Tenebrae (segunda Parte)

Capítulo 7. Reinicio

Capítulo 7. Reinicio

 

 

 

Todo el camino de regreso a Namida fue en completo silencio, aunque Tet casi no lo notó pues pasó la primera parte del camino sumido en sus pensamientos y cuando el reloj marcó las 3 de la mañana se quedó dormido, en la posición menos incomoda que logró encontrar y que le permitió el reducido espacio del vehículo. Entre resentido y resignado, pues si por él hubiera sido habría aceptado de buena gana el ofrecimiento de Frederick y Laila ―una de las nietas del hombre―, para quedarse a pasar la noche con ellos. No obstante, prefirió no llevarle la contraria a Alake quien, pese a la hora, les hizo saber que debía regresar al Cuartel de Omega a primera hora de la mañana, es decir, alrededor de las ocho, que sería cuando llegaran a la ciudad.

    Era normal y hasta cotidiano para un militar pasar días sin dormir o probar bocado, después de todo su trabajo no es exactamente uno que le diera muchas libertades para decidir si hacerlo o no, por lo que conducir toda esa noche no fue un problema para la Mayor. Mientras que Tet medio despertó por la luz del sol ―con un fuerte dolor de cuello y espalda―, un par de horas antes de arribar a Namida.

     La ciudad por las mañana estaba muy quieta, cosa que le recordó a su natal Tonalli que solía ser una ciudad tranquila al igual que muchas en la Zona Beta. Mientras pensaba sobre eso con un sentimiento entre nostalgia y melancolía, transitando por las calles y avenidas rumbo al número 25 del residencial Valles Blancos, las banquetas ya estaban rebosantes de personas que iniciaban un día más. Abriendo negociones o esperando a que estos fueran abiertos.

     Y como si de una broma se tratara pararon un momento justo frente a su tan conocida maceta particular de la calle Zoltli, por lo que no le sorprendió que en menos de diez minutos ya estuvieran entre las casas que Tet conocía de memoria, donde los vecinos ―en su mayoría adultos mayores― ya estaban arreglando sus jardines o paseando a sus perros a esas, como diría Joma, insanas horas de la mañana.

     La casa del General no era demasiado grande en comparación con las demás, e incluso comparándola con la de Aura y los Xelha; tenía un amplio patio con piscina ―que hasta ahora se habían mantenido vacía debido al clima―, pero por lo demás muy diferente al resto de las que llenaban la calle, pintadas de vibrantes colores y decoradas con figuras un tanto perturbadoras que fungían de fuentes o simples adornos de patio; simplemente la casa de dos pisos perteneciente al Coronel de Omega no destacaba demasiado en un primer vistazo, ni por su tamaño, ni por sus colores, siendo estos blancos y sobrios.

     En realidad en aquel momento de la mañana en que Tet «volvía a casa», debido al cansancio y dolores articulares, toda la estampa le habría pasado perfectamente desapercibida; desde el modo en que la Mayor irrumpió nuevamente en el ya de por sí muy lastimado pasto, hasta las personas dentro, de no haber sido por el extraño amontonamiento que hacían tres automóviles negros con el símbolo de Omega.

     Ingresaba por la puerta principal ―donde no vio ni un Guardia de los que usualmente solían estar― al tiempo que escuchaba el auto de la Mayor alejarse, rebotando el sonido del motor en las casas, árboles y banquetas hasta finalmente silenciarse a la distancia. Cuando entró lo primero que vio fue a Zoe y a Marian justo frente a la entrada, claramente se percataron de su llegada y esperaban a que él entrara sin la más mínima intención de salir a su encuentro. Por su cabeza pasó el nombre de Aura y Troy, pero estaba tan cansado que sólo les dedicó una sonrisa a las mujeres antes de despedirse y subir las escaleras lánguidamente. Algo dijo Marian de la hora y el desayuno, incluso creyó escuchar que menciono un sombrero o quizá no. No le dio importancia, mintió diciendo que la había entendido y entró a su habitación.

     Una vez en las cuatro paredes de aquel cuarto que se mantenía un tanto a oscuras pues las cortinas estaban cerradas, se permitió contemplar el desastre que había dejado en su cama el día anterior. Asimismo, con los ojos picándole entre lagañas y sueño, pudo percibir que estar ahí aquella mañana era mucho más cálido que en las anteriores, pero no era un calor que se pudiera conseguir parándose con la cara al símbolo de Osiris, sino algo diferente, algo que tenía más que ver con las personas que con el clima.

     Se hizo la nota mental ―que por supuesto sabía que no iba a recordarlo cuando despertara― de no dejar su cama hecha un desastre cuando Aura, Marian y hasta Zoe frecuentaban la casa; «modales ante todo» decía su madre. No que él fuera muy dado a mantener las normas de etiqueta, siendo ciego desde su nacimiento tenía ciertos «permisos», mismos que con María jamás habían sido válidos. Aun así y como un primer paso al cambio que querían en su joven vida; prometer tender la cama no parecía algo tan complicado.




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