Tenebrae La Catástrofe de Tonalli

Capítulo 12. Mictlan

 

 

 

 

El tiempo se le seguía yendo de una forma muy rápida con la familia Xelha, tanto que apenas noto la llegada de octubre entre los juegos del pequeño Xelha y en medio de agradables brisas que se llevaban las hojas de los árboles y refrescaban el patio trasero de aquella casa. El clima se enfriaba mucho por las noches, pero durante la tarde Tet se sentía como una lagartija ―o así le decía su madre cuando se quedaba mucho tiempo al sol―, tirado en una cómoda banca de madera recibiendo los rayos del sol. Lamentablemente no era tanto como quisiera pues su piel empezaba a picar absurdamente rápido, normal si casi no salía de casa, especuló.

Con respecto a eso, le pareció extraño que Marian siempre se quedara con él en casa, y una punzada de remordimiento lo ataco. No quería ser una carga para ella. Y como si intuyera sus pensamientos, no paso mucho antes de que la mujer le pidiera acompañarla al mercado más cercano. Eso amplio mucho su rango de confort, y sacio un tanto su curiosidad de saber dónde estaba, pues aunque no fueran muy lejos; conoció el sonido de Namida. Tan diferente a Tonalli.

Su cuidad era relativamente tranquila y silenciosa, apenas se escuchaba cuando los jóvenes armaban alboroto por lo que fuera; deportes, películas, festivales, y un largo etcétera. Mientras que ahí, pese a que Marian se disculpó por vivir en una parte tan insípida de la ciudad, ideal para criar a un niño pero aburrida para un adolescente, Tet sonreía cada vez que salían. No solamente el ruido de los autos era avasallador, sino también el rumor de la ciudad.

Había muchas palabras en el aire; desde los saludos al pasar por los establecimientos, hasta las risas lejanas de jóvenes y adultos. Conversaciones por doquier de las que le habría gustado formar parte, sólo para hacer más grande ese nuevo mundo en el que jamás creyó llegar a poner un pie.

El asfalto era mudo, en medio de todos los demás sonidos. La variedad de texturas en los edificios y los aromas en la briza otoñal iban desde comidas caseras hasta el smog.

Quizá hubiera muchas más personas en esa pequeña parte de la Namida que en todo Tonalli, y eso lo hacía sentir pequeño, y la amargura del pasado en su boca cada vez que salían y era completamente excluido de la multitud. Sin embargo, con todo y el peso de la indiferencia, una inmensa curiosidad por conocer más de aquel lugar lo acompañaba. Conocer a esas personas que llenaban el aire de palabras y conversaciones, construyendo el mundo a su alrededor. Mundo en el que muchos se incomodaban con su presencia. Tenía claro que era el lugar más afectuoso en que había estado, pues la fuerza de los mizuanes estaba impresa en cada palabra, tono y en los pasos resonantes que daban voz a la ciudad. Y no le tomo mucho entender que Namida no era sólo otra ciudad de Mizu, sino que Mizu era la esencia tanto de Namida como de los mismos mizuanes.

Aquello certeza despertó un sentimiento de temor e incertidumbre en él, pero también la fascinación, pues pese a todo, en los pocos momentos que salía con Marian o Troy, quería soltarse llorando por lo impactante que era percibir la vida en esa ciudad vibrar con tanta fuerza a su alrededor, hasta penetrar en sus huesos.

No era como detenerse y sentir el fresco viento de otoño golpear su rostro y remover su cabello, sino algo completamente diferente, asfixiante. Pero incluso si tenía que llenar sus pulmones del contaminado aire de la ciudad, por un momento estaba bien. Desprendiéndose de las palabras despectivas y el constante desconcierto de los mizuanes ante su presencia; sentirse rodeado de toda esa vida... no tenía palabras para describirlo.

Troy no entendía la fascinación de Tet por salir, cuando en sus inocentes palabras lo "veían feo" ―en más de una ocasión armo un gran berrinche para que se quedaran en casa―, y Tet no sabía cómo explicarle tampoco. Sólo le dijo que estaba feliz de estar ahí, aunque en realidad no fuera felicidad pura, era el concepto más sencillo en el que pudo pensar para que el niño lo entendiera, además no quiso ser tan cruel para ser comunicarle que no se quedaría tanto tiempo como para que le afectara. Dentro de sí, con sinceridad aceptaba que jamás volvería a ser completamente feliz donde quiera que estuviera, pero al parecer sí podía dejarse llevar por la vida que lo rodeaba, sin importar nada, incluso si lo veían "feo".

Y aunque no faltaba el momento en que recordar su pasado provocaba que su sangre se congelara en sus venas y el peso del mundo lo estrujara, los Xelha parecían hacer todo lo posible para que se sintiera como en casa. Marian se sorprendió por la facilidad con el chico aprendió a desplazarse por la casa y el vecindarios, e incluso que supiera cortar vegetales ―aunque siempre se mantenía muy cercas de él―. Troy le hablaba de lo que hacían en la Academia, demasiado complacido con los entrenamientos físicos que, según el más joven, lo acercaban un poco más a ser como Metzy.




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