasaban al frente de esa oficina ocupados en sus propios asuntos de no haber reconocido la voz de Aura que venía acompañada por otra mujer.

— ... si, no será problema —decía una voz que provenía a de afuera—. Sólo dígame que colores y las tallas.

— Ya te dije que no sé —Tezatl parecía confundida mientras entraban abría la puerta—. ¿Cómo quieres que lo sepa?... La "modista" eres tú.

— Confeccionadora de Uniformes Militares Oficiales —la corrigió, mostrándose un tanto ofendida—. Muestra un poco de respeto, ¿Sabes que si se enteran de que hago esto podrían despedirme?

— ¡Ahh! Ya que veas al niño veras que vale la penas, es un encanto —Tet sintió ganas de cerrarles la puerta en la cara. Lástima que estaba muy lejos y el esfuerzo que requería se le antojaba innecesario—. Vamos, además el General te lo agradecerá —lo dijo en un tono juguetón. Tel alzo una ceja confundido.

— O-ok, vamos —respondió rápido y con un tono nervioso. Entraron—. A ver, ¿Dónde está?... ¡Ah! Ahí, muy bien pequeño, levántate y estira los brazos.

— ¿Perdón? —respondió él, enderezándose en su lugar por lo sorpresivo de aquella petición, pero sin ponerse en pie.

—Disculpala, ella es que Miranda Álvarez, puede ser un poco tajante —se rio Tezatl—. Tet, Metzonalli la envió para que te confeccione un poco de ropa, es ella la encargada de hacer nuestros uniformes... aunque algunas veces hace otro tipo de trajes para nosotros —agregó con gracia en la voz—. El problema...

— El problema es que está prohibido que "haga" ropa para alguien ajeno a la Milicia en horario de trabajo... es un tonto contrato...

— Pero, como es Metzonalli quien se lo pidió, Miranda correrá el riesgo, ¿verdad?

— Sólo porque el General lo solicitó...

— Si como no —le susurró Aura a Tet.

— Bueno, ven aquí, te tomaré las medidas.

La mujer saco algunas cosas de un pesado bolso que coloco en la mesa frente a Tet, misma que crujió por el peso. La mujer debía ser joven, quizá un poco más que Aura. Además de bajita en comparación a la Capitana cuya voz sobre salía de la altura de Tet.

Como fuera, encogiéndose de hombros se puso de pie y se dirigió a donde le indicaban ambas mujeres. Ahí Miranda movió su cuerpo a su antojo; lo enderezó, alzo su barbilla, le estiro los brazos y le tomo medidas por todas partes; brazos, piernas, cintura, el pecho, las muñecas, el cuello. También le midió el torso en diagonal, los tobillos y rodillas, incuso alrededor de la cabeza. Él estaba un tanto avergonzado y no ayudo a elevar su autoestima cuando Miranda mencionó que era molestamente pequeño para su edad.

Con eso, el atisbo de agradecimiento que sintió por no percibir de la mujer algún indicio de incomodidad hacia su persona, se evaporo en el acto.




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