Tenebrae La Catástrofe de Tonalli

Capítulo 22. Reaprender, reconocer

Capítulo 22. Reaprender, reconocer

 

 

 

Estaba de pie en medio de un bosque, con un frio terrible helándole la piel. Froto sus brazos buscando poder darse algo de calor, sin ningún éxito. Caminaba sobre la tierra seca, sin que sus pasos hicieran el menor ruido. La anormal quietud en el lugar, donde no parecía que sonara ni el viento que movía las hojas de los árboles, lo puso nervioso y desesperado. Se ahogaba como si no hubiera oxigeno pese a todos los árboles que lo rodeaban.

Un inexplicable miedo lo atajo trayendo consigo un mar de pensamientos, que pese a no comprender los sentía genuinamente suyos; no quiero... no quiero recordar eso... no quiero volver a verlo... no su rostro... no quiero saber su nombre...

Todo se volvió borroso y asfixiante, como las pesadillas de mucho tiempo antes en la casa de los Xelha, con la diferencia de que en ésta ocasión no sólo las voces que le susurraban al oído eran inentendibles, sino también las imágenes. Se cubrió lo oídos y apretó fuertemente los ojos. Corrió.

Sofocado, mientras intentaba huir de todo y nada, llego a una casa. Oscura y llena de libros cubiertos de polvo. El fuego apagado y él buscaba a alguien. Ese alguien estaba vestido de negro hasta la cabeza y le señaló algo frente a él. Estiro su brazo y vio que era diferente, un brazo más pequeño y tenía una serie de brazaletes en la muñeca, en ambas muñecas.

El baúl se abrió por si solo...

Tet...Tet...

— ... Tet, despierta —sintió que alguien acariciaba su frente.

— Aura —dijo al ver su rostro, que tenía grabado ya en su memoria. Inconscientemente tratando de compararlo con el rostro de su sueño que no podía recordarlo, sólo sombras―, buenos días.

— Bueno días, te traje algo de comer —sonrió y le señalo unos platos que estaban en la mesa de noche—. Nos quedamos dormidos hasta muy tarde, ya pasa de medio día, si tuviera trabajo hoy, de seguro Tenshi me mata.

— Perdón por causarte tantas molestias —se disculpó, aun con aquel sueño en la cabeza, pero agradeciendo el gesto de Aura.

— Ya te dije que no hay cuidado, come y descansa. Has tenido mucho estrés estos días. Yo llamaré al cuartel.

Tomó con calma el sencillo desayudo que consistía de huevos y jamón mientras reflexionaba aquel sueño lo había inquietado mucho, y aún más, él no lograr recodar con exactitud qué ocurrió en este. Se levantó y fue a buscar el baño.

Al salir, Aura estaba de espaldas a él y discutiendo por teléfono.

— ... pero si nunca sale, ¿a dónde fue? —hizo una pequeña pausa―. De Alfa, ¿para qué?, bien... no, no hace falta, hasta pronto.

Entro al baño, de un color azul cremoso, y se enjuago la cara, quería espantar el cansancio a toda costa. El cuarto era muy diferente a los que había usado en Mictlan, colorido y espacioso, con muchas toallas y botellas de jabón, de los cuales podría jurar que ninguno era el tan amado aroma a chicle de Troy. Pero la mayor diferencia estaba frente a él; un espejo.

Su reflejo, esa era la primera vez que se veía.

Según Aura, sus ojos eran miel, pero estaban opacos. Su cabello castaño mucho más claro que el de la Capitana, era más largo que Xelha pero mucho más cortó que el de Metzonalli. Por donde lo viera todos tenían razón, no se parecía en nada al General, aunque que no era de extrañarse de dos desconocido. El General tenía el cabello alargado y de un negro profundo, sus ojos eran, si mal no recordaba, de una tonalidad parecida al gris y a la vez dorados, con una mirada fuerte y enmarcada en cejas y pestañas igual de negras y abundantes. Y lo más importante; su piel no era pálida como la suya.

Metzonalli, Xelha, Aura y casi todas las personas que había visto desde que, valga la redundancia, podía ver, tenían la piel dorada, algunos más que otros, y sólo unos cuantos rayaban en el blanco, aunque nunca uno tan enfermizo como el suyo. Su cabello, Aura también tenía pelo claro, e incluso vio personas tenían el cabello y los ojos mucho más claros pero con la diferencia de que en general ninguno se veía débil y enfermo como él. Ahora entendía un poco porque a la gente le desagradaba tanto su aspecto.

Alzo una mano aun húmeda hasta tocar su reflejo y la paso sobre la superficie reflectante, como si eso pudiera cambiar algo en su rostro. Sus rasgos se distorsionaros al empañarse el vidrio pero nada más.




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